Periodismo imprescindible Viernes 22 de Noviembre 2024

Vivir con un Fairphone

Sabemos que muchos mueren por tener el último smartphone diseñado por la compañía de la manzana, pero en Europa algunas personas, como Rainer, descubrieron que existía ya un teléfono diferente, basado en principios de comercio justo y responsabilidad ambiental; modulable y de código abierto, con lo que apuesta en contra de la obsolescencia programada
10 de Diciembre 2017
No disponible
No disponible

POR ÉMILIEN BRUNET / BRUSELAS, BÉLGICA

Se transporta en bicicleta a su trabajo en la capital belga, es cliente de una pequeña empresa local que ofrece canastas de frutas y verduras orgánicas, y en su casa come carne proveniente de la ganadería ética. Rainer Müller es un programador suizo de Internet a quien le preocupa el medio ambiente y las condiciones sociales en las que se fabrican los productos que consume.

Algún tiempo fue vegetariano –en una época en que no estaba tanto de moda– y viajó mucho a México cuando fue activista en una organización internacional de derechos humanos.

Pero Rainer, a sus 46 años, tenía una preocupación pendiente: no quería comprar un celular carísimo a una marca global que, por más cool que fuera, no respetara las reglas del comercio sustentable y promoviera el consumismo a ultranza.

Su viejo smartphone, que antes ya había utilizado su hermano, no daba para más y, para colmo, la batería se agotaba rápidamente. “Siempre tenía que estar conectado a una fuente eléctrica, ¡era absurdo llamarlo teléfono móvil!”, bromea.

Fue la oportunidad que esperaba. Sus amigos le habían hablado de un “teléfono diferente”, el Fairphone, de iniciativa holandesa y cuya primera versión –conformada por un lote de 60 000 dispositivos– salió al mercado a finales de 2013. Se lo mostraron y se convenció. Así que hizo la compra en línea, pagó poco más de 500 euros (el precio de salida al mercado fue de 330 euros) y en enero de este año recibió un Fairphone, que presenta dos grandes atributos respecto a sus competidores.

Por un lado, es modulable, es decir, sus principales componentes se pueden desmontar fácilmente y comprar por separado. Rainer, por ejemplo, pagará 50 euros para obtener un modelo de cámara fotográfica más reciente y de mayor calidad en imagen que él mismo podrá instalar.

Por otro lado, el Fairphone ofrece un sistema de código abierto, que lo hace “libre y personalizable” en su contenido informático, un aspecto que fue decisivo cuando Rainer tomó la decisión de adquirirlo. “Tú manejas tu aparato porque puedes cambiar por ti mismo el sistema operativo”, explica.

Comunicación responsable

La existencia del Fairphone responde a una clara y apremiante necesidad ecológica: tan sólo en la última década se han producido más de 7 000 millones de teléfonos inteligentes, muchos de los cuales terminaron o terminarán, junto con los millones más que todavía se venden, en la basura, después de apenas unos cuantos años de utilidad.

“Los fabricantes de celulares están generando un daño medioambiental masivo y condiciones de trabajo catastróficas debido a sus dispositivos de corta duración e innecesarios ciclos rápidos de producción”, señaló al diario malayo The Star Manfred Santen, investigador del departamento de materiales tóxicos y tecnología de Greenpeace.

Por si eso fuera poco, el gasto en energía para producirlos es gigantesco: el equivalente al consumo anual de electricidad de un país tan poblado y extenso como la India. Por eso Fairphone garantiza una duración mínima de cinco años.

El otro gran problema ético tiene que ver con los llamados “minerales de sangre”, que son los componentes que provienen de regiones en conflicto violento y que se usan –algunos por falta de un sustituto, como el coltán– en la fabricación de los smartphones.

La República Democrática del Congo, que lleva años de guerras continuas, abastece a la industria telefónica del mencionado coltán, del que se extrae el tántalo, un metal raro cuyas propiedades químicas permiten que funcionen los dispositivos electrónicos compactos.

“En el Congo, la gente arriesga su vida en las minas para extraer las materias que servirán para que los consumidores puedan tener más modernos y delgados teléfonos móviles”, lamenta el fundador de Fairphone, Bas van Abel.

La empresa se ha propuesto resolver los problemas sociales y ecológicos en la cadena de suministro de sus teléfonos móviles, desde la punta del hilo en la mina hasta el momento del reciclaje, con el propósito de evitar los residuos electrónicos, logrando acceder a estaño y tántalo del Congo “libres de conflicto”, así como a oro certificado para su Fairphone 2.

También obtienen minerales extraídos en Perú y refinados en Suiza, y una cantidad del precio de compra va a un fondo encargado de implementar proyectos de “reciclaje seguro” de desechos electrónicos en donde no existe.

Sin embargo, advierte Van Abel, “es casi imposible” obtener un mineral “limpio”, pues no se puede garantizar al 100 % que no esté fundido con otras fuentes sin control de su origen.

Los desafíos

La pequeña empresa holandesa acepta que no puede cambiar ella sola el funcionamiento de la industria telefónica. Y eso queda claro desde el principio: el Fairphone, por más contradictorio que parezca, se produce en China, ya que, afirman los representantes de la marca, fue imposible en su caso por cuestiones de costo trasladar la fábrica de ensamblaje a un país de Europa del Este como querían.

Aun así, aseguran que las compañías chinas con las que trabajan fueron elegidas según criterios de responsabilidad social, pero, otra vez, admiten que no pueden garantizar una vigilancia infalible.

Llegado este punto, hay que ser realistas: comprar un Fairphone es una acción militante, social y ecológica; no está destinado a un consumidor ávido de nueva tecnología y atrapado por la moda.

Por ejemplo, para recibir un teléfono hay que esperar a que se complete un lote de pedidos, lo que puede durar meses (hay periodos que están agotados), algunas de sus piezas no están disponibles y el procesador no se puede cambiar, lo que complica la carga de las actualizaciones. Además, según un análisis reciente que hizo el diario francés Le Monde, la batería no aguanta tanto como las de la competencia, la cámara no es muy buena y, físicamente, el teléfono es pesado y su diseño no es tan atractivo. Hasta este año, se habían vendido 125 000 aparatos.

Y es que a pesar de su nobleza e indiscutibles ventajas, es difícil concretar proyectos como el Fairphone y, aun más, alcanzar el éxito comercial.

La otra gran iniciativa de “teléfono justo” es PuzzlePhone, un dispositivo también modular con una promesa de vida de 10 años, y que fue creado por la empresa Circular Devices, dirigida por el español Alejandro Santacreu. El diseño es finlandés y está pensado para ser fabricado en Europa.

No obstante, pese a los reconocimientos que ha recibido –entre ellos el premio Emerging Green 2016 de la asociación Green Electronics Council, ligada a corporativos estadunidenses como Disney o Hasbro–, el nuevo teléfono inteligente no pudo salir al mercado a finales de 2016 por falta de fondos.

El desarrollo del proyecto fue salvado gracias al apoyo financiero de la Unión Europea. Habrá que esperar a que vea la luz.

Recientes