POR JAVIER PÉREZ
Desde que Pablo Baksht y Carlos Carrera trabajaron juntos en El héroe (1994), el primero como productor y el segundo como director del cortometraje animado con el que Carrera fue reconocido con la Palma de Oro del Festival de Cannes, les surgió la idea de crear un largometraje de animación. “Queríamos hacer algo diferente, especial, como fue El héroe en su momento, que sentimos fue un parteaguas en la animación mexicana –cuenta Pablo–. Hizo que mucha gente se empezara a dedicar a la animación, y que hubiera apoyos para hacer cortometrajes, y se han hecho algunos maravillosos. Los animadores mexicanos nos pidieron ayuda, nos dijeron ‘ya no hay apoyos, échennos la mano’, y armamos un plan, lo presentamos en varios lugares y ahí surgió la idea de hacer largometrajes, y ahí empezamos a preparar varios guiones”.
En 2008 comenzaron los primeros tratamientos con el fin de adaptar la novela gráfica. La producción inició hacia principios de 2011, luego se interrumpió durante un par de años porque tuvieron que reestructurar el esquema de financiamiento y pasaron otros dos años y medio para que al fin la terminaran. “Las películas de animación son muy tardadas, queden bien, queden mal, sea animación sencilla o demasiado complicada –cuenta Carrera, director de filmes como La mujer de Benjamín o El crimen del padre Amaro–. La película está terminada desde hace un ratote, ya hice otras cosas, una serie. Pero no había salido porque estábamos buscando el momento propicio, un espacio para estrenarla, por la competencia”.
Ana y Bruno es una película excepcional. Tiene una técnica impecable, una estética propia y una historia con muchos caminos interpretativos. “Es una historia fuera de serie –dice Pablo–, que permitió que consiguiéramos el mayor presupuesto en la historia del cine mexicano para hacerla, y sumó a más de 500 personas que aparecen en los créditos y que aguantó durante muchos años los obstáculos que tuvo que superar con el propósito de llegar a la pantalla y terminarse como queríamos y la imaginábamos”.
La intención era hacerla completamente en México. Sin embargo, que un inversor se retirara y entrara uno diferente no sólo retrasó el proyecto, también implicó cambios en el esquema de producción. La primera parte de la película se hizo totalmente en México “y luego de la otra mitad hay un pedacito animado en otro estudio en México, Ánima Estudios, y para el resto un grupo de artistas mexicanos dirigió a un equipo de animación en la India, un estudio en Hyderabad. Y así acabó. Y los últimos procesos, como el render y la iluminación, se hicieron en la India”, explica Carrera.
Pero ese no fue el único camino explorado. Pablo Baksht fue a Canadá, Francia y otros países de Europa que ofrecen subsidios a la producción cinematográfica. “El problema era la diferencia de costos y de salarios, los porcentajes que manejan. Fuimos a América Latina, que no había dinero. Fuimos a Estados Unidos, pero querían meter un dólar y cambiar el guion y meterse en lo creativo. Y eso no lo queríamos. Finalmente entre 77 mexicanos la hicimos. Muchos fueron los mismos animadores de la primera etapa, que aportaron parte de sus sueldos; estaban felices con lo que estaban haciendo y son socios de la película”.
La historia de Ana y Bruno, cinta animada que se estrena el 31 de agosto, toca temas como la locura, la aceptación, la confrontación de los miedos y la muerte. “Todo mundo se va por la historia dura, pero también es una película de aventuras, de amistad y es una película de chistes, nada más faltaron las canciones para que tuviera de todo –explica Carrera–. Es una historia muy humana que habla de la amistad, del amor filial y de la imaginación y de quién está más o menos fuera de la realidad, es decir, cómo percibes la realidad y cuáles son los criterios para juzgar si alguien es normal o anormal”.
Ana llega a una clínica psiquiátrica junto con su madre, quien la manda a buscar a su papá con el fin de que la ayude a salir del lugar. En su aventura la acompañan una serie de personajes fantásticos, liderados por Bruno, y un niño ciego a quien conoce en la estación de trenes. La historia se ubica en algún punto del pasado. “Es como en los años cincuenta”, dice el director.
Hubo dos razones para ello. “El tratamiento de los enfermos mentales, que podría haber sido así de los cincuenta a los setenta, y también porque la historia no hubiera funcionado en nuestra época. Sí necesitaba un lugar donde fuera difícil comunicarse, moverse. Si no, le habla con el celular y ya. Tenía que haber más obstáculos, y esos eran de la vida pasada, ahorita ya tenemos resueltos muchos gracias a la tecnología”.
Carrera, quien ha dirigido cine en México durante casi 30 años, asegura que todavía es difícil filmar películas. “Y mientras más raras y poco convencionales sean, son más difíciles de producir porque los que ponen los dineros tienen más miedo. Hacer películas de animación tan complejas y caras en México es complicado”.
Sin embargo, aun así, es un buen momento para los directores, pues se hacen muchas series destinadas a distintas plataformas y también filmes. “Tenemos trabajo, y eso está bien”.
Lo que no está bien, sostiene Carrera, es que la mayoría sean comedias. “Yo creo que el público sí quiere ver más cosas, pero si las salas se ocupan con comedia romántica, no tengo nada contra el género, limitan a las otras que también pueden tener una propuesta interesante a nivel historia y que no lleguen a las pantallas en las mismas condiciones”.
En el caso de Ana y Bruno, película cuya estética remite de inmediato a El héroe, “no va a salir tan fuerte, aunque tampoco tan mal. Dependiendo de la reacción del público ocuparía más espacios”.