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Celebrar a 39 de los mejores escritores

El Hay Festival Querétaro inicia esta semana y algunos escritores que participarán en esta edición nos platicaron lo que significa la literatura para ellos y qué los motiva a 
continuar en ese oficio
04 de Septiembre 2017
Cultura
Cultura

Por Javier Pérez

Crear listados es un ejercicio complicado. Más cuando implica una selección, y no cualquiera, sino la de 39 de los mejores –que no los mejores– escritores latinoamericanos menores de 40 años. Es la segunda vez que el Hay Festival elabora una lista así. La primera  fue hace 10 años y, como ahora, también se llamó Bogotá 39. Para la edición 2017 hubo un jurado. Carmen Boullosa, Darío Jaramillo y Leila Guerriero. También hubo nominados, aunque no pudieron aplicar por sí mismos; los eligieron los escritores de la primera lista y más de 80 editoriales que publican autores latinoamericanos. Se contaron más de 200 nominaciones para las cuales se pidieron extractos de textos y una biografía. Y cuando el jurado debió reducir la lista a 39, inevitablemente intervinieron las subjetividades.

La selección causó polémica. En México, por ejemplo, se habló de centralismo y hubo enconos por las ausencias. En los otros países se criticó la poca presencia de voces femeninas: apenas un tercio. Sin embargo, la lista, que se convertirá en una antología que incluirá textos de los 39 escritores anotados en ella y que publicarán distintas editoriales independientes de diferentes países, finalmente es una muestra representativa del momento por el que atraviesa la literatura latinoamericana.

Entrevistamos a nueve de los seleccionados –algunos estarán en el Hay Festival Querétaro del 7 al 10 de septiembre– con el propósito de darnos una idea de lo que significa la literatura para estos autores y qué los motiva a continuar con un oficio tan solitario.

Sobre la lista

—No son los mejores, son de los mejores –dice Cristina Fuentes Laroche, directora de Hay Festival para América Latina–. Es importante hacer esta aclaración porque, como en toda lista, hay gente que se ha quedado fuera y que también debería estar, pero retomo un poco el comentario del jurado de que había mucho talento, que fue muy difícil escoger 39, que deberían haber sido más. La idea es celebrarlos.

—Es una lista que le gustó a un jurado al que le parece que representa un momento en la literatura. Podría haber otros 39 autores diferentes y nadie se podría poner de acuerdo, no sólo por la dificultad de esa selección sino por la esencia de la literatura: es completamente subjetiva –opina Felipe Restrepo (Colombia, 1978), autor de Formas de evasión–. Los que estamos incluidos no nos consideramos mejores que nuestros colegas que no quedaron.

—Toda lista es discutible, y toda lista que se presenta con cierta pompa va a generar polémica. La literatura es un territorio de escasas oportunidades, y las listas son una forma de estar a la vista. Lo bueno es que permiten una brújula para posibles lectores –dice Juan Manuel Robles (Perú, 1978), autor de Nuevos juguetes de la guerra fría–. Un escritor, lo quiera o no, está inmerso en un mercado editorial, el cual vende “productos” que no son fáciles de circular. El libro requiere una validación cultural: así fue como descubrimos a Borges en la secundaria, a Cortázar en la universidad. Pero ese espesor de años no existe en los nuevos títulos. Por eso se necesita el faro de la prescripción cultural. Y B39 es un faro privilegiado.

—Creo que responde al interés de una institución, la necesidad de una institución, y es válido –Emiliano Monge (México, 1978), autor de Las tierras arrasadas–. El Hay está en su derecho de hacer una lista y publicitar así cierta literatura y al mismo festival y la labor que hace. Las listas se han puesto de moda, llevamos unos años con ellas y siempre creo lo mismo: si el jurado hubiera sido otro, muy probablemente los 39 de la lista serían otros con el mismo derecho y la misma calidad editorial y literaria para estar porque creo que la literatura latinoamericana está en un muy buen momento.

—Uno es consciente de la importancia de formar parte de una lista como esta pero también sabe que, como toda lista, goza de dos características frecuentes: es limitada y caprichosa – Diego Erlan (Argentina, 1979), autor de La disolución–. Es un recorte. Inevitablemente lleva consigo conflictos: el criterio no es el mismo y menos en el arte.

—Ya ni siquiera sé qué pensar porque en un sentido teórico abstracto, uno pensaría que estas listas son una muestra que puede servir para que la gente se acerque a conocer cierto tipo de literatura –Eduardo Rabasa (México, 1978), autor de Cinta negra y editor en Sexto Piso–. En teoría lo vería sano, inocuo, aunque ya en la práctica generan tanto encono y tanta polémica que uno se pregunta si no son contraproducentes. Me ha generado problemas, incluso con autores de mi editorial.

—No creo que deba asignársele a esta ni a ninguna otra lista una importancia excesiva – Daniel Saldaña Paris (México, 1984), autor de En medio de extrañas víctimas–: toda selección implica un criterio subjetivo, y es importante que los lectores tengan muchos elementos para elegir los libros y los autores que leen, sin confiar en una sola lista o un sólo criterio de selección.

Sobre la literatura

—Es como preguntarme ¿qué significa para ti el amor? –Laia Jufresa (México, 1983), autora de La apuesta–. No sabría qué decir. Sí puedo, en cambio, pensar en la gente y las cosas que amo y en cómo me relaciono con ellas o cómo me hacen sentir. Lo mismo con leer y escribir: es puntual y personal y es un modo de estar en el mundo, dando y recibiendo.

—Para mí la literatura es el lugar en el que vivo, es de lo que vivo, para lo que vivo –dice Monge–. Es lo que creo que sé hacer o más bien lo que me interesa hacer y leer. Me parece que es la posibilidad que tenemos los habitantes de un lugar como México de salir de los ciclos de violencia. La literatura es la puerta de entrada a la empatía. Y la empatía es el camino de regreso para sanar a una sociedad de la violencia.

—Esto sólo se puede responder de una forma muy modesta y muy personal, y desde luego no va a haber una única respuesta ni una respuesta correcta –Brenda Lozano (México, 1981), autora de Cómo piensan las piedras–. La literatura es una gran pregunta y esa pregunta tiene algo de espejo, que es en lo que uno se refleja. Una pregunta que quizás te lleva a otras, eso hacen al menos los libros que me gustan: te descolocan más o te llevan a preguntas que no tenías antes. Es lo chingón de la literatura.

—La literatura es un estado alterado de la conciencia –opina Erlan–. Y la representación del proceso es como si golpeara un muro con la cabeza, hasta que esa pared empieza a resquebrajarse: la literatura es la ilusión del paisaje que encontraremos detrás de ese muro.

—No es la única, pero sí una de las mejores maneras que existen de aproximarse lo más que se pueda a situarse en la mente y la piel de otra persona –dice Rabasa–. Es una de las cuestiones más estimulantes que ofrece la existencia porque te permite trascender barreras lingüísticas, geográficas, incluso de género y temporales.

—Es un modo de estar en el mundo, de conocer mi contexto y conocerme a mí mismo (aunque suene cursi) –comenta Saldaña.

Sobre la motivación

—Por un lado, me motiva la realidad que nos rodea, cuestionarla, hacer preguntas, buscar otras formas de pensarla –Gabriela Jáuregui (México, 1979), autora de La memoria de las cosas–. Por el otro lado, me motivan otros autores y lo que escriben.

—Esa trampa de palabras, en la que nadie en su sano juicio se encerraría, es una forma de aislarse que enajena, obsesiona y nos deja temporalmente inaptos para el mundo real –dice Robles–. La lectura es mil veces más placentera que la escritura, y mucho más civilizada como costumbre. Pero el escritor se permite ser arquitecto, obrero, decorador y usuario final de su propia obra.

—Soy bastante infeliz cuando no estoy escribiendo –opina Jufresa–. Pero escribir tampoco es como darse un baño caliente, es más amplio. “Estoy escribiendo” no sólo son las horas de trabajo sino todas, porque tener un proyecto es tener un refugio mental al cual volver en cualquier momento, y también como ir por el mundo con una red en la cabeza, que va filtrando todo lo que pueda servirte. No significa que tengas mejor memoria o prestes mayor atención, pero sí que vas con las antenas paradas para las cosas que pican tu curiosidad.

—Uno se puede relacionar de formas muy distintas con la escritura o con el motivo, con esa máquina que te lleva a hacer un texto y otro texto –dice Lozano–. En mi caso hay una relación más bien feliz, por usar una palabra extrema. Es muy estimulante, como efervescente, como de ganas de saber qué sigue y qué pasa, por dónde te va llevando esa historia. No hay nada en lo personal que me dé esa misma sensación, entonces es algo que quiero seguir haciendo siempre.

—Vivimos una época particularmente convulsa y violenta, hay muchísimos aspectos de esta realidad que me tocan, que no comprendo, que incluso me producen impotencia, frustración o coraje –comenta Rabasa–. La escritura ha sido una forma de explorarlos y tratar de comprenderlos e incluso en unos casos, con temas más personales, tratar de hacer las paces.

—Si hay algo difícil es escribir, buscar la disciplina, es muy doloroso, en el sentido de que toma mucho de ti sentarte a escribir –opina Restrepo–. Al final lo que lo motiva a uno, ya después de pasar todas esas dificultades, es encontrarse con la interacción con los lectores. Me parece una satisfacción enorme y es lo que me empuja a seguir haciéndolo.

—Escribir genera cierta adicción –dice Monge–. No escribir, sino habitar un espacio: cuando escribes, sobre todo una novela, generas un mundo en el que durante años habitas paralelamente al de la realidad que nos tocó. Esa sensación de vivir en dos espacios genera una adicción muy peculiar y, como cuando terminas un libro ese universo que construiste desaparece para siempre, empiezas a buscar uno nuevo.

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