POR JAVIER PÉREZ
Diego Luna deja clara su postura. Le importa lo que hace. Y como le importa, busca que eso que hace sea una reflexión de lo que le preocupa. Por lo menos si se trata de dirigir una película o actuar y producir una obra de teatro. Algo, pues, que está en sus manos. Sería un despropósito, dice, hacer teatro y que no tuviera que ver con él. Entonces, se infiere que Privacidad, la obra en la que alternará el protagónico con Luis Gerardo Méndez y que a partir del 12 de octubre se presentará en el Teatro Insurgentes, tiene un tema de su interés: la vida diaria y nuestra relación con la tecnología. ¿Hasta qué punto la información que compartimos a través de los teléfonos inteligentes deja de ser inocua? Es aterrador, dice. “La tecnología hace muchísimo más de lo que creemos posible y está en nuestras manos, pero no somos nosotros quienes le estamos sacando provecho”.
Diego quería regresar a hacer teatro. Han pasado varios años desde que lo vimos pararse en un escenario y actuar frente al público. Fue en el monólogo Cada vez nos despedimos mejor. Así que cuando filmaba en Toronto Flatliners (en la que comparte créditos con Ellen Page y que también estrena en octubre), le entró el gusanito y sólo tenía ganas de hacer teatro “y regresar a México y estar de jueves a domingo en un lugar con un centro, cerca de mis hijos, enfrentarme al público, dejar de hacer películas porque pasa mucho tiempo para vivir la reacción. Pero el teatro te da justo lo contrario: el chance de alimentarte del público, de crecer, de entender cosas”.
Para él, que creció viendo el teatro de búsqueda en el que estaba involucrado su padre, esta forma de expresión es una “necesidad que tenemos de representar la realidad de otra forma y de cuestionarnos siempre a través de esa representación. Y yo creo que eso no se va a perder nunca. El teatro depende quién te lo esté contando. La misma obra se puede representar una y otra vez y siempre será distinta porque el que la está viendo es distinto y el que la está representando está afectado por eso. Hay algo mágico en el teatro que nada va a sustituir”.
Y menos si las puestas en escena se renuevan. En Privacidad, obra dirigida por Francisco Franco, hay cabida para la innovación. Será una obra en la que el espectador se sentirá inmerso. Habrá proyecciones, luces y un escenario que podría ser todo el teatro. Y habrá una solicitud de que el público no apague su celular y que, es más, se cuelgue a la red del teatro. Habrá además una sensación de invasión que pondrá a reflexionar al público.
“Pasa algo muy interesante, que te obliga a tener una experiencia con el prójimo que te recuerda que no estás solo. Es un ejercicio en el que ponemos a cerca de mil personas, que son las que caben en el teatro, las cuales van a salir con una reflexión que va a cambiar la forma en que ven a su celular y ese ejercicio va a tener un impacto real en tu vida, de inmediato. Ese poder del teatro no lo tiene nadie más, es algo poderoso que tenemos en las manos y por eso nos urge empezar a compartir y además de compartirlo empezar a transformarlo también”.
Conocido desde sus épocas de actor infantil, a Diego la actuación le llega porque es una forma de contagiarse “del entusiasmo de otros, aprender la metodología de otros y ayudar a otros directores a contar sus historias. Eso me encanta, aprendo muchísimo haciéndolo. Y por otro lado, hay una parte que disfruto mucho del juego, la posibilidad de dejarte ir y ponerte en las manos de otra persona y exponerte a ese nivel es un ejercicio que me gusta, que disfruto y del cual también aprendo mucho. Y como director –es lo que prefiere hacer porque así lleva a cabo sus propios proyectos– es exactamente lo contrario: la cabeza se sobregira, es rico a veces dejarse llevar por la intuición, entregarle la presión a otra persona y dedicarse a jugar. Además, es lo que he hecho toda mi vida. Ya soy medio adicto a la sensación”.