Revista Cambio

Chavela

Antes que Chavela, primero existió María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano. De familia sumamente conservadora, desde joven María Isabel mostró su disgusto por la ropa femenina: vestía pantalón, camisa y tenía el pelo recogido. A los 17 años, luego del divorcio de sus padres, huye de su natal Costa Rica rumbo a México. Y es aquí donde María Isabel, a punta de juergas de tequila y canciones de José Alfredo, se convierte en esa leyenda, iconoclasta y rebelde, llamada Chavela Vargas.

En 1991, las productoras, activistas y directoras Catherine Gund y Daresha Kyi tuvieron la oportunidad de charlar con la mismísima Chavela en su casa de Cuernavaca. Afable, entera, la mujer abre el baúl de su propia historia sin reserva alguna. “Pregúntenme lo que quieran”.

El resultado de esa larga plática con la cantante, así como con otras mujeres que fueron clave en su historia de vida, son registrados en el documental, Chavela, que si bien no es el único que se ha filmado sobre la vida de la famosa cantante mexicana, es el mejor toda vez que cuenta con el privilegio de ser cantado por la propia intérprete.

Rompiendo el esquema de la mujer que canta ranchero –con vestido amplio, trenzas, crinolina, maquillaje y coquetería sobreimpuesta–, Vargas cuenta que lo intentó, pero que ni sabía andar en tacones y que con el maquillaje “parecía travesti”. El vestido lo reemplazó por pantalones y camisa, el maquillaje por un peinado recogido hacia atrás y el rebozo por un tremendo zarape. Su voz tampoco era común. Mientras las demás cantantes buscaban tonos dulces y coquetos, el vozarrón de Chavela era un cañón: ruidoso, fuerte, cimbraba el escenario.

Pronto conoció al profeta, al ídolo, a su padre artístico, José Alfredo Jiménez. Y en un largo bautizo de tequila, poco a poco se abrió paso en una juerga que hasta entonces estaba reservada para los hombres. Se convertiría en una mujer más macha y más borracha. Legendarias fueron aquellas fiestas en el Tenampa junto con José Alfredo, al grado que el dueño del lugar sufría al verlos llegar porque ello era sinónimo de que el alcohol se acabaría. De viernes a domingo, José Alfredo y Chavela vivían la única vida que sabían vivir: la de la fiesta, las canciones, las lágrimas y el alcohol.

Chavela es la oda al exceso como fuente de eterna juventud. José Alfredo ya no aguantó la fiesta (muere en 1973 a los 47 años de edad), no obstante, para Chavela la juerga apenas comenzaba, sólo cambió de escenario: las playas de Acapulco. La fiesta se torna internacional. Ufana, la mujer que (como Juan Gabriel) nunca confesó su homosexualidad, aunque tampoco la ocultó, presume haber enamorado en el famoso puerto de Guerrero a esposas de actores y ministros. “Un día amanecí con Ava Gardner”.

La cámara de Catherine y Daresha miran con profunda admiración a la cantante, pero no se dejan seducir por completo: contrastan la memoria de Chavela con el testimonio de personas cercanas, viejos amores, gente que la admiró e incluso la padeció. “Era encantadora, pero también una persona muy difícil, explosiva”, narra a cuadro Alicia Elena Pérez Duarte, una de sus amantes más influyentes, aquella que tuvo que lidiar con su alcoholismo y que básicamente la salvó de que este la destruyera.

Vendría entonces el renacimiento. La admiración de personajes como Pedro Almodóvar que la lleva a cantar a España y la incluye en sus películas. Es la época en que las cantinas son reemplazadas por escenarios, hasta llegar a Bellas Artes.

Chavela es un documental íntimo, pleno en sentimientos y que, sin embargo, no endiosa al personaje; acepta sus claroscuros y sus contradicciones como parte fundamental de la cantante. De manufactura absolutamente femenina, se trata de un réquiem armado desde la admiración, una forma de decirle a la gran Chavela: ojalá que te vaya bonito.

 

Dirección y guion: Catherine Gund y Daresha Kyi.

Producción: Laura Pilloni, Catherine Gund, Daresha Kyi, entre otros. EU, 2017.

Fotografía: Natalia Cuevas, Catherine Gund y Paula Gutiérrez Orio.

Edición: Carla Gutiérrez.