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Educar para dar el salto

Adriana es maestra de Español y está consciente de cómo estamos acabando con el planeta a pasos agigantados, por ello decidió preparar a la próxima generación a ser resiliente ante todas las adversidades que comienza a vivir
12 de Agosto 2018
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POR SEBASTIÁN SERRANO

Adriana Martínez logró que en la celebración anual del Instituto de Humanidades y Ciencias, en donde es maestra, compraran 
1 000 platos y vasos no desechables, y que se colocaran tres tinas para lavarlos. Padres, maestros y estudiantes realizaron la limpieza en turnos, se hicieron responsables de sus desechos y evitaron la generación de más basura. Algunos incluso se quejaron por lavar platos en una celebración, pero Adriana estaba orgullosa porque había demostrado a sus alumnos que con un esfuerzo pequeño se puede evitar la generación de residuos, incluso en una fiesta grande.

Además de esta acción, los estudiantes crearon dos preciosos murales con el fin de reflexionar sobre los efectos que está generando la contaminación del plástico en los océanos –la muerte de la vida marina, por ejemplo–. No obstante, lo mejor de todo es que los materiales utilizados en su elaboración fueron los plásticos chicos y tapas, recogidos durante todo el curso en la campaña de separación de basura.

Desde hace más de dos años, esta maestra se dio cuenta de todos los efectos que tiene nuestra forma de vida actual de consumo y desecho, no sólo en el medio ambiente, sino también en nuestra sociedad. Por eso cada año trabaja un tema diferente con sus alumnos de primero y tercero de secundaria, con el objetivo de que comprendan lo que le estamos haciendo al planeta, reflexionen y ellos mismos encuentren caminos para ya no alimentar esa cadena de desperdicio y contaminación, y que así sean más resilientes ante el futuro que nos espera.

Sobre todo si tenemos en cuenta que según las estimaciones de Global Footprint Network, una plataforma que reúne a varias ONG ambientales, el pasado 1 de agosto agotamos todos los recursos que nos puede proporcionar el planeta en este 2018, así que ya vamos a empezar a tomar prestado del año entrante y las condiciones de degradación son cada vez graves. Nos excedimos y rebasamos varios límites planetarios, lo cual nos está poniendo en riesgo como especie. Gastamos y contaminamos más agua de la que la naturaleza puede ofrecernos, talamos bosques más rápido de lo que pueden crecer y lanzamos más CO2 a la atmósfera de lo que esta puede asimilar.

El cambio climático cada vez es más evidente. Este julio los termómetros registraron las  temperaturas más altas en 260 años, y una ola de calor abrasó Europa, Japón y Estados Unidos. En agosto esta tendencia sigue, en varios países del Mediterráneo están en alerta porque los termómetros pueden subir más de 40 °C, y en Grecia los incendios forestales han sumado 91 víctimas. Además, cada año lanzamos 8 millones de toneladas de basura, las cuales llegan a los océanos. Así que la mejor forma de prepararnos para el futuro, sin duda es modificando nuestros hábitos.

Y precisamente lo más interesante del trabajo de Adriana es que no sólo se ha dedicado a presentarles documentales y artículos a sus alumnos, ella misma ha tomado la iniciativa de cambiar su forma de consumir con el propósito de evitar al máximo la basura y los plásticos. Considera que el ejemplo es la mejor manera de enseñar, así que demuestra esas modificaciones en el día a día para que sus estudiantes puedan aplicarlas en sus casas.

El curso pasado se enfocó en la separación de la basura. Algunos estudiantes eran muy receptivos y lo hacían en sus hogares; aunque le sorprendió que otros ni siquiera entendían por qué y la importancia de clasificar; ni sabían cómo hacerlo, incluso lo veían como un fastidio. Por eso realizaron una campaña: tomaron fotos de los botes de basura con el fin de observar y reflexionaban lo que habían hecho mal. “Darse cuenta de la inconsciencia fue una parte dura, mucha gente no está dispuesta a abandonar esa comodidad de simplemente comprar y tirar, y esperan que otra persona se haga responsable de la basura”, me comenta Adriana.

Sin embargo, para ella lo mejor es observar los cambios en los chicos. Por ejemplo, una alumna de tercero de secundaria investigó sobre los chicles, y realizó el cálculo personal de su huella de consumo diario –este producto tiene 5 minutos de sabor pero tarda 30 años en degradarse–; después de medir su contaminación simplemente dejó de comprar chicles. Otras alumnas tomaron la iniciativa de hacer un directorio de empresas que reciclan y venden productos a granel. Incluso se organizó una jornada ecológica, en donde mostraron los trabajos de los chavos y realizaron acciones directas, como desodorante casero o huertos urbanos en donde llevaban los jitomates para que la gente los sembrara y se los llevara a casa.

CERO BASURA

Adriana me comenta que gran parte de su esfuerzo personal nace de la iniciativa de Lauren Singer, una chica neoyorquina que a sus 21 años decidió dejar de generar basura y empezó a buscar cómo sustituir los productos que venían en envases plásticos. Lo mejor es que tiene un blog –Trash is for Tossers– donde da consejos de cómo lograr una forma de vida que genere el mínimo de basura posible.

Lo que más me sorprendió fue que Adriana no es profesora de Biología, Ciencias ni de Civismo, imparte Español; así que ve estas acciones como una experiencia para narrar, investigar, leer y experimentar. Por eso le encanta explicar a sus alumnos con anécdotas: cuando la ven como un bicho raro en la carnicería al sacar su envase de acero inoxidable con el objetivo de guardar el jamón, o en el supermercado al colocar las frutas en la bolsa de tela de algodón que ella misma hizo, y ni hablar de cuando saca el tupper para llevarse la comida que dejan sus hijas en los restaurantes. A los alumnos les parece gracioso, aunque empiezan a seguir algunas cosas y las aplican en su casa, incluso cuestionan a sus mamás por utilizar bolsas plásticas en el supermercado. “Es un tema de moda, y por ahí jala más fácil su interés, pero es muy profundo y se debe evitar que sea pasajero y se diluya”.

Sin embargo, lo más interesante es que los estudiantes también empezaron a cuestionar su entorno: si ellos hacían un cambio de hábito sencillo como no utilizar popotes, ¿por qué dentro del instituto no se promovía? Una alumna de 12 años observó la cantidad de alimentos que se servían en contenedores desechables y propuso que se colocaran en otros recipientes, para reducir la generación de residuos. Incluso un grupo quería elaborar una campaña que consistía en ir a los supermercados con el objetivo de exigir que no dieran bolsas plásticas. “Se van dando cuenta de que únicamente el esfuerzo individual no es suficiente y no va a resolver la magnitud del problema. También se necesita presionar para que se conviertan en asuntos de interés público que al final desemboquen en políticas”.

Evitar los plásticos es complicado, no obstante, en estos dos años de aprendizaje Adriana cree que los han reducido bastante. Considera que son ejemplos que impactan en sus hijos y estudiantes, ya que es importante que comprendan las consecuencias de nuestros actos: aunque parece que no son dañinos, tienen muchísimos efectos. “El planeta es muy resiliente y va a encontrar la forma de superar los daños que le estamos haciendo. Pero si no nos hacemos responsables de nuestra basura, muchas especies están en riesgo y también millones de personas en condiciones insalubres, y por lo general el que tiene menos recursos es el más perjudicado”.

De acuerdo con Adriana, a medida que empiezas a cambiar tus hábitos, te das cuenta de que reciclar no es suficiente, y buscas una manera más de evitar generar residuos. “Yo les explico para que entiendan; no los obligo, dejo que tomen sus propias decisiones; que ellos solitos decidan, hagan consciencia y lo asuman, que vean qué es correcto y no se sientan obligados”.

Así es, debemos asumir el cambio y responder por los excesos de nuestra fiesta consumista de los últimos 100 años. Tenemos que enseñarles a las generaciones que vienen que van a enfrentarse a un planeta diferente, y deben poseer las herramientas para que sean resilientes y hagan las cosas de otro modo.

 

PREDICAR CON EL EJEMPLO

Estas son las acciones que ha realizado Adriana para reducir al máximo su generación de basura:

Evita envases y bolsas de plástico. Por ejemplo, cuando va a la carnicería lleva sus propios recipientes de acero inoxidable para guardar las carnes. Si piensa comprar frutas y verduras, lleva unas bolsas de tela de algodón que elaboran ella y su mamá, e incluso las distribuyen.

Compra productos a granel en vez de empacados. Solución que genera un doble ciclo virtuoso, porque apoya el comercio justo y local. Productos como jabones, granos, nueces, van a los mercados alternativos en donde hay diferentes proveedores, como el de Tepepan o el del bosque de Tlalpan.

Artículos de limpieza. Busca jabones de ropa, manos y champú biodegradables. Por ejemplo, el jabón de barra de manos lo compra sin empaque a ONAA, una microempresa local de mujeres productoras. También compra gel dental y desodorante que fabrica el esposo de una amiga, y utilizan envases retornables. Consiguió cepillos de dientes de bambú e hilo dental orgánico. Utiliza toalla higiénica de tela o copa menstrual, y papel higiénico biodegradable.

Alimentos no procesados. En vez de adquirir el pan o tortillas de harina industriales, los compra en la panadería de la esquina y pide que se lo den en bolsa de papel. Adquiere los huevos de una señora que tiene su granja en Milpa Alta. Incluso han comprado leche en botella de vidrio a una empresa que la distribuye.

Composta para residuos orgánicos. Separa los restos del café, frutas, verduras y el té, y los junta en un recipiente con hojas secas. Cuando el ciclo de la composta se ha cumplido, la regala o la utiliza en su propio jardín.

Empaques biodegradables. Busca que sean de papel celofán no plastificado o de cartón, o bolsas de basura de fécula de maíz y caña que compra en el mercado del bosque de Tlalpan.

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