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Garra y dolor en la Señora Klein

Tres mujeres al borde del arrebato emocional; las tres son connotadas psicoanalistas, pero su relación trasciende el vínculo profesional: madre e hija, maestra y alumna
23 de Enero 2017
Especial_Emoe
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POR JAVIER PÉREZ

En 1934, en Londres, Melanie Klein (Emoé de la Parra), una de las pioneras en el psicoanálisis infantil, está por salir hacia Budapest al funeral de su hijo. Sin embargo, a su casa han llegado su colega y aplicada discípula Paula Heimann (Alejandra Maldonado) y su hija Melitta Schmideberg (Paola Izquierdo), de quien se ha distanciado.

Esos son los personajes de Sra. Klein, obra del británico Nicholas Wright que se presenta en el teatro El Granero “Xavier Rojas” del Centro Cultural del Bosque hasta el próximo 5 de febrero en una versión traducida, dirigida y protagonizada por De la Parra. “Todo lo que pasa entre los tres personajes pasó en la realidad –explica la directora–. Y el autor está bien fundado, por supuesto que él lo condensa y hace que este enfrentamiento cobre una dimensión verbal y explícita en una sola noche donde se desatan todos los conflictos, entre Melitta y Melanie, entre Melitta y Paola y entre Paola y Melanie. De modo que no hay un falseamiento, pero sí una exageración”.

Dice que, de hecho, en la obra se destaca más la parte manipuladora de Klein que su parte creativa. Para representarla, ella decidió irse al extremo.

“Es lo más interesante para una puesta. Llevamos la obra a los extremos que nos permite sin traicionarla porque es más interesante ver cómo sacas garra y cómo sacas dolor. Nadie va a al teatro a ver familias felices y no ver conflictos. La felicidad es para vivirse, no para representarse”, sostiene Emoé, quien dio a sus compañeras la instrucción de jugar, en su sentido más primigenio, con todas sus herramientas disponibles para interpretar sus personajes al mismo tiempo que les pidió enfrentar el reto intelectual de hacer propio un texto lleno de términos complejos. Trabajaron durante medio año en cómo harían la puesta en escena y ahora cumplen la cuarta temporada.

Melanie Klein psicoanalizó a sus propios hijos, lo cual “es un detonador superinteresante y que a la luz más actual que la de aquella época, resulta bastante provocador. Y es uno de los resortes que mueven toda la obra”, dice De la Parra. Y Paola Izquierdo agrega: “Melitta, la hija de Melanie, se quedó sin mamá por tener una madre psicoanalista. Melanie Klein tuvo una serie de depresiones por las que por algunos periodos dejó a sus hijos con la abuela pero además, como comentaba Emoé, los psicoanalizó, entonces ella puso una distancia profesional con sus hijos, de modo que no eran más sus hijos, sino sus pacientes psicoanalizados. Y fueron conejillos de indias porque era pionera en el psicoanálisis de niños, no existía antes de ella y Ana Freud. Melitta se vuelve psicoanalista para acceder a su madre, pero resulta que la madre la ve como una rival que además no está a la altura y la aplasta como colega. Pero Melitta la ataca también brutalmente y trabaja con sus mayores detractores”.

La obra se desarrolla en un espacio blanco diseñado por Jorge Carrera, con sillas de diferentes tamaños y un diván amarillo colgado de la pared. “El espacio está muy estilizado deliberadamente. Quería romper con este realismo y para ello acudí a los creativos pertinentes para que no hubiera una referencia más que lejanamente a través del vestuario (de Carolina González Guerrero), pero que empiece a situarse en un lugar neutro y un poco más atrevido, con sillas chiquitas y grandotas con un sentido simbólico y que también evocan algo del juego infantil. Esto facilitó por un lado todos los elementos que el autor pedía, pero también fue una apuesta de puesta. Lo que traté que se lograra, exitosamente por lo menos hasta cierto punto, es que el énfasis estuviera no en la escenografía ni el vestuario, sino en las actuaciones, como es el teatro que a mí me gusta”.

El teatro El Granero se caracteriza por ser un espacio íntimo, con mucha cercanía con el público. En ese sentido, comenta Alejandra Maldonado, “es maravilloso porque nosotros tenemos un juego escénico que de por sí es gozoso, pero cuando llega el espectador le da sentido a lo que  hacemos y se convierte en una especie de nuevo creador. A partir de esta relación tan íntima que podemos tener por la cercanía, nosotros nos vamos en cada función con una nueva reflexión sobre la obra y con un nuevo reto”.

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