POR JAVIER PÉREZ
Aunque es autor de una veintena de libros que oscilan entre la narrativa, la crónica, el aforismo y el ensayo, el escritor mexicano Guillermo Fadanelli quiere mantenerse en la escena underground. Ha dicho hasta el hartazgo que ni siquiera le importa contar una historia, pero su lucidez es algo que nadie puede negar. Logra colocar al lector en la incomodidad que te da el no poder etiquetar el lugar hasta donde la lectura de sus textos te ha llevado.
Fadanelli publicó recientemente su novela Al final del periférico, una historia sobre un grupo de adolescentes que llega a una nueva colonia al sur de la Ciudad de México, muy cerca del Canal de Cuemanco, a mediados de los años setenta. Lo cierto es que el grupo lo conforman él y sus amigos, pues el autor de Mis mujeres muertas (2012) recurrió a sus recuerdos de adolescencia para crear esta novela.
En general, “prefiero leer a escribir, pero cuando escribo, el mundo a mi alrededor toma un aspecto real, deja de ser una mentira mal contada. Las cosas toman sentido y abandono mi estado de distracción y ambigüedad absoluta. La escritura me permite concentrarme”, asegura el autor que, aunque no suelen agradarle las entrevistas, accedió a responder algunas preguntas sobre él y su más reciente obra.
JP: ¿Por qué prefiere responder cuestionarios por escrito que verbalmente?
GF: Sé que puede resultar arrogante, pero es justo lo contrario. Prefiero responder por escrito para intentar ser más claro y porque la escritura es mi oficio. Trato de pensar en la respuesta y no decir lo primero que me pasa por la cabeza. Los dadaístas pensaban que el pensamiento nace en la boca, en la punta de la lengua. Sí, tenían razón, pero desde un punto de vista radical y artístico. Yo prefiero responder de forma escrita por cortesía a quien pregunta y a quien lee la entrevista.
JP: ¿Por qué decidió escribir una novela inspirada en hechos autobiográficos?
GF: No es la primera vez que lo hago. Anteriormente había escrito Educar a los topos (2006), novela acerca de mi vida internado en una escuela militar. Yo, en general, parto casi siempre de la experiencia propia y personal para después construir una historia o una ficción. La memoria es también una invención del presente y los recuerdos o las experiencias vividas son ideales para el estímulo de la imaginación y el mito. La autobiografía es también una invención literaria. En el caso de Al final del periférico, creo que casi cualquier lector encontrará allí sentimientos o vestigios de su propia experiencia porque la adolescencia es un estado común de formación y aprendizaje.
JP: Desde el principio de esta novela se inmiscuye como un narrador decidido a hacer notar al lector que está frente a un artificio, ¿por qué?
GF: Porque creo que el asunto esencial de la novela no es mostrar o retratar la realidad sino crearla desde otra perspectiva. La mentira, el artificio, la seducción, todo ello es importante en lo que Milan Kundera llamó “el arte de la novela”. Yo puedo afirmar que casi todo lo que acontece en Al final del periférico sucedió en realidad, pero ¿por qué creerme? Que cada quien interprete o reinvente la novela desde su propia lectura, es decir, que interprete la supuesta “mentira” a su conveniencia y gusto.
JP: ¿Cuál diría que es el tema de la novela?
GF: El tema de la novela es la inocencia, malicia y la crueldad propias de la formación adolescente. Es un tema que me interesa: ¿Cómo es que devenimos en supuestos seres “maduros” que son incapaces de organizarse para vivir mejor? En mi caso la adolescencia fue una época de felicidad utópica e irresponsable. El tema de casi toda novela es el drama humano y aquí no podía ser diferente.
JP: Su prosa está cargada de humor negro, cinismo y comentarios sardónicos, lo cual es muy característico de sus personajes, ¿qué encuentra en esos elementos que le resultan tan atractivos?
GF: No son intencionales ni buscan la aprobación moral de nadie. Son consecuencia de mi temperamento y de mi humor. O para decirlo de forma muy sencilla: no puedo ser de otra manera. No en vano algunos de mis escritores preferidos ejercieron la sátira como forma literaria: Jonathan Swift, Mark Twain o Jorge Ibargüengoitia, entre muchos otros. Creo que la vida en general es la broma de un dios que se ríe a nuestras espaldas; es una especie de malentendido; es “breve, brutal y desagradable”, como la describiría Hobbes. Pero yo hablo sólo a partir de mi experiencia: no soy un predicador.
JP: ¿Qué hay al final del periférico?
GF: El eterno retorno de lo mismo. El gato que persigue su propia cola. El círculo vicioso. El volver a caer.
JP: ¿Qué significa para usted la literatura?
GF: Creo que la literatura y el lenguaje son formas de afirmarse como ser humano y decidir vivir socialmente o en el exilio. Sin literatura no hay humanidad. No me interesan sólo las buenas historias, sino el hecho de que las palabras mismas, los relatos nos perturben y nos muestren que el mundo es mucho más amplio, diverso y misterioso de lo que creemos. “La literatura diría Carlyle– también es parlamento”, es decir diálogo entre las diferencias y cultivo del misterio y del eterno drama del ser humano. Para mí la literatura es ahora la única forma de luchar contra la soledad.
JP: ¿Para qué sirve lo que hace?
GF: La literatura a través del lenguaje sirve para estimular la imaginación y practicar la crítica. Las palabras son herramientas para construir relatos acerca del bien y del mal: fortalecen la discusión y el encuentro de contrarios, permiten el diálogo y el reproche razonado. En pocas palabras combaten la bestialidad y la injusticia que proviene de la ignorancia. Cada vez que un lector lee una novela, un ensayo o un relato de ficción amplía su mundo y se hace más humano. Para eso sirve lo que hago, aunque yo escribo por otras razones, como he dicho antes.