Periodismo imprescindible Jueves 31 de Octubre 2024

Café Society

Woody Allen viaja en el tiempo, otra vez, y ahora relata la historia de un triángulo amoroso de los años treinta
21 de Noviembre 2016
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En Café Society (USA, 2016), Woody Allen regresa a uno de sus lugares favoritos: el pasado. Desde Zelig (1983), hasta Midnight in Paris (2011), hasta Radio Days (1987) o La Rosa Púrpura del Cairo (1985), Allen es un insistente viajero en el tiempo, a veces con mejores resultados, a veces no tan buenos, pero es de notar ese gusto por estar en una época que no sea la suya.

Esta vez se trata del Hollywood de los años treinta, donde el glamur y las conversaciones entre estrellas de cine son justo lo que se conocía como “Café Society”. A ese epicentro de la cultura norteamericana es a donde llega, desde Nueva York, el joven Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), sobrino del poderoso productor de Hollywood Phil Stern (Steve Carell), y a quien le pedirá una oportunidad de trabajo en su poderoso imperio.

Es así como Bobby conoce a Vonnie (Kristen Stewart), la guapa secretaria de su tío. El flechazo es inmediato, le encanta la sencillez de la chica y su guapura, pero lo que Bobby no sospecha es que ella tiene un amante.

La película número 45 del prolífico Allen es un triángulo amoroso que poco a poco se complica, todo ello en medio del glamur de un Los Ángeles que despierta nostalgia. La estrella aquí, al menos en primera instancia, no es Allen ni sus actores: es el director de cámara, el legendario Vittorio Storaro, quien ha sido el fotógrafo encargado de obras maestras como Apocalypse Now (1079) y  El último tango en París (1972).

La prodigiosa cámara de Storaro dibuja un Hollywood de ensueño, justo como lo ha de recordar Allen (aunque jamás lo haya vivido, claro), en el que todo despierta cierta nostalgia. Es como si cada imagen fuera una postal de algún museo antiguo.

Allen toma una decisión interesante para su reparto, pues tanto Jesse Eisenberg como Kristen Stewart tienen fama de ser parcos y poco elocuentes;  sin embargo, la combinación funciona. Ella se ve radiante en ese vestuario tan de la época que decididamente busca que se vea femenina y delicada. Por su parte, Eisenberg cumple con el papel de ser el “Woody Allen” de esta historia, un Woody no tan paranoico como es costumbre, pero sí apesadumbrado y frágil.

Desde Clouds of Sils Maria (Assayas, 2014) ya no debería ser noticia que Kristen Stewart se transforma en una gran actriz que ha sabido quitarse poco a poco el estigma de la saga Crepúsculo. Aquí otra vez demuestra que tiene rango, carisma, y que si se lo propone puede enamorar a la cámara. Allen no erró en su elección.

Durante toda su filmografía, el director neoyorquino se ha fascinado por las siempre complicadas relaciones humanas y de pareja. Sabe de triángulos y de toda la geometría que puede haber entre una o más personas. Que esto sea un enredo amoroso no sorprende ni mucho menos, lo que llama la atención es el tono, terso y sin drama, aunque no exento de arrepentimiento.

“La vida es una comedia escrita por un autor cruel”, dice Bobby a Vonnie. La crueldad de Allen es ya de fino cirujano. El también guionista pondrá en jaque a sus amorosos personajes frente a sus propias decisiones: aquellas que se toman más por circunstancia que por convencimiento, aquellas que te alejan de un amor para luego vivir el cruel reencuentro. El peso de las decisiones es el villano de esta historia de un Allen extrañamente melancólico, siempre fino y exacto.

No es, por supuesto, su mejor película. Tampoco es la peor. Pero como es costumbre, está mucho más arriba de la media de cualquier cosa que esté hoy en la cartelera.

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