Nezahualcóyotl (o Netzahualcóyotl; Texcoco, México, 1402 – 1472) Soberano chichimeca de Texcoco. Nezahualcóyotl era hijo del sexto señor de los chichimecas Ixtlilxóchitl (“flor de pita”), señor de la ciudad de Texcoco, y de la princesa mexica Matlalcihuatzin, hija del rey azteca Huitzilíhuitl, segundo señor de Tenochtitlán. Al nacer, le fue impuesto el nombre de Acolmiztli o “puma fuerte”, pero las tristes circunstancias que rodearon su adolescencia hicieron que se cambiara el nombre por el de Nezahualcóyotl, que significa “coyote hambriento”.
En el siglo XV, la ribera del lago Texcoco se hallaba densamente poblada, a causa de la facilidad de comunicaciones que permitía este lago. Por contra, tan alta densidad poblacional comportaba la escasez y el agotamiento de las tierras aptas para el cultivo, por lo cual algunas tribus iniciaron una política de expansión territorial hacia zonas con mayor rentabilidad agrícola. Dicha política desató un sinfín de guerras y hostilidades entre las tribus del lago, destacando la emprendida por la ciudad tepaneca de Azcapotzalco. Esta ciudad, situada en la ribera noroccidental del lago Texcoco, había agotado sus tierras comunales y, ante la imposibilidad de alimentar a sus gentes, ocupó el territorio perteneciente a la vecina Texcoco.
Cuando contaba dieciséis años de edad, el príncipe texcocano Nezahualcóyotl tuvo que hacer frente a la invasión tepaneca, encabezada por Tezozómoc, señor de Azcapotzalco, cuya intención era asesinar a su padre, el rey Ixtlilxóchitl, y a toda su familia para apoderarse del trono. El heredero del trono quiso luchar y repeler el ataque, pero su padre, que conocía la superioridad de los atacantes, prefirió huir y mantenerse oculto hasta conseguir la ayuda de otros pueblos. Así, mientras las huestes de Tezozómoc rastreaban los alrededores de la ciudad para encontrar al rey y al príncipe texcocanos, éstos se refugiaron en las cuevas de Cualhyacac y Tzinacanoztoc. No pudiendo ocultarse allí por mucho tiempo, Ixtlilxóchitl ordenó a su hijo que se adentrara en el bosque, mientras él y unos pocos hombres leales trataban de detener sin éxito el avance de sus captores.
Nezahualcóyotl logró escapar y se encaminó a Tlaxcala, ordenando a algunos de sus partidarios que abandonaran la resistencia mientras él veía la manera de liberarlos de la tiranía. Tezozómoc ofreció recompensas por su captura, pero, con su innegable astucia, consiguió burlar a sus perseguidores hasta que, en 1420, las esposas de los señores de México y Tlatelolco convencieron a Tezozómoc de que lo perdonara.
Maxtla, que había sucedido a Tezozómoc a la muerte de éste (1427), le tendió varias emboscadas, de las que consiguió zafarse. Con gran habilidad diplomática, Nezahualcóyotl consiguió atraerse los favores de otras ciudades descontentas con la tiranía tepaneca y organizó un frente común, cuyo peso principal recayó en los tlaxcaltecas y los huejotzincas. El ejército aliado, de más de cien mil hombres, logró la conquista de Otumba y de Acolman y tomó Texcoco. Ante el sitio de México y Tlatelolco por los tepanecas, Nezahualcóyotl liberó ambas ciudades y, en una cruenta batalla, destruyó Azcapotzalco después de un sitio de ciento catorce días. Maxtla murió a manos de Nezahualcóyotl, quien, dispuesto a inaugurar una época de esplendor en el valle de México, selló un pacto confederal, la Triple Alianza, con Itzcóatl, de Tenochtitlán, y Totoquiyauhtzin, señor de Tacuba.
Poco después de finalizada la contienda, Tacuba desapareció de la escena, pero la cooperación perduró a lo largo del siglo XV entre las dos restantes ciudades aliadas. Nezahualcóyotl, que había perdido el trono a manos de los acolhuas sublevados y se había refugiado en los bosques de Chapultepec, lo recuperó en 1429, aunque cedió su anterior posición dominante en el lago en favor de Tenochtitlán, ciudad que se convirtió en estado independiente.
Cuando en 1472 falleció Nezahualcóyotl, subió al trono su hijo Nezahualpilli, quien gobernó la ciudad hasta el año 1516, continuando la política expansiva emprendida por su antecesor.
El legado cultural y literario de Nezahualcóyotl
Miembro de la realeza prehispánica y poeta de delicada percepción sobre los fenómenos transitorios del mundo, Nezahualcóyotl encarnó el prototipo del estadista y humanista de gran sensibilidad, en contraposición a la rigidez militar de los conquistadores españoles. Antes de que su padre fuera expulsado de Texcoco, este príncipe recibió una educación muy completa, dirigida a permitirle gobernar a su pueblo con valentía y sabiduría; una vez que hubo recuperado el trono, demostró toda su sapiencia en el campo de las ciencias, las artes y la literatura. Así, su amplia formación intelectual se traducía en una elevada sensibilidad estética y en un gran amor por la naturaleza, que quedaron reflejados no sólo en la arquitectura de la ciudad, sino también en sus manifestaciones poéticas y filosóficas.
Conseguida la paz, Nezahualcóyotl emprendió una magna obra constructiva en Texcoco, donde edificó diversos palacios, monumentos, acueductos y jardines, siendo su creación más esplendorosa un soberbio palacio que disponía, entre otras numerosas dependencias, de baños tallados en la roca, así como el acueducto que construyó en el Bosque de Chapultepec para abastecer de agua potable a Tenochtitlán.
Respecto a la obra literaria de Nezahualcóyotl, se conservan alrededor de treinta composiciones poéticas suyas en numerosas colecciones de manuscritos de cantares prehispánicos. Su poesía no sólo aprovecha la belleza de la lengua náhuatl, sino que posee una profundidad filosófica que ya en su tiempo le valió el epíteto de “sabio”.
Las poesías de Nezahualcóyotl tocan temas esenciales para la lírica de todos los tiempos; no están exenta de referencias históricas y elementos autobiográficos que hablan de su trayectoria como guerrero, consciente de su desamparo en un mundo cuya comprensión lo supera. Canta a la primavera, celebra el nacimiento de las flores y la llegada de la temporada de lluvias, pero al mismo tiempo se aflige por el carácter transitorio de lo mundano. Anhela la persistencia más allá de la muerte, y ruega porque las criaturas vivas no se marchiten. Por momentos parece dirigirse al dios de una religión monoteísta. La delicadeza del lenguaje empleado tiene la facultad de conservar un enorme peso lírico y simbólico, incluso en otros idiomas.