Zapata fue asesinado el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca, Morelos, en una emboscada preparada por Jesús Guajardo, oficial del ejército carrancista bajo las órdenes de Pablo González. El plan comenzó a fraguarse un mes atrás. Fue un asesinato de Estado, decidido y llevado a cabo desde el más alto nivel del gobierno mexicano, orquestado por el general González y del que el presidente Venustiano Carranza estuvo enterado. ¿Cuáles fueron las razones para matarlo?, ¿por qué fue una necesidad eliminarlo?, ¿qué estaba en juego?, ¿había otra salida para terminar con la resistencia zapatista en Morelos que no implicara la muerte de su caudillo? En este texto apunto algunas ideas que ayudan a entender por qué se decidió eliminar al Caudillo del Sur.
Una lucha centenaria
Sus enemigos creyeron, erróneamente, que la única forma de acabar con el desafío zapatista era atacar a la población civil que lo apoyaba, por lo que fueron bombardeados, quemados y destruidos pueblos enteros del área controlada por los guerrilleros sureños. Se ejecutó y colgó sumariamente a habitantes acusados o sospechosos de ayudar a los rebeldes y se deportó masivamente a miles de hombres de Morelos, además de apresar a mujeres, ancianos y niños que fueron concentrados en campos controlados por el ejército de sus enemigos, práctica llevada a cabo por los gobiernos de Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano Carranza. Esa violencia, sin embargo, fue contraproducente y fortaleció el arraigo de los guerrilleros zapatistas con los pueblos de los que eran su brazo armado.
La persistencia del movimiento suriano y de su jefe, Emiliano Zapata, se explican en parte porque encarnaban la resistencia de una lucha centenaria de pueblos y comunidades originarias de la región centro-sur del país por defender sus tierras, aguas y bosques contra el avance de las haciendas y la agricultura comercial, desde el siglo XVI hasta el Porfiriato. El pueblo de Anenecuilco, donde nació Zapata, era un pueblo originario tributario de la antigua Triple Alianza (Tenochtitlan-Texcoco-Tacuba), cuyas ricas y fértiles tierras, en el valle de Cuautla Amilpas, fueron defendidas por sus habitantes de la codicia de los herederos del conquistador español Hernán Cortés, que quisieron apoderarse de ellas en 1579.
Una y otra vez, los habitantes de Anenecuilco se defendieron de las haciendas de Mapaztlán, Cuahuixtla y El Hospital que los rodearon, cercándolos y asfixiándolos desde el siglo XVI y durante el resto del periodo colonial. A pesar de que perdieron la mayor parte de sus tierras, conservaron una porción de ellas que les permitió subsistir. Se defendieron legalmente en los tribunales coloniales y trataron de recuperar la tierra que les pertenecía, cuya propiedad demostraban con los títulos originales del pueblo, expedidos por las autoridades virreinales.
Los de Anenecuilco no obtuvieron justicia en los tribunales virreinales. Al igual que muchos otros pueblos de lo que más tarde sería Morelos, tampoco la obtuvieron en los tribunales establecidos en la etapa del México independiente. Su sed de justicia y su férrea oposición a los hacendados, llevó a varios de sus líderes a apoyar la causa insurgente del cura José María Morelos en la gesta independentista. Décadas más tarde, apoyarían al bando liberal que luchaba contra los conservadores, y luego a los republicanos que combatían al invasor francés.
Cuando se erigió el estado de Morelos, en 1869, los poblados del oriente apoyaron al primer gobernador constitucional de la entidad, Francisco Leyva, quien defendió la autonomía de los pueblos morelenses y los apoyó en su lucha contra las haciendas azucareras que los habían despojado de sus tierras y aguas. Asimismo, respaldaron la reelección de Leyva en 1873, quien, al ascender Porfirio Díaz a la presidencia de la República, fue depuesto de su cargo por haber sido su rival cuando este quiso también ser gobernador de la nueva entidad.