POR IRMA GALLO
Liliana Blum nació en Durango hace 43 años. Ella gesticula hasta con las manos. Su tez es blanca y pecosa, tiene una mirada inteligente; su cabello rojo y rizado, aunque recogido en una coleta, va de un lado a otro mientras habla. Esta mujer de apariencia y voz dulces, ha escrito una novela que no puede dejar a nadie indiferente. Se trata de El monstruo pentápodo (Tusquets, 2017), en la que cuenta la historia de amor de Raymundo, un hombre en sus cuarenta, por Cinthia, una niña cuya edad no se especifica pero se insinúa de unos 6 y 8 años, pues todavía no ha entrado a la pubertad. Para realizar su fantasía, y después de observar sus rutinas durante algún tiempo, Raymundo rapta a Cinthia mediante uno de los engaños más utilizados por los pedófilos: le dice que le va a enseñar los cachorritos que su perro acaba de tener “con una perrita con la que se casó”.
“Yo soy mamá. Tengo un hijo y una hija. Entonces este libro encarna mis pesadillas hechas realidad. A la literatura no le corresponde decir cómo deberían de ser las cosas, simplemente ponerlas en la cara del lector, que pueden ser espantosas e incómodas como esta. Y decirle: mira, esto es lo que puede pasar”.
La también autora de Residuos de espanto (Ficticia, 2013) dice: “Creo que uno como escritor debería escribir sobre las cosas que le interesan, le apasionan y a las que uno le teme también porque se vuelve más personal”. Y se apresura a aclarar: “Desde luego esto no es una apología y eso es importante entenderlo con la literatura. En el caso de la ficción su función primordial es entretener, contar una historia, que el lector saque sus conclusiones. O sea, esto no es un libro de autoayuda. No es un manual que diga así deberían de ser las cosas; al contrario, una novela necesita tensión. Y si por ejemplo mi personaje fuera un pedófilo que dijera: ‘Yo sé que mis sentimientos son impuros, son ilegales, lastimo a alguien, me voy a meter mejor de monje budista’, y todos los personajes hicieran lo correcto, pues estaría muy bien en una sociedad ideal, pero no habría novela, no habría tensión, no habría conflicto”.
Esta no es sólo la pesadilla de Liliana Blum, sino también la de todos aquellos que somos padres y madres.
“Hice un experimento un poco perverso, bueno, práctico”, dice la autora del blog Tribulaciones de una pelirroja. “Dije, a ver, si yo fuera una persona como Raymundo y me quisiera robar un niño o una niña, ¿podría realmente?, o sea, ¿qué tan factible es? Y me fui a centros comerciales, al super, a la plaza, a lugares muy concurridos. Y la triste verdad es que hay muchas oportunidades. A veces ves a las mamás metidas en el celular, los niños caminando no sé cuantos pasos atrás, o están en el parque platicando con las amigas, que es como le pasa a la mamá de esta niña (Cinthia). Y no están viendo a los niños y ellos andan por todas partes. Entonces, no es un llamado a la paranoia pero sí hay muchos papás muy descuidados”.
Y también advierte que Raymundo no es un pedófilo común:
“Él es un caso extremo, pero los casos de pedofilia suceden al interior de la familia, y se encubren. O sea, estadísticamente, este tipo de pedófilos son los más raros. Pero son los que después llegan a ser noticia, así como el que secuestró a Natascha Kampusch”.
Ya en su libro anterior, Pandora (Tusquets, 2015), Blum había introducido la idea de cómo percibimos al monstruo físico, evidente, y en contraposición, al encubierto por una apariencia “respetable”. En esta, Raymundo, el constructor exitoso, enamora a Aimeé, una mujer con acondroplasia, lo que se conoce despectivamente como “una enana”, para que lo ayude a cuidar a Cinthia en su cautiverio. Entonces, ¿quiénes son los monstruos realmente? La escritora responde:
“Parece irónico que como somos tan visuales, lamentablemente, y superficiales. Entonces a Pandora, que es la protagonista de mi otra novela, que es mórbidamente obesa, y a Aimeé, que sale aquí y que es una enana, son los monstruos que la gente ve. Y ante esa monstruosidad es muy difícil eludirse. Entonces son rechazadas, sujetas de burla. Y los verdaderos monstruos, los que van con piel de oveja, como Gerardo que es un psicópata en la novela de Pandora y Raymundo, que es un pedófilo, son los que más daño pueden hacer, los que navegan entre la sociedad y nadie se da cuenta porque Gerardo es físicamente hermoso, es un médico, tiene una buena reputación y Raymundo es un constructor comprometido con su comunidad, hace obras de caridad, y las personas nos quedamos con eso. Somos tan fáciles de engañar que da risa. Y sin embargo suceden estas cosas precisamente por eso. Nunca vamos más allá de conocer a las personas. A los monstruos porque son monstruos, como la enana, y eso también los vuelve vulnerables porque tanto Aimeé como Pandora caen redondas de amor ante el primer hombre que les pregunta cómo estás”.
Ejemplos hay muchos en la literatura, desde El coleccionista de John Fowles, hasta El niño debajo de la mesa, de Nicole Trope, sin olvidar por supuesto a Lolita de Vladimir Nabokov; así, El monstruo pentápodo proviene de una larga tradición literaria sobre pedofilia.
“Yo intentaba hacer que mi pedófilo se alimentara además de estas obras literarias o de noticias también. Pero es también la idea de que mi novela no está descubriendo el hilo negro, ni mucho menos, es simplemente una más en esta tradición. Porque también no pretendo ser la primera y quería mostrarle al lector que esto no es la primera vez que se hace, y nunca dejará de ser una cosa sórdida y espantosa. Pero aquí está”.