Revista Cambio

Yo, Ken Loach

A diferencia de muchos de sus contemporáneos que han sucumbido al canto de las sirenas de Hollywood, este director británico todavía crea cine del pueblo, sobre el pueblo y para el pueblo. El cine de Loach sería aburridísimo a no ser que estuviéramos frente a un verdadero autor. Como buen cineasta, sabe que el reto no es mantener las obsesiones frescas sino saber plasmarlas de diferentes formas y estilos. Loach puede ir del drama puro (Kes, 1980) al humor delirante (Looking for Eric, 2009), e incluso pasar por el cine documental (Which Side Are You On?, 1985), pero siempre manteniendo la misma línea temática. Su más reciente filme es predecible: una suma de estas obsesiones.

El Daniel Blake del título de la cinta (interpretado por el comediante inglés Dave Johns) es un carpintero, viudo, quien sufre un padecimiento del corazón. Su doctor le ha indicado que deje de trabajar, por lo cual lo envía a la oficina correspondiente para que solicite su pensión por incapacidad. En aquel lugar, una señorita de voz y ademanes robóticos (que por supuesto no es doctora) comienza a espetarle un largo cuestionario a un extrañado Blake que responde de mala gana, puesto que nada de lo que le pregunta tiene que ver con padecimientos del corazón: que si puede mover un brazo, que si escucha bien, que si puede caminar, y un largo etcétera.

Luego de perder el tiempo en esa oficina, una carta llega a su casa: le han negado la incapacidad debido a que la señorita de voz robótica determinó que sí puede trabajar. Después de horas de espera en un call center, finalmente alguien lo atiende y explica el problema: su doctor dice que no puede trabajar, pero la oficina de pensiones sí. No se puede hacer nada, resulta que la carta que recibió debe ser precedida por una llamada, sin esa llamada no hay registro de que Blake esté enterado de la negativa. Debe esperar a que le llamen para notificarle oficialmente algo que ya sabe: que le negaron la pensión, sin embargo tampoco puede regresar a trabajar porque el doctor se lo ha prohibido.

Parece una comedia de enredos; no obstante, el hecho es que el director muestra esos pequeños infiernos cotidianos a los que el sistema de salud (en este caso el británico) somete a sus derechohabientes. Siempre con un comentario irónico, con la furia entre los dientes, el viejo Blake irá de una oficina a otra, hablará con uno y otro encargados, para tratar de resolver su limbo burocrático, no sin solidarizarse con otras personas que sufren problemas similares, pero no se quejan por temor a que les nieguen la ayuda.

Blake es un tipo contestatario, inteligente, irónico, quien no por estar enfermo le pide limosna a nadie.

La cinta no puede (ni quiere) eludir los clichés, sin embargo aún dentro de estos Loach no pierde la brújula y nos entrega un personaje entrañable que se conecta con la realidad no sólo de Gran Bretaña sino de muchos países del Tercer Mundo, el nuestro incluido.

Ganadora el año pasado de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el premio desató polémica porque en la competencia había obras mucho más notables como Elle, del también veterano Paul Verhoeven. Algunos interpretaron la presea como una especie de homenaje en vida para el director, pues ha tenido en competencia más de trece filmes en la historia de Cannes y con este premio es de los pocos que lo ha ganado dos veces.

Al final es imposible no conectar la personalidad de Loach con la personalidad de Blake. Ambos de edad avanzada, ambos al borde de la jubilación, ambos incapaces de permanecer inmóviles ante las injusticias del sistema. Por mucho que moleste el cine de Loach, por mucho que incluso sea maniqueo y simplista, el mensaje no pierde fuerza: la clase trabajadora sigue igual o peor que hace 30 años, y Loach no se cansará de gritarlo, así tenga que seguir filmando o incluso escribir en las paredes “Yo, Ken Loach”.