A mediados de la década de los noventa, el periodista vuelto productor, Epigmenio Ibarra, revolucionó el género más poderoso y de más tradición en la televisión mexicana: la telenovela. Con Mirada de mujer y Nada personal la telenovela en México se atrevió a tocar temas polémicos como los asesinatos políticos, las relaciones de pareja de mujeres adultas con hombres mucho más jóvenes, el sexo promiscuo, la corrupción del gobierno o la mujer empoderada que usualmente estaban vetados de la televisión.
El cambio fue bienvenido por un público que rompió los ratings de audiencia. Sin embargo, lo que debió provocar una nueva era en la televisión mexicana, con telenovelas de trasfondo más crítico y menos escapista, no tuvo mayor eco. La telenovela en México todavía es, principalmente, un rebuscado remake de La cenicienta.
Veinte años más tarde, y luego del auge de la series de televisión, Ibarra vuelve a intentarlo, esta vez desde el cobijo de Netflix, en una producción que juega con la realidad nacional como entretelón de su historia.
En Ingobernable, Emilia Urquiza (Kate del Castillo) es la esposa del presidente de México, Diego Nava (Erik Hayser, con obvio parecido a Enrique Peña Nieto), ella le ha pedido el divorcio por razones que aún no se explican. Encolerizado, el presidente busca a su esposa (hospedada en un hotel del centro de la Ciudad de México) y la encara. Hay golpes, ella saca un arma, forcejean, y de repente vemos como el cuerpo del presidente Nava cae de un décimo piso. Obviamente no sobrevive.
La sospechosa, claro, es Emilia quien, como puede, escapa del lugar burlando al Estado Mayor Presidencial y refugiándose con una familia en Tepito, al tiempo que la noticia recorre todo el país mientras que el secretario de Gobernación (Álvaro Guerrero, muy en su papel) asume por mandato constitucional la Presidencia de la República.
Mucho se especuló sobre si Ingobernable sería el vehículo con el que Epigmenio Ibarra (cuyas inclinaciones hacia la izquierda son bien conocidas) haría una crítica directa a la presidencia de Enrique Peña Nieto con miras al 2018. Pero sólo basta ver el primer capítulo de esta serie para disipar las dudas: se trata de un thriller político-policiaco con muchos guiños hacia House of Cards (la exitosa serie protagonizada por Kevin Spacey sobre una ficticia presidencia de los Estados Unidos), pero con una manufactura que la sitúa dentro del género más clásico de la telenovela.
Los diálogos, las actuaciones, y el guión de la historia parecen no basarse en la realidad sino en los mitos de la política mexicana, por ejemplo: hay túneles secretos en la ciudad, que van desde Tepito hasta cualquier sitio en la urbe; la mafia colombiana es un fuerte jugador político en México; hay conspiradores dentro del gobierno coludidos con misteriosos hombres en Estados Unidos, fueron los empresarios quienes compraron la presidencia y encumbraron al hoy presidente, y así por el estilo.
Lo que dos décadas atrás podría haber sido novedoso, casi revolucionario, hoy apenas es un producto con buena manufactura que dista mucho de aquel género que buscaba revolucionar. Lo que antes era una buena telenovela ahora no alcanza ni para hacer una serie mediana.
Ingobernable se volverá relevante sólo si, como en su momento lo hicieron Mirada de mujer y Nada personal, se deciden por abordar temas coyunturales o de la realidad nacional y no dejarse llevar por las leyendas urbanas que rodean al poder. En la polémica que desate a futuro estará la clave de su rating, y no tanto en la historia de una mujer que debe huir del poder apabullante de un Estado de telenovela.