POR LUCÍA BURBANO
El cuerpo humano ha evolucionado a lo largo de la historia con el propósito de sobrevivir y adaptarse mejor a su entorno. Los dedos de los pies de nuestros antepasados de hace miles de millones de años, por ejemplo, eran más largos para poder aferrarse con firmeza a las ramas de los árboles. La cuestión que sigue es si el futuro de la raza humana pasa por integrarnos a la tecnología, y si el concepto de ser humano como tal admite otras interpretaciones, ahora que vivimos en un momento en el cual la palabra identidad parece admitir más excepciones que nunca.
Para Moon Ribas y Manel Muñoz, fundadores junto a Neil Harbisson –el primer cíborg oficialmente reconocido por un gobierno, el británico– de Transpecies Society en Barcelona, la respuesta a ambas preguntas es un rotundo sí. Transpecies da voz a identidades no humanas, entendidas como aquellas personas que no se ven reflejadas en la definición tradicional de “hombre” o “mujer” tanto física, emocional y socialmente. Abogan además por el autodiseño de otros sentidos y órganos a fin de disfrutar nuevas percepciones que nos conecten más profundamente con el planeta.
Ribas explica que es amiga de Harbisson desde que son pequeños, y que hace años que desarrollan proyectos que investigan la relación entre el cuerpo y la tecnología. Juntos fundaron en 2010 la Cyborg Foundation en Nueva York y dan charlas alrededor del mundo, desde Tokio hasta la Ciudad de México, pasando por Vancouver o Viena. Pero el énfasis de la sede de Barcelona es crear una comunidad y divulgar estos temas a partir de talleres abiertos a cualquiera que tenga curiosidad.
“La palabra cíborg nació para definir a las personas que tenían que modificarse a ellas mismas a fin de sobrevivir en otros entornos, en concreto, en el espacio”, comparte. Este escenario los ha inspirado para imaginar sentidos que serían útiles fuera de nuestro planeta. Juntos crearon unos dientes que les permiten comunicarse mediante el código morse a través de Bluetooth. Hicieron una demostración en Brasil, donde situados en lugares opuestos de una misma habitación, Ribas le dictaba una palabra a Harbisson y este la escribía en un pedazo de papel. “Lo llamamos comunicación ‘trasdendental’”, dice entre risas. Ya en serio, comenta que esta sería una herramienta de comunicación de gran utilidad para aquellas personas que, por ejemplo, sufren una parálisis corporal.
Ribas es coreógrafa y activista cíborg. Desde 2013 cuenta con un sexto sentido, el sísmico, gracias a una serie de sensores implantados, primero en los brazos, ahora en las plantas de sus pies, que conectados a sismógrafos en línea le permiten sentir terremotos en cualquier lugar del mundo en tiempo real, expresados en forma de vibraciones que varían según la intensidad de los temblores. “Es muy diferente saber que el planeta se mueve a notar que lo hace constantemente. Nosotros no modificamos el cuerpo sino la mente”, explica.
Estos movimientos los exterioriza mediante la danza, su disciplina profesional. Recientemente ha empezado a experimentar con la percusión sísmica empleando el tambor, pero aclara que la experiencia y el sentimiento suceden internamente. “Nosotros somos el público de nuestro propio arte”, expresa.
Estar en contacto con la tierra conlleva una serie de revelaciones. La principal: nuestro estilo de vida no va en sintonía con la del planeta. “Hemos construido ciudades en los bordes de las placas tectónicas, que son lugares muy peligrosos para vivir. Los terremotos han existido siempre pero la tragedia es que los humanos no hemos sabido adaptarnos a este fenómeno natural mientras que otras especies sí lo han hecho”, reflexiona.
“La trans-especie va más allá y abarca la filiación que muchas personas sienten con los elementos naturales, animales o incluso con objetos para cuestionar si la interpretación tradicional de la raza humana se corresponde a la descripción de lo que sentimos como individuos”, explica Muñoz, un fotógrafo que conoció a Ribas y Harbisson en 2016. En su caso, el agua siempre ha estado presente en su vida, hasta el punto de que el joven describe su identidad como la de un fluido. Por eso decidió dar un paso más.
Tras un proceso que ha durado varios meses, Muñoz ha diseñado un nuevo sentido, el barométrico, que le permite percibir los cambios en la presión atmosférica mediante cuatro puntos situados en el contorno de sus orejas que su cerebro exterioriza en forma de chispas de mayor o menor intensidad según la frecuencia de las pulsaciones que sienta en su cuerpo. Este es el segundo prototipo. El primero era una serie de piercings colocados en las orejas, pero le causaban infecciones cada vez que bajaba la presión.
De carne y sensores
Ribas y Muñoz son dos jóvenes de 32 y 21 años absolutamente normales y coherentes, en su discurso y apariencia. Muñoz sí llama algo más la atención porque su sentido es visible y todavía no se lo ha implantado, un factor que para ellos es irrelevante. “Lo más importante es la adaptación, el hecho de que sea interno o externo es una cuestión de comodidad, no un objetivo”, aclara Ribas.
Muñoz explica que actualmente la asociación trabaja con tres personas en el desarrollo de sus nuevos sentidos u órganos: un joven que busca percibir la calidad del aire con el objetivo de valorar el nivel de contaminación, un chico que quiere sentir los rayos cósmicos, y otra chica con la que están creando una exodermis, una segunda piel.
“A veces la tecnología que empleamos no es nada sofisticada. Es cuestión de transformar esa herramienta que ya existe como elemento externo y convertirlo en parte de tu cuerpo, creando un nuevo lenguaje que sea inteligible para la persona”, explica Ribas.
En el proceso, cuentan con el apoyo de ingenieros encargados de la parte técnica y de la programación. “Es un proceso coral. En mi caso diseñé un sistema sensorial diferente al anterior, basado en las frecuencias, porque al final depende de cómo tú lo percibas, tienes que crear tu propia lógica”, argumenta Muñoz.
Subrayan que el proceso es completamente individual. “A aquellos interesados les recomendamos hacer una cronología vital para identificar patrones que se vayan repitiendo. Para proyectar tu futuro primero tienes que entender tu pasado”, agrega. En el caso de Muñoz, Ribas comparte que cuando realizaron este ejercicio se dieron cuenta de que el agua aparecía con mucha frecuencia en su vida. “La inspiración viene de la naturaleza y no de la ciencia ficción, pues existen ejemplos de especies que perciben los rayos infrarrojos o incluso una medusa capaz de regenerarse y que nunca muere”, dice Ribas.
¿Existen límites? “No, el límite lo pone tu creatividad. Lo que no haremos jamás es infringir la libertad de otro ser vivo”, aclara Muñoz.
Implantarse un objeto en el cuerpo requiere a veces la intervención de un médico o una enfermera, y aunque la mayoría se colocan debajo de la piel, explican que de momento no existe legislación alguna sobre los cíborgs, lo que los sitúa en la ilegalidad. Desde la Transpecies Society están redactando un borrador que anticipa su reconocimiento pleno en la sociedad. Este incluye puntos que equiparan la tecnología con otras partes del cuerpo, que esta pertenezca a la persona y no a una empresa externa, decidir quién entra en tu cuerpo para prevenir la piratería o la manipulación, y tener los mismos derechos que cualquier otro individuo y no ser discriminado.
“En el futuro existirán otras situaciones que no podemos imaginar. De todos modos, el proceso es largo. Neil (Harbisson) se implantó su antena hace quince años y la verdad es que pensábamos que esto iría más rápido, pero mira a los transgénero, que ya pedían poder cambiarse de sexo en 1930 y aún tienen muchos problemas”, reflexiona Ribas.
Si bien los cambios son lentos, ella se imagina que en cincuenta años, cuando dos personas se conozcan por primera vez, además de preguntar su origen, también se preguntarán qué sentidos tienen. De momento, los cíborgs conviven con nosotros, aunque muchos todavía no lo sepan.