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El Chapo

Dos directores, un equipo de escritores –entre ellos el periodista Alejandro Almazán– y muchas precauciones, marcaron el destino de esta serie filmada casi en la clandestinidad.
26 de Junio 2017
Especial
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Bajo  la amenaza de recibir una demanda por uso de imagen y filmada casi clandestinamente en Colombia, Netflix y Univisión estrenan la narcoserie de uno de los capos más importantes en la historia del narcotráfico: Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo Guzmán.

A diferencia de las ya muchas series que usualmente se abocan a figuras notables del narcotráfico ya fallecidas o encarceladas, El Chapo comenzó a producirse previa a su más reciente recaptura, meses antes de que fuera enviado a su actual morada, en una cárcel de Nueva York. Esto agregó un factor de peligro a la producción, misma que, ante la falta de garantías por parte de las autoridades de la Ciudad de México (CDMX), decidió llevar la filmación a Colombia donde –mediante un nombre falso que hacía creer a los curiosos que se trataba de una telenovela– se recrearon calles de Guadalajara y la CDMX para filmar lo más posible en exteriores. La serie es dirigida por la dupla de directores mexicanos José Manuel Cravioto y Ernesto Contreras, en cuya filmografía destacan el documental sobre el grupo Café Tacvba (Seguir siendo, 2010), el muy logrado thriller de acción Mexican gangster (Cravioto, 2014) y la ganadora del Ariel a Mejor Película Parpados azules (Contreras, 2007).

Las habilidades combinadas de estos dos directores prometían una serie con alto contenido de narrativa cinematográfica, pero desgraciadamente no es el caso. El Chapo tiene una estructura sumamente convencional, con actuaciones apenas competentes y sin la mayor intención de innovar o sorprender. Se trata vilmente del recuento de los hechos que llevaron a Joaquín Guzmán de ser un segundón en la organización de Miguel Ángel Félix Gallardo hasta convertirse, con lujo de violencia, en el líder del cártel.

Con un ritmo siempre abrupto, comprimiendo hechos que ocurrieron en años en tan sólo algunos minutos, la narrativa del ascenso de El Chapo se describe rápidamente, sin perder tiempo en desarrollar a los personajes ni tampoco para explorar la psique de alguien como Loera, quien simplemente es dibujado como un hombre ambicioso, violento, capaz de escapar de toda situación a punta de balazos o de billetazos, que corrompe a toda autoridad posible, de cualquier nivel de gobierno.

El famoso narcotraficante es interpretado por el actor mexicano Marco de la O, quien con este papel se sacó la rifa del tigre. Y es que a diferencia de lo que pasa con un personaje como Pablo Escobar, es casi nulo el material de referencia sobre El Chapo. O dicho de otra forma: no sabemos cómo habla, cómo camina, ni cómo conquista a sus mujeres el líder del cártel de Sinaloa. De la O se libra del entuerto, aunque no con mucha gracia.

Si bien los hechos suceden en México, los guionistas no se atreven a mencionar a ciertos personajes por su nombre (por ejemplo, al presidente Carlos Salinas de Gortari, ni tampoco a su secretario de la defensa, Antonio Riviello Bazán), tampoco usan el escudo nacional mexicano (aunque utilizan una versión muy parecida) ni mencionan al PRI por su nombre y logotipo.

Apoyada en su guion por el periodista Alejandro Almazán (uno de los que más cerca ha estado a las historias y los hechos del narcotráfico en México), la serie no deja de tener ciertos elementos incendiarios: toma como válida la hipótesis de que el gobierno de Salinas pactó con los narcotraficantes la captura de El Chapo, niega la versión de que al cardenal Posadas Ocampo lo mataran por error, y en general mantiene la teoría de que el gobierno federal, más que aplicar la ley, trataba de pactar con el propósito de frenar la violencia.

No hay que olvidar que El Chapo es ficción aunque, realidad o no, la polémica que puedan desatar estas teorías no es suficiente como para desarrollar una serie digna del tema y de su personaje.

Resulta increíble que luego de una serie con altos valores de producción como lo fue Narcos (con grandes actuaciones, una extraordinaria cinematografía y la presencia magnética de Wagner Moura), Netflix permitiera la producción de ésta, donde se notan las prisas, el miedo y la falta de actuaciones de peso. El abogado de El Chapo manifestó (y esto no es broma) que el narcotraficante estaba dispuesto a cooperar (por una módica cuota) en la elaboración de esta serie. Tal vez Netflix debió haberle tomado la palabra.

Dirección: José Manuel Cravioto y Ernesto Contreras.

Guion: Silvana Aguirre, Carlos Contreras, Alejandro Almazán.

Producción: Daniel Posada, Josué Méndez, entre otros. Colombia, 2016.

Edición: Jorge Macaya, entre otros.

Fotografía: Iván Hernández.

Con: Marco de la O, Humberto Busto, Danny Pardo, entre otros.

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