Los integrantes de La Santa Cecilia se conocieron hace más de diez años en la famosa Plaza Olvera, allá en Los Ángeles. Es un mercadito en donde la comunidad de origen mexicano se reúne a fin de hacer sus compras. Ahí también se juntan mariachis, músicos norteños, jarochos y otros grupos folclóricos, con quienes “los Cecilios”, como les llaman sus fans, aprendieron a tocar y a perfeccionar su estilo. Esta plaza es una especie de mezcla entre La Merced y Garibaldi –en chiquito– donde los de La Santa Cecilia son los hijos pródigos.
Hoy este es uno de los grupos más representativos de la joven escena latina del sur de California, cuya propuesta musical encarna el fenómeno de la nostalgia heredada por los hijos de las personas migrantes. Una nostalgia que conquista y también viaja de regreso a México.
La propuesta de La Santa Cecilia, dice La Marisoul, vocalista de la agrupación, siempre ha sido rescatar las raíces musicales de otras generaciones, adaptándolas a la sensibilidad de nuestros días. Muestra de que cumplen sus objetivos, es que a sus conciertos llegan padres con sus hijos y hasta abuelos con sus nietos.
“Mi padre me decía: ‘No vas a viajar a otro lado y a conocer otras culturas si no conoces primero la tuya’. Y es por eso que gran parte del mensaje de nuestras canciones tiene que ver con revivir la emoción de cuando nuestros padres nos llevaban de regreso al rancho. Yo no sé como le hacía, pero mi mamá por lo menos nos llevaba una vez al año al rancho a comer frijoles”.
Y esta visión la lleva más allá Miguel Oso Ramírez, el percusionista, para quien “ser latino en Estados Unidos es poder expresar lo que vive nuestra gente, nuestra familia y nuestros amigos… ¡Es un orgullo! Mira, Pepe Carlos, el acordeonista de la banda, era un dreamer y recién este año obtuvo sus documentos de residencia. Después de 26 años pudo volver a visitar a su familia allá en Oaxaca”.
Sin embargo, estos músicos tampoco se olvidan de su inevitable realidad: son hijos de los Estados Unidos. “Es algo que no negamos y que también llevamos con mucha honra –dice Marisoul–. Somos latinos, somos mexicanos, somos hijos de inmigrantes, pero también somos americanos y vivimos en Estados Unidos; hablamos inglés y somos parte de esa cultura también”.
La Marisoul, Alex Bendaña, Pepe Carlos y Miguel Oso Ramírez disfrutan de ser unos artistas que han aprendido a amar una identidad que va más allá del lugar donde nacieron, se trata, dicen, de un sentimiento que los conecta con sus raíces y los vincula con su presente. Han sabido acrecentar una carrera en donde rinden homenaje a su pasado con sonidos alternativos que van de las rancheras al rock, del norteño a la cumbia, de bolero a la trova, sin etiquetas ni estereotipos, sin gustos culposos.
Desde que se juntaron dejaron muy en claro cuál era su tirada: letras y melodías sin complejos ni arrepentimientos. “No nos da vergüenza decir que escuchamos banda, que nos sabemos las canciones de Rocío Dúrcal y Juan Gabriel. Le entramos al norteño, a las rancheras, al rockabilly, al jazz y al blues y no hay vergüenza, ¿por qué habría de darnos si la música es tan bonita y hermosa? Es como decir que sólo nos gusta comer hamburguesas o tacos, hay de tantos tipos que, por qué cerrarte a una sola cosa”, dice La Marisoul.
Por su parte, Oso Ramírez comenta que cuando ven a una banda latina que toca rock, esta trata de parecerse más al mercado anglo y no a su identidad. “Es lo contrario de lo que nosotros queremos hacer, ellos quieren ser como los gringos y nosotros como ellos –continúa el percusionista–.Vivir en Los Ángeles es vivir en una ciudad donde se mezclan muchas culturas. No podemos negar que en nuestras casas nos criaron como en México, no perdimos nada de ser mexicanos para ser americanos y no perdimos nada de ser americanos para ser mexicanos, tenemos las dos raíces muy fuertes y yo creo que esta banda nos ayudó a reconocer eso”.
Amar y vivir es el más reciente álbum de La Santa Cecilia –el séptimo ya en su carrera–, y es también un pretexto que invita a regresar a la bohemia, su verdadera esencia.
“Son canciones para una buena borrachera; para que la gente mayor recuerde sus amoríos y la música de antaño; para que los jóvenes se enamoren del bolero y la música tradicional”, dice Pepe Carlos, quien agrega que “son melodías que nos enseñan a desahogar un amor con ‘leña de pirul’, a no quedarse con ganas de nada”.
Este disco se grabó totalmente en vivo durante cinco días y en doce diferentes locaciones de la Ciudad de México, como la Plaza Santo Domingo, el Parque México, el Zócalo, el Salón Tenampa de Garibaldi y el foro El Imperial. El nuevo disco les llega luego de haber ganado el Grammy Latino como Mejor Álbum Latino de Rock, lo cual da inicio a la internacionalización de la banda.
Cuenta Marisol Hernández que su nombre artístico, La Marisoul, lo adoptó hace algunos años cuando intentó abrir una cuenta de correo electrónico, pero su nombre real ya estaba ocupado, así que luego de teclear diferentes opciones un admirador le sugirió el nickname al jugar con el tono vocal que la estaba haciendo famosa en la comunidad hispana de Los Ángeles.
La intérprete confiesa no tener una postura feminista en el escenario ni en sus canciones, sin embargo, es común escucharla decir en sus conciertos que las mujeres pueden ser lindas y sumisas, y que “también son cabronas y chingonas”. Asimismo dice que La Santa Cecilia “está para hacer música, brindar buenos momentos y recordarnos de vivir la vida, porque allá en Estados Unidos mucha gente está demasiado clavada en ‘chambear’, en ahorrar y en gastar, y a veces hay que decirles: ‘Hey, aguanta, vamos a oler las flores tantito, vamos a bailar, vamos a darnos un besito’ ”.
Admiradora de Janis Joplin, Ella Fitzgerald, Lucha Villa, Annie Lennox y Mercedes Sosa, recuerda que fueron los mariachis quienes la ayudaron a mejorar, “porque siempre que me decían que estaba desafinando, que me tenía que aprender bien las letras, que mi pronunciación no era la adecuada, que subiera más la voz… También me enseñaron a pasar la canasta, a ganármela cantando en los restaurantes”.
Y a pesar de que en su casa quería mantener “una actitud bien punketa, la verdad es que no hay nada como lavar los trastes cantando las rolas de Camilo Sesto”.
La Marisoul nació en Los Ángeles; su mamá es de Coahuila y su papá de Tijuana. “Cuando tenía siete años, ellos se divorciaron. Mi mamá se volvió a casar y se regresó a México. Yo me vine a Morelos con ella, la tierra de Zapata. Pero después empecé a ir y a venir de Los Angeles; fui a la escuela allá, fui a la escuela acá. Como dice la India María: Ni de aquí ni de allá…”.
Parte del estilo visual de La Santa Cecilia es el singular y colorido vestuario de La Marisoul, quien asegura que tanto su mamá como ella misma y el diseñador Diego Medel confeccionan las faldas que se pone, además de que siempre acude a mercados de pulgas y lugares vintages. “Cuando veo algo que he hecho y me digo ‘¡Ay, güey!, ¿de verdad me voy a poner esto?’, entonces me lo pongo y salgo así nomás. Es un poco scary, porque no sé si la gente se va a reír o les va a gustar. Pero me gusta ver sus reacciones. Cada uno debería poder ponerse o colgarse lo que se le ocurra, sin pensar que no debería hacerlo porque está gorda o porque el color rojo no le queda. Estos cueros se van a arrugar y estos huesos se van a esfumar algún día, por lo que hay que hacer lo que queramos con nuestros cuerpos. Como diría mi apá: ¡Chingue su madre…!”.