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El Jeremías

Su familia no lee un libro –¡ni por error!–, pero el más pequeño de la casa tiene el coeficiente intelectual de un genio
07 de Noviembre 2016
Cine_portada
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Si uno analiza los últimos hits del cine mexicano, todo parece indicar que los productores ya encontraron una fórmula ganadora: primero, comprar los derechos de alguna comedia extranjera que haya sido un éxito en su país de origen (o en su defecto, hacer el remake de algún clásico nacional, cosa que incluso sale más barata). Segundo, contratar a algún cómico de la TV o, si hay presupuesto, llamarle a Martha Higareda, o a Aislinn Derbez. Tercero, retaca el asunto con un soundtrack lleno de canciones conocidas y pegadoras, aunque nada tengan que ver con la trama.

El resultado se verá reflejado en la taquilla: al menos tres semanas en la cima del box office nacional y la posibilidad incluso de que la película se vuelva un éxito en Estados Unidos (dato para documentar el pesimismo: No manches Frida ha recolectado más dinero en EU que la nueva de Woody Allen).

Tan solo por ir en contra de esa fórmula, la ópera prima del mexicano Anwar Safa ya es digna de atención. Estamos frente a una comedia que no tiene estrellas de la televisión, que no es un remake, que no sucede en la Ciudad de México (otro vicio del 90 % del cine mexicano) y que su protagonista no es algún famoso.

El Jeremías del título (Martín Castro, ganador del Ariel 2016 a Mejor revelación) es un niño de unos 10 años que vive con su familia en Sonora.

El entorno familiar de Jeremías es más corriente que común: religiosamente ven la televisión todos los días, no leen libros ni por equivocación y ninguno de ellos fue particularmente brillante en la escuela, aunque le echan ganas y son trabajadores.

Todo normal, excepto porque el pequeño Jeremías tiene un IQ de 130, es decir, es un niño genio. El problema es que en casa nadie lo nota, en la escuela le hacen bullying, sus maestros son peor o más ignorantes que su propia familia, y el pobre niño nomás no se halla entre tanto personaje francamente mediocre. Es hasta que el dueño de la única librería del lugar se da cuenta de la destreza de Jeremías en el ajedrez que pone en alerta a su familia: tienen un genio en sus filas, y más valdría que se hiciera algo para apoyarlo.

Con una cámara que no niega sus referencias del mejor cine de Wes Anderson (encuadres simétricos, puntos de fuga, tomas en dolly) y un guion que privilegia el slang sonorense (todos hablan en perfecto “norteño”), El Jeremías es una agradable comedia familiar que no ancla su humor en el albur ni las groserías (otro vicio más del cine mexicano), sino en un libreto inteligente y bien escrito.

La guionista, Ana Sofía Clerici, no desperdicia oportunidades: obviamente su guión tendrá un comentario sobre la aceptación a los diferentes, sobre el acoso escolar, sobre el valor de la familia (por más ignaros que estos sean), pero bajita la mano la guionista no deja de lanzar una crítica al sistema educativo nacional con datos como que el 43 % de la población en México no termina la preparatoria.

La sutileza y el encanto de la cinta recaen en buena medida en el trabajo (meticuloso y preciso, vía un coach de actuación) del pequeño Martín Castro, quien asume con absoluta soltura la responsabilidad de llevar a cuestas el peso del filme.

Hace falta más de este tipo de cine en México: fresco, original, con caras nuevas, un guión sin tacha y, sobre todo, sin caer en tentaciones panfletarias ni tampoco en los pantanos de la cursilería barata. He aquí una comedia mexicana hecha con corazón e inteligencia.

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