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Los Mártires de Chicago solo querían una jornada laboral decente

El 11 de noviembre de 1887 fueron ahorcados los Mártires de Chicago, comunistas y anarquistas que lucharon por reducir la jornada laboral a ocho horas.
01 de Mayo 2020
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El 4 de mayo de 1886 —conocido como el año del gran alzamiento laborista— en la plaza de Haymarket de Chicago, unos 4.000 obreros enfurecidos y sangrientos se manifestaron exigiendo la lujosa jornada de ocho horas. Allí, atacaron a la policía e hicieron estallar una bomba que mató a seis policías, lo que conllevó la pena de muerte para cinco huelguistas. Esa fue la versión oficial, en la que muchos datos fueron obviados y muchos otros inventados.

Chicago era una de las ciudades industriales más importantes de EEUU y un foco de tensión entre trabajadores y patrones. Los obreros estaban aunados bajo sindicatos fuertes y unidos que no consentían el esquirolaje. Fue en esa ciudad de Illinois donde el 1 de mayo se declaró huelga general en defensa de la jornada de ocho horas, proclama que poco a poco se extendió por todo el país.

En 1886 se produjeron en torno a 1.400 huelgas que llevaron a medio millón de trabajadores al parón laboral. El historiador John Commons asegura que ese año fue la prueba de que la clase “no cualificada” se había alzado en rebelión de una manera definitiva.

El día antes a La Revuelta de Haymarket la tensión se elevó hacia un nuevo tope cuando todas las fábricas secundaron la huelga general lanzada el primero de mayo y una fábrica —su nombre se ha perdido con el tiempo: va desde McCornick a Mr. Cornick— contrató a contrahuelguistas para poder sacar la producción adelante. 10.000 obreros rodearon la manufactura para presionar a los esquiroles y la policía acabó interviniendo, matando a 6 trabajadores.

De una protesta pacífica, casi 50 muertos

Con ese caldo de cultivo, el 4 de mayo se produjo una reunión en la plaza donde, cuando llegó la policía para cargar contra los manifestantes, una bomba estalló. Aún hoy, no se sabe quién lanzó la bomba, lo que levanta suspicacias sobre la teoría de la conspiración. El alcalde de la ciudad, Carter Harrison, acudió a la plaza de Haymarket para escuchar las proclamas y luego habló con la policía para contarles que la manifestación estaba siendo pacífica.

La afluencia a la plaza incluso empezó a descender, debido al inicio de una tímida lluvia. Llegó un destacamento de 180 policías cuando apenas quedaban unos cientos de personas. Sin tensión que lo justificase ni altercados que lo pusieran en contexto, recién llegada la Policía estalló una bomba que mató a seis policías. Tras el reventón, el cuerpo policial atacó a los manifestantes y se produjeron 40 muertes. De los que posteriormente fueron condenados por el atentado, los Mártires de Chicago, solo uno estaba en la plaza.

El jurado que sentenció a los condenados tardó meses en formarse. Ha quedado para la historia como un jurado que fue presionado y comprado para enjuiciar sin fisuras a los huelguistas. Según José Martí, que cubrió el caso para La Nación de Buenos Aires, 981 personas fueron entrevistadas para formar un jurado de doce.

“El juicio de aquellos hombres fue la conspiración más infernal del capital contra los trabajadores que conoce la historia de América” escribió Alexander Berkman.

¿Quiénes eran los Mártires de Chicago?

Oscar N. Neebe, Micheal Schwab, Samuel Fielden fueron condenados a cadena perpetua y Louis Lingg, George Engels, Albert T. Parsons, Adolf Fucher y August Spies a la horca. Todos ellos fueron acusados como líderes intelectuales y culpables de que esa bomba de la plaza de Haymarket estallase.

Todos estaban en el punto de mira como enemigos del capital. En la imprenta del Arbeiter-ZeitungAugust Spies imprimió en inglés y alemán —muchos de los obreros ni siquiera sabían el idioma del país— una proclama a repartir por Chicago durante el 3 mayo. “Habéis sido miserables y obedientes esclavos todos estos años: ¿Por qué? ¿Para llenar los cofres de vuestro amo, vago y ladrón, para satisfacer su insaciable avaricia? (…) ¡Os llamamos a las armas, a las armas!”. Eran líderes de esta clase obrera movilizada y a la vez objetivo de la prensa, empresarios y políticos.

En Illinois, cualquiera que incitase al asesinato sería condenado si esa persona aparecía muerta

Parsons y Spies lideraron pocos años antes el Sindicato Central Obrero, una unión de 20 sindicatos. En 1885 firmaron un documento en el que firmaron “muerte a los enemigos de la humanidad”. Ese tipo de proclamas les pusieron en el centro de odio de la prensa. El Mail de Chicago ya había escrito sobre ellos: “Si surge algún problema, hagan un escarmiento de ellos”. La ciudad era una olla a presión que, de estallar, gracias a los relatos de la prensa, acabaría culpando a estos hombres.

Los periódicos locales jugaron un papel clave para que los hombres, en lugar de ser condenados a perpetua, acabaran ahorcados. El Journal de Chicago escribió: “En este Estado, la ley concerniente a cómplices de asesinato es tan clara que sus juicios serán cortos”. La ley tampoco ayudaba y te dejaba desnudo ante cualquier interpretación negativa, ya que en Illinois, cualquiera que incitase al asesinato sería condenado si esa persona aparecía muerta.

Testimonios del juicio

El juicio fue una farsa que condenó a estos hombres a la horca. Ellos mismos en sus declaraciones finales no ocultaban la sensación de complot. August Spies criticó que se rechazase a un testigo que demostraba que no estaba implicado en el atentado. Acusado de no ser estadounidense, dejó una frase que no ayudó a su defensa: “El patriotismo es el único refugio de los infames“.

Ling dijo: “¿Qué significa la ley y el orden? Sus representantes son policías y entre éstos hay muchos ladrones”. Las frases de todos ellos caminaron por la misma senda. Ante la falta de pruebas, la pasión, el patriotismo, la sed de venganza y la presión de la prensa fueron lo que les llevó a ser condenados.

Cuando, un 11 de noviembre, se cumplió su ejecución, un desfile fúnebre de 25.000 personas llenó Chicago para rendir homenaje a los caídos. John P. Altgeld, posterior gobernador de Illinois, declaró que los Mártires de Chicago habían sido víctimas de un complot y liberó a los presos que no habían sido condenados a muerte. Para los otros cinco ya era tarde.

Esta condena no hizo más que alimentar el dolor, las ganas de vencer y el ansia de conseguir un derecho que a día de hoy, está entre los mayores logros obreros. La jornada de ocho horas se convirtió en una realidad y el movimiento laborista estadounidense supo poner en jaque a las autoridades. Cada 1 de mayo por todo América aún se conmemoran las muertes de los Mártires de Chicago, que murieron en nombre de todos.

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