En algún momento de Los cascos blancos (The White Helmets), el nuevo mediometraje del experimentado documentalista Orlando von Einsiedel, una voz en off se pregunta “¿De qué sirve vivir sin esperanza?”, al tiempo que vemos en pantalla la terrible destrucción en Alepo, Siria, luego de un bombardeo aéreo.
La respuesta está en quien formula la pregunta. Se trata de los llamados Cascos Blancos, un grupo de voluntarios que ante la barbarie que ocurre día con día en Siria son justamente ellos los que mantienen viva la frágil llama de la esperanza. Se trata de jóvenes y adultos con diversas oficios (herreros, sastres, albañiles) que, ante la disyuntiva de huir de aquel horror, deciden quedarse para ayudar a las víctimas de los bombardeos: los sacan de entre los escombros, curan heridas y, en el peor de los casos, recuperan cadáveres para que se les dé sepultura.
Los Cascos Blancos surgen en 2012, luego de que el conflicto en Siria recrudece y los ataques ya no son entre tropas rebeldes, sino contra civiles. Es entonces que inicia el éxodo, pero hay un grupo de personas que prefiere quedarse, que se da cuenta de que no todos tienen la oportunidad de huir y son justo ellos los que más ayuda necesitan.
Con cámara en mano (que en realidad en muchas de las tomas se trata de una cámara portátil tipo GoPro), Einsiedel acompaña a estos auténticos héroes en su día a día. Cual bomberos, los Cascos Blancos esperan en su cuartel, comen juntos, hay camaradería, y de repente viene el estruendo de los aviones, entonces hay que alzar la vista al cielo para ver dónde es el bombardeo, subirse a los vehículos y correr hacia la zona de la cual todos huyen. El sentido de oportunidad del director es supremo, pues logra registrar el terror, la tragedia, y sí, la emoción que deben sentir estos hombres al salvar vidas, al poner la propia en peligro.
Así, en el punto más increíble de este cortometraje documental, la cámara nos hace testigos de uno de los rescates más trágicos y a la vez esperanzadores. Casi a punto de abandonar una zona de bombardeos, donde han sido pocos los que han rescatado con vida y más los cadáveres recuperados, a lo lejos se escucha un llanto, los equipos trabajan y logran arrebatarle a los escombros, a la muerte, a la barbarie, un pequeño bebé, que en ese momento se vuelve el hijo de todos los rescatistas.
Sin embargo estos héroes no son optimistas, muchos sólo ven el conflicto recrudecer, más aún con el involucramiento de Rusia. “Esto no tiene solución, la matanza no se detendrá”. Pero ello tampoco los detiene; han salvado más de 180 000 vidas y han muerto 130 Cascos Blancos en el cumplimiento de su deber.
Netflix, la compañía de contenidos en streaming, compró recientemente este documental y trabajó no sólo para que llegara a la ceremonia del Oscar, sino para que ganara en la categoría de mejor cortometraje documental. Luego de ya varios intentos, es la primera vez que una producción de Netflix consigue un Oscar, aunque su competidor, Amazon, se llevó también dos preseas el pasado domingo por mejor actor y mejor guion original con su producción Manchester By the Sea.
Como estrategia de mercado, el movimiento le ha salido de maravilla a Netflix, quien con este Oscar encuentra nuevo aliento para convertirse no tanto en un servicio de streaming, sino en una productora y un canal de contenido independiente. La gente irá a Netflix no por su catálogo (cada vez más pobre, por cierto), sino por sus producciones, de las que ahora ya puede presumir un Oscar.
El premio fue justo y merecido. The White Helmets es un documental que en apenas 40 minutos te hace consciente del horror que se vive en Siria y de lo urgente de una acción multinacional conjunta para detener la barbarie. Mientras eso pasa, los Cascos Blancos trabajan bajo su lema que es dogma: “Salvar una vida, es salvar a la humanidad”.