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Contra los hijos

Supo desde la adolescencia que no quería ser madre, y cuando lo anunció su familia se escandalizó, pero la escritora Lina Meruane no sólo se ha mantenido firme hasta ahora a sus 47 años, sino que ha desatado polémica tras publicar un libro con sus razones para no incluir la maternidad en su vida
08 de Mayo 2017
Especial
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POR MIRIAM CANALES

“Nunca apareció en mi horizonte el deseo materno. A los quince años anuncié a mi familia que no iba a ser madre. No tenía interés tampoco en novios ni en maridos, menos en hijos. A mi abuela le escandalizó que no quería hacer esa vida que a ella le parecía digna de una mujer”. Chilena de nacimiento, se crió bajo una dictadura feroz que concluyó en 1989, año en que ingresó a la universidad para estudiar periodismo y sociología. En su incipiente veintena emigró a España para incursionar en talleres de escritura, tomar aire y corregir su primera novela. Al no conseguir una beca o papeles cambió su ruta hacia Nueva York, el cual le abrió un espacio de reflexión y de escritura no considerados, la del ensayo académico y literario. Lina Meruane ha generado polémica tras la publicación de su prolijo y temerario ensayo Contra los hijos, donde expone de forma muy documentada sus objeciones contra este rol tradicional, sobre el cual conversamos con ella.

M.C. En el libro haces referencia específica a las madres-escritoras, ¿ellas tienen más probabilidades de sufrir la maternidad?

L.M. Tomé a la madre-escritora como ejemplo de mujer que tiene un trabajo remunerado y otro que no, que es el doméstico, al que le agrega la maternidad. Tener tres trabajos y no tener colaboración de ningún tipo (pareja, familia o Estado) es sin duda muy duro, es lo que me dijeron muchas de estas con las que hablé. Pero esto no sólo le sucede a las escritoras sino a muchas artistas y otras profesionales.

M.C. ¿Qué otras reacciones has tenido respecto al libro?

L.M. No he prestado atención a la recepción mediática; sé que este tema despierta pasiones virulentas, ataques personales y toda clase de despropósitos. Las reseñas, en cambio, suelen interesarme y las leo con atención porque he pensado responder a algunas observaciones y críticas valiosas. En las presentaciones, lo que más me ha sorprendido es la cantidad de cosas que la gente usa para “demostrarme” que tener hijos es biológicamente necesario. Una vez, un médico se levantó para decirme que “estaba estudiado” que las mujeres sin hijos solían sufrir más de cáncer. Cuando le pedí datos sobre el estudio, me dijo que se había hecho en un convento. Lo que él no tomaba en cuenta era la depresión que podían estar sufriendo esas monjas en el encierro –la depresión, como se sabe, es un dato de la causa. Lo que vislumbré en ese comentario, un argumento muy sofisticado y muy perverso, es que él me estaba lanzando el cáncer como castigo por no ser madre. Pero yo conozco a más madres que han tenido cáncer (por uso de hormonas recetadas por médicos durante la menopausia) que a mujeres sin hijos.

M.C.¿Cuál es tu opinión de “exhibir” a los hijos en las redes sociales como evidencia de “felicidad”?

L.M. La misma que tengo de quienes muestran a sus mascotas o a sus amigos o las portadas de sus libros, las cosas y personas que los hacen felices u orgullosos. No tengo nada en contra. Pero salvo que sean los hijos, mascotas o libros de gente muy querida, los quito de mis notificaciones de Facebook para darle prioridad a la gente que comenta cuestiones literarias o políticas que me interesan más.

M.C. ¿Qué opinas de que las mascotas sean los nuevos hijos con todo y los apegos de sus dueños?

L.M. Me parece que hay alguna forma de sublimación en la mascota, y tengo la certeza de que una mascota amarra mucho más que un hijo, porque estos eventualmente se independizan. No es que me importe que la gente se acompañe con mascotas pero sí ha llegado a indignarme que las traten como seres humanos que no son. Que las vistan, les pongan zapatos, les laven los dientes, las lleven a hoteles cuando salen de paseo, que duerman con ellos encima es algo que supera mi comprensión y me indigna. Hay demasiados niños abandonados y violentados en las calles y en centros de acogida, hay demasiados huérfanos de guerra. Si uno desea cuidar a alguien, ayudar a alguien, ¿por qué no elegir a otro ser humano?

M.C. ¿Qué opinas del cliché de “mujer solterona” que se aborda en historias como El diario de Bridget Jones?

L.M. La mujer soltera –solterona es despectivo y revela cómo se ve a la mujer sola– ha sido tratada de muchas maneras, pero te diría que casi todas revelan una incomodidad con lo que ella representa. Me pareció revelador lo que dice Javier Marías sobre sus tías solteras en una columna de El País. Después de alabarlas, por su genialidad y por su generosidad, pasa a decir que su mayor virtud es la abnegada entrega a sus sobrinos a quienes tratan como hijos sin pedir nada a cambio. Es una vuelta extraordinariamente conservadora: esa tía se convierte en la madrastra entrañable y paciente, graciosa y educada, provista de suficiente tiempo para dedicarle a esos niños ajenos a quienes llama “sus niños” e incluso a los hijos de esos sobrinos en la vejez. Es decir, la tía es definida, como ha sido siempre, por su relación con lo materno y no por su relación consigo misma.

M.C. Se ha dicho que las mujeres fomentamos el machismo consintiendo de más a los varones, ¿hay forma de romper este círculo vicioso?

L.M. Somos nuestras peores enemigas. Tenemos completamente incorporadas las leyes del patriarcado y nos encargamos de trasmitírselas tanto a nuestras hijas como a nuestros hijos. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie tiene un breve ensayo con 15 sugerencias sobre Cómo educar en el feminismo y lo recomiendo encarecidamente.

M.C. El rol de la “madre abnegada” es fuerte en México a través de íconos como la Virgen de Guadalupe, las telenovelas, etcétera. ¿Cómo se retrata esta imagen en Chile?

L.M. Eso que tú ves en México y que yo detecté en Chile, la existencia histórica del discurso materno que se ha visto potenciado en los últimos años, con un giro neoconservador en la política, no es sólo nuestro. Es una tendencia occidental. Yo lo percibí primero en mi país, porque tenía punto de comparación histórica, pero lo vi también en los Estados Unidos; luego, al ponerme a leer sobre este tema, y a hablar con gente de muchos lugares, me di cuenta de que lo mismo pasa en Argentina, en Alemania, en Francia, y es sobre todo entre las mujeres de las clases medias educadas y acomodadas que eran las que menos se habían dejado llevar por la obsesión materna.

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