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Los animales reclaman sus espacios mientras que el humando esta encerrado

01 de Abril 2020
Animales-coronavirus-cuarentena
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Jabalíes en ciudades catalanas, pavos reales en Madrid, una foca en San Sebastián o cabras montesas en la plaza de Chinchilla (Albacete). En las redes sociales han destacado en los últimos días vídeos de animales salvajes adentrándose en espacios urbanos. Las calles, también el campo y las zonas más montañosas, se han vaciado desde que se decretó el estado de alerta el 14 de marzo. Los expertos afirman que las medidas de confinamiento facilitan la expansión de los animales, pero añaden que estas imágenes ya se producían anteriormente con cierta regularidad. La diferencia es que el nuevo escenario se ha convertido en una oportunidad única para observar cómo evoluciona la fauna silvestre con la presencia del ser humano reducida al mínimo. “Si hasta ahora formulábamos hipótesis, este año podremos estudiarlo sobre el terreno”, explica Gerardo Baguena, presidente de la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos. Baguena avanza que ya han detectado aspectos positivos para esta especie en peligro de extinción: “No hay escaladores, ni vuelos en parapente, ni helicópteros, ni nada. Solo en el Pirineo Central estimamos que tendremos un récord, en 25 años de monitoreo, de pollos que levantan el vuelo. De 22 esperamos pasar a 30”.

“Si desaparecemos de un lugar, los animales ocupan ese espacio, aunque se retiren cuando volvamos”, comenta Ángel M. Sánchez, director del Voluntariado Nacional para el Censo del Lobo Ibérico. Sánchez recibe información de que el lobo está accediendo a áreas verdes frecuentadas por los humanos. “Esperamos que tengan un mayor éxito de reproducción porque tienen menos molestias”. En Almería, el director de la asociación ecologista Serbal, Emilio González, cree que este periodo puede ayudar a la repoblación del gato montés o del águila perdicera. González alerta, al mismo tiempo, de que se pueden producir efectos adversos como ocurrió con la crisis económica de 2008, que provocó un aumento del desempleo en la región. La gente tenía más tiempo libre y se dio un incremento de la caza de la perdiz, lo que diezmó el número de águilas.

Los expertos advierten de que es demasiado pronto para extraer conclusiones, pero coinciden en que “lo que está sucediendo tiene un efecto balsámico”, afirma Roberto Hartasánchez, presidente del Fondo para la Protección de Animales Salvajes (FAPAS). Muy comprometido con la población occidental de oso pardo, Hartasánchez sostiene que “por primera vez estamos teniendo una absoluta tranquilidad en zonas de fauna protegida”. Al mismo tiempo, asegura tener constancia de la actuación de furtivos en Asturias porque los servicios de vigilancia forestal están bajo mínimos.

“No hay escaladores, ni vuelos en parapente, ni helicópteros, ni nada”

El presidente de la Fundación Oso Pardo, Guillermo Palomero, modera el optimismo en lo que respecta al plantígrado. “Tres o cuatro meses son poco tiempo para estudiar cambios en el comportamiento de los animales. Además, la actividad ganadera continúa”. El pasado martes se hizo viral un vídeo de un oso joven paseando de noche por una calle de Ventanueva (Asturias). Palomero resalta que estas situaciones no son habituales pero tampoco raras, aunque concede que sí están alerta ante la posibilidad de que otros ejemplares jóvenes se acerquen a núcleos urbanos donde los contenedores de la basura se dejan abiertos o no se estén recogiendo con regularidad.

En el Parque Nacional de la Sierra del Guadarrama, uno de los más concurridos de España, no hay ruido, ni gente, ni pasan aviones, destacan desde el centro de interpretación situado en Peñalara. “Seguro que el estrés del medio ha mejorado muchísimo, además de que el suelo no se pisotea y eso es fundamental para que crezcan las plantas y favorecerá a los polinizadores”, explican. La tranquilidad se refleja en un visón americano –una especie invasora– que ahora, sin visitantes, se acerca a las charcas del centro de investigación sin ningún miedo y en los corzos que campan a sus anchas.

Ernesto Álvarez, presidente de GREFA (Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat), confirma que “el simple senderismo, las bicicletas, o personas entrenando, todo ha desparecido”. “Esto hace que estemos viendo en el campo más parejas de aves de presa, mustélidos, mamíferos en general o herbívoros”. Como ejemplo pone el águila de Bonelli o perdicera: “Creemos que los pollos de las cinco o seis parejas que crían en Madrid, en las zonas rurales, van a tener más posibilidades de salir adelante”. Sobre todo una de las parejas que ha decidido criar en la copa de un árbol singular muy concurrido. “Habíamos tenido que acotar el espacio, además de tener vigilancia. Ahora todo eso se ha simplificado y están tranquilos, empollando”.

Los expertos advierten de que es demasiado pronto para extraer conclusiones, pero coinciden en que “lo que está sucediendo tiene un efecto balsámico”

La organización ecologista WWF todavía no ha podido analizar cambios en los hábitos de las especies que monitorizan, como el lince ibérico, o en fauna marina. Manuel Bou, investigador del Instituto Español de Oceanografía, apunta que los efectos de la reducción del tráfico marítimo se podrán ver en el futuro, aunque descarta que el ruido submarino “disminuya considerablemente” porque el transporte de mercancías continúa. WWF baraja la hipótesis de que el buitre leonado en Montejo de la Vega (Segovia), donde tiene un proyecto para esta especie amenazada, se vea beneficiado por la reducción de la presencia humana, pero también prevé que le perjudique que los restaurantes de la región hayan cerrado y haya menos carroña para alimentarlos. Para WWF es un interrogante los posibles cambios que puedan producirse en los hábitos del lince ibérico. Javier Salcedo, coordinador en Andalucía del Proyecto Life para el lince, no cree que haya grandes variaciones, porque ya habita en áreas poco pobladas y porque la agricultura y ganadería continúan activas.

“La gente está descubriendo que en la ciudad viven animales”

“La gente está descubriendo que en la ciudad viven animales”, explica Elena Moreno, de la asociación conservacionista de Sevilla Ecourbe. Esta organización ha iniciado un proyecto de colaboración ciudadana en el que ya participan 70 personas, para que aporten fotografías y grabaciones de aves que observen durante la cuarentena. Moreno pone como ejemplo el ánade real, un pato que habita en lagunas y que ha sido visto en jardines y rotondas de Sevilla. También quieren determinar si cambia el comportamiento de especies dependientes del ser humano, como el gorrión, y si la mayor intensidad del canto de pájaros que detectan se debe a la reducción drástica de la contaminación acústica.

“Los animales no distinguen entre naturaleza y medio urbano, a la mínima que se abre una ventana, van a aprovechar para explorar”, dice Alejandro Martínez Abraín, profesor de Ecología en la Universidade da Coruña. Un proceso que lleva gestándose décadas, “desde que se comenzó a abandonar el campo”. Abraín valora que las especies se aproximan cada vez más al núcleo urbano buscando recursos que en muchos casos se desperdician y que para ellos son una fuente de alimentos.

“La fauna ya está aquí, otra cosa es que la veamos”, corrobora Francisco García, del Grupo de Seguimiento de la Biodiversidad de la Universidad Complutense, que está pasando el confinamiento con un telescopio instalado en la terraza. Vive en Madrid, cerca de la Casa de Campo, y eso le está permitiendo observar el paso de gavilanes, un azor, águilas calzadas, cormoranes y ver cómo el cernícalo vulgar que anida en el macetero de debajo de su dormitorio se come una paloma en el balcón de enfrente.

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