Por: Sebastián Serrano
La botella abandonada en la banca por Carlos se mece un rato con el viento hasta que finalmente cae. Rueda hasta que un pie descuidado la patea y con ese impulso se atora en la boca de una alcantarilla. La botella resiste ahí varios días. Cae la lluvia y con ella, bolsas de papel y hojas podridas rodean la botella. Frena el paso del agua. Se resiste a ser arrastrada, sin embargo, una tormenta llega y se la lleva con todo y lo que la envolvía. Dentro del drenaje rueda aplastada con desechos de su misma condición, botellas de jugo, tapas de plástico, bolsas y también con otros elementos, como restos de comida grasosa, ramas y tierra. El viaje en el intrincado mundo subterráneo del drenaje no es placentero: perdió su tapa en el camino, también su papel distintivo y la presión la comprimió e incluso la perforó. Finalmente desemboca mediante una enorme descarga en las olas del mar, se revuelca en la arena, vuelve a estar llena pero de agua salada y así continúa su largo proceso de desintegración, que para una botella de PET puede tardar hasta 500 años.
Toda esa basura, la botella y los otros residuos, bolsas, colillas de cigarrillo, tapas… a pesar de lo que comúnmente se cree, no desaparece mágicamente cuando la dejamos de ver en la calle. Se la traga la coladera y es conducida hacia donde más daño causa en el medio ambiente: el agua. El mar no sólo se contamina con los desechos que los turistas inconscientes tiran en la playa durante las vacaciones. La autopista por la cual la mayoría de basura llega a los ríos y mares está constituida por los sistemas de drenaje, un problema de las ciudades, y desemboca con toda impunidad en el fondo del mar.
Al desintegrarse estos residuos, que parecen una presa fácil para la fauna marina, se convierten en un veneno que muchas veces es imposible de digerir y termina matando al animal. Aunque es el final de la vida del pájaro o pescado que cayó en la trampa, apenas empieza el proceso de propagación de ese pedazo de PET. Una vez que el animal se descompone, esos contaminantes están de nuevo libres e ingresan en el ecosistema. Según un informe de Greenpeace, cada año, ocho millones de toneladas de residuos llegan a los mares y océanos, una cantidad de basura que podría cubrir 34 veces la isla de Manhattan. Los desechos siguen las corrientes marinas hacia cinco grandes zonas en donde se forman los giros subtropicales. Estas son cada vez más grandes y se les conoce como “islas de basura”. Son remolinos enormes que giran muy despacio, y mientras el centro permanece estático, en las orillas se acumulan los residuos y quedan atrapados. Pueden medir varios kilómetros de longitud y varios metros de profundidad. Por ejemplo, la mancha de basura más grande se encuentra en el Océano Pacífico entre Hawái y California, se estima que mide 1 400 000 km2, casi mil veces la Ciudad de México.
Las Naciones Unidas estiman que cada 2.5 km del océano contiene un promedio de 46 000 pedazos de plástico flotantes. Y lo más alarmante es que los plásticos están reemplazando a los peces: hay una tonelada de plástico por cada tres toneladas de estos animales en el océano. Según una proyección de la Fundación Ellen MacArthur, en 2050 habrá en el océano más plástico que peces.
El principal problema es que miles de botellas como la de Carlos se descomponen en el mar y se fragmentan en trocitos de menos de 5 milímetros (microplásticos). Se trata de un coctel tóxico que los peces no distinguen de los nutrientes marinos, son fáciles de ingerir y muy difíciles de eliminar. Según explica Andrés Cozar en su investigación “Plásticos y desechos en mar abierto”, publicada por Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS, por sus siglas en inglés), una vez que estas sustancias son ingeridas y asimiladas, se incorporan al tejido del organismo. De ahí en adelante son transportadas por el resto de la cadena alimenticia. El pez grande se come al chico en un ciclo contaminante sin fin, al que se le agregan las otras basuras que encontraron en el camino.
Markus Eriksen, uno de los principales investigadores de la contaminación de plásticos en el mar, afirma que el problema de la basura oceánica nace en la tierra, así que es fundamental impedir que los microplásticos lleguen a los sistemas de drenaje en zonas urbanas.
Greenpeace señala en su informe que 80 % de los residuos que llegan al mar vienen de las ciudades, cada segundo más de 200 kilos de basura van a parar a los océanos. Con el propósito de evitar que esto suceda, se deben equipar los drenajes con sistemas que impidan que las basuras ingresen en las coladeras. Según Leila Monroe del Consejo Nacional de Defensa de los Recursos Naturales (NRDS) para resolver este problema se debe ir a la fuente: la mejor acción que se puede tomar es evitar que los productos se conviertan en desechos, al incrementar las tasas de reciclaje y reducir el uso de materiales plásticos. En México el reto es grande, pues según datos de Semarnat 23 % de la basura generada se deposita en zonas no controladas al aire libre, ríos, barrancas, arroyos y finalmente termina en el mar.
Así como la botella de Carlos, que por azares del destino, una vez convertida en microplásticos, fue ingerida por ese maravilloso atún que después de ser pescado, picado, empacado al vacío y congelado por unos cuantos meses, ahora está servido en tu plato. Esa delicia humeante transportará a tu organismo el mismo coctel tóxico que en un futuro podrá desembocar en una enfermedad crónica. Al seguir los ciclos naturales, las toneladas de basura que generamos, y que son tan resistentes a la biodegradación, no desaparecen, y de una forma u otra regresan a nosotros.
Barreras para limpiar los océanos
Boyan Slat buceaba en Grecia durante unas vacaciones de verano y quedó sorprendido porque encontró más bolsas de basura que peces. Esta situación impulsó a este emprendedor holandés de 21 años a fundar The Ocean Cleanup. Desde esta iniciativa empezó a diseñar unas barreras flotantes con el propósito de limpiar las grandes islas de basura. La idea es que estas estructuras tengan la capacidad de acumular los residuos y que circulen por medio de la corriente del mar. En 2015 recibió el reconocimiento ambiental de la ONU Champion of the Earth, lo que lo llevó en junio de 2016 a lanzar su primer prototipo al mar del norte. Su sistema consiste en una barrera de 100 metros de longitud que después de dos meses de soportar los fuertes oleajes y vientos, regresó a tierra y en la actualidad se encuentra en proceso de mejora. El objetivo es generar un sistema más resistente que se lance en 2018 para limpiar la gran mancha de basura del Océano Pacífico y se espera que en cinco años se logre desmantelar
el 50 % de esta isla flotante.
Pescando basura en el Mediterráneo
Los pescadores españoles llevan en sus barcos una nueva herramienta de trabajo: botes de basura. Cuando sacan las redes con las anchoas, arenques y boquerones, también retiran las botellas de PET, envases y bolsas plásticas, tapas, popotes, latas, entre otros residuos. Es parte del programa Upcycling the Oceans que busca reciclar los plásticos del fondo marino para transformarlos en hilo sintético de primera calidad. Según información de la organización Ecoembes que lidera el proyecto, desde 2015 “se han recuperado 111 toneladas de residuos y actualmente el proyecto cuenta con la colaboración de más de 450 barcos pesqueros y 32 puertos del Mediterráneo”.
El material recogido se separa, selecciona y con él se elaboran bolitas de plástico, las cuales se procesan a fin de prodicir un hilo reciclado. Este material, por ejemplo, lo utiliza Ecoalf para hacer ropa. Como su creador Javier Goyeneche declara, su empresa busca crear artículos que tengan la misma calidad y características que los mejores productos realizados con material no reciclable.
Iniciativa de la comunidad
En Long Creek Maine, la principal zona de cultivo de langostas al norte de Estados Unidos, la gente se unió con la finalidad de rescatar y proteger la desembocadura de los ríos y arroyos, y así evitar la acumulación de basura. No se quedaron en las actividades aisladas de recolectar los desechos, también presionaron a fin de conseguir la participación de las autoridades de medio ambiente (EPA), la municipalidad y empresas locales. A partir de lo cual se generó un proyecto a gran escala cuyo objetivo es instalar aplicaciones que retengan la basura antes de que llegue al drenaje, mediante filtros para bocas de tormenta, celdas de bioretención y otros sistemas que aseguran que la basura no ingrese en las coladeras.