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Aliados

Robert Zemeckis sigue sin superar a su mentor, Steven Spielberg, y con su nueva cinta se queda corto, aun con Brad Pitt y Marion Cotillard como protagonistas
16 de Enero 2017
Aliados
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Robert Zemeckis (EU, 1952) es un cineasta que, a pesar de haber dirigido una de las mejores películas en la historia (Back to the Future, 1985)  nunca ha sabido superar a su mentor, Steven Spielberg, ni superarse a sí mismo. Su cine usualmente es entretenido, técnicamente irreprochable, a veces incluso con chispazos de genialidad (Who Framed Roger Rabbit, 1988), pero pocas veces con la madurez suficiente como para decir algo verdaderamente trascendente.

La inmadurez en su entendimiento del cine (y de la vida) puede ser a veces virtud (Forrest Gump, 1994), sin embargo la mayoría de las veces es un lastre que termina por sepultar muchas de sus películas en resoluciones banales o incluso moralinas.

Es el caso de Aliados (EU, 2016), su más reciente cinta, un thriller ambientado en la Europa de la Segunda Guerra Mundial donde los protagonistas, Brad Pitt y Marion Cotillard, son unos espías que deben hacerse pasar por esposos con la misión de asesinar al embajador nazi en Francia.

Esta primera mitad es la más lograda. El clásico juego de identidades entre estos dos agentes resulta sostenidamente interesante: dos personas que jamás se habían visto antes se conocen en una fiesta, se besan apasionadamente, ella lo presenta a él como su esposo que, por cuestiones de trabajo, estuvo ausente durante mucho tiempo. Los amigos de ella se regocijan al ver que las historias de Marianne Beauséjour (Cotillard) eran ciertas, que estaba casada y su esposo resultaba, además, un tipo muy apuesto. Camino a casa, en el auto, ambos espías se presentan con sus verdaderos nombres. Él se congratula porque la farsa ha sido convincente, ella le confiesa el secreto para que eso pase: “Mantengo las emociones reales, por eso es que funciona”.

Zemeckis y su fotógrafo de cabecera, Don Burgess, filman tratando de evocar nostalgia mediante una paleta de colores ocre, un buen diseño de producción que sitúa de inmediato al espectador en la época y un recurrente recordatorio a otras cintas de parejas en medio de la guerra como Casablanca (Curtis, 1942) o The English Patient (Minghella, 1996).

El conflicto real tarda mucho en aparecer. Una vez concluida la misión y a pesar de las sabias advertencias de ella (“El sexo no es un error en esta profesión, el error es involucrarse”) Max Vatan (Brad Pitt) le ofrece matrimonio a Marianne para ambos vivir en Londres. El tema es que sus superiores tienen la sospecha de que ella es una doble agente.

Es interesante, casi morboso, ver como Marion Cotillard le pasa encima a Brad Pitt durante casi toda la película. Su porte, la mirada que parece esconder cien secretos, la sonrisa que desata dudas, la elegancia de sus vestidos, todo es una dulce seducción hacia la cámara por parte de una actriz con un rango amplísimo. En cambio, pocas veces habíamos visto a un Brad Pitt tan acartonado, tan parco y gris. Este es un vehículo de lucimiento para Marion Cotillard. Ella es la razón por la cual vale la pena pagar el boleto.

Pero ni aquellos ojos verdes pueden con un guión que, rumbo a la segunda mitad, se vuelve ridículo y hasta cansino, con una resolución digna de Corín Tellado. Zemeckis lo hace de nuevo: pone en la mesa una historia de traiciones y dobles identidades, dibuja a una Cotillard como una hermosa aunque misteriosa Mata Hari, para luego subyugar su propia cinta en pos de una resolución romántica. Vamos, que para eso mejor no voy al cine y me quedo viendo televisión.

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