La poeta canadiense Anne Carson, que el próximo domingo cumplirá 70 años, acaba de ganar el premio Princesa de Asturias de las Letras. Nacida en Toronto en 1950 y afincada en Nueva York, Carson es uno de los nombres clave de la literatura anglosajona actual. Profesora de filología clásica, en su obra confluyen el conocimiento de los griegos antiguos y la expresión de su intimidad familiar, las peripecias amorosas de los dioses olímpicos y su propio divorcio, la muerte del hermano de Cayo Valerio Catulo en el siglo I y la de su hermano en el año 2000. Según el jurado, presidido por el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz Machado, la recién premiada ha construido desde el mundo grecolatino una poesía en la que “la vitalidad del gran pensamiento clásico funciona a la manera de un mapa que invita a dilucidar las complejidades del momento actual”.
Anne Carson es hoy una mujer a la que no le gusta demasiado hablar de sí misma pero que, en sus lecturas públicas, pide a los asistentes que la ayuden a recitar, igual que un coro en un teatro con vistas al Egeo. Siempre fue una persona particular. Era apenas una niña cuando un libro de vidas de santos le causó una impresión de la que nunca se recuperó. Lo mismo que el hallazgo de una edición bilingüe de Safo, la de Willis Barnstone. Tenía 15 años y le fascinó la grafía de un idioma “bellísimo” que no podía descifrar: el griego antiguo. Pero sería en Port Hope, a orillas del lago Ontario, donde conocería a Alice Cowan, una profesora de latín que encauzó aquella fascinación. “Le debo mi carrera y mi felicidad”, reconoce Carson cada vez que tiene oportunidad. También reconoce que su maestra “olía a apio”, pero lo dice para subrayar la conexión entre piel y espíritu.
Con 31 años se doctoró como filóloga y con 42 publicó su primer libro de poemas: Short Talks. Seis años más tarde, en 1998, publicó la novela en verso: Autobiografía de Rojo, una reescritura homoerótica de la historia de Hércules y Gerión cuyo éxito fue tal que corrió el riesgo de convertirse en autora de un solo libro. Un amigo la retó a escribir narrativa y ella aceptó. Se empeñó, ha contado, en escribir una novela “como las que compras en el aeropuerto”. Lo que comenzó como un desafío se fue convirtiendo en algo “más poético”. En parte porque tiene una máxima a la hora de escribir: cortar: “Cuando tengo demasiadas palabras, siento que no estoy diciendo nada. Que solo me estoy centrando en las palabras y no en los conceptos”. Así que comenzó a recortar “hasta que quedaron versos”. También la reescritura del enfrentamiento entre el héroe y el gigante —dueño de un rebaño de bueyes y vacas rojas— tiene una explicación particular: “En el mito, Hércules se enfrenta a Gerión y lo mata. Y ya está. Pero en algunas fuentes clásicas, como la Ilíada, hay algunas referencias a una gran ternura homoerótica y decidí introducir este elemento sensual y ver cómo alteraría la historia. Además, quería que Gerión tuviese una vida divertida”.
Una vida divertida para alguien maltratado por la literatura, dice Anne Carson: “Mi actitud es que, por muy dura que sea la vida, lo que importa es hacer algo interesante con ella”. Es lo que le tocó hacer cuando en el año 2000 murió su hermano Michael en Copenhague. No se veían desde 1978. Él había abandonado Canadá tras saltarse la libertad condicional. Problemas de drogas. “Muchos países he atravesado / y muchos mares. Y aquí llego, hermano, / ante esta infortunada tumba tuya, / para darte los últimos honores”. Estos versos de uno de los poemas más famosos de Catulo y un puñado de fotos de Michael le sirvieron para armar Nox (2010), un libro de una sola hoja doblado en forma de acordeón, ilustrado con varios collages y metido en una caja.
La fórmula de confeccionar un libro que no lo pareciese le resultó tan atractiva que en 2016 repitió caja con Float, un conjunto de 22 textos, ella los llama performances igual que llama tangos a algunos de sus poemas. Esta vez los protagonistas parecían invitados a una fiesta de disfraces de la alta cultura: Hegel y Matta-Clark, ella misma y Lou Reed. El año pasado recibió a Eduardo Lago, de EL PAÍS, en su casa de Manhattan. Cuando el periodista le preguntó cuál era su próximo proyecto respondió: “Un cómic”.
Este premio recayó el pasado año en la novelista, ensayista y poeta estadounidense Siri Hustvedt y en ediciones anteriores en Fred Vargas, Adam Zagajewski, John Banville, Leonardo Padura, Antonio Muñoz Molina, Leonard Cohen, Paul Auster, Claudio Magris, Arthur Miller, Doris Lessing, Augusto Monterroso y Günter Grass.