Periodismo imprescindible Domingo 22 de Diciembre 2024

Somos marea, tormenta y torrente

Somos un océano que mueve la música; lo que guía y manda en las aguas. Sin nosotros, sin nuestro estruendoso grito al chocar contras la rocas del escenario, la música sería muda, egoísta; propia del artista y su nave, se estancaría hasta pudrirse
04 de Agosto 2018
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POR JORGE FLORES / DISONANTES.MX*

Es el océano el que hace al barco moverse; la corriente prudente, enérgica, agresiva. Al final, es esa corriente la que hace al marinero experto. Es el océano y sus caprichos el que logra  que la nave llegue a buen puerto o que se pierda en un naufragio interminable.

“Singing to an ocean, I can hear the ocean’s roar”, cantaba Robert Plant en “The Ocean” tema de Led Zeppelin de 1973 dedicado a sus fans; una canción que habla de ese mar hecho de pasión, una marea de fanáticos que cada concierto los acompañaba, un océano que los hacía moverse.

Somos los fans un océano de energía, nosotros los que le damos eco a la música; sin un oído que escuchar, la música se extingue. Sin una garganta por explotar, los coros se nulifican; muy pocas veces nos damos el puesto protagónico como apasionados seres que hacemos que la música siga por la corriente adecuada.

En este ecosistema marítimo de aplausos, gritos, coros y cervezas, hay fans de todo tipo y forma. La música y su lenguaje universal ha logrado crear una congruente Torre de Babel donde generaciones se cruzan con clases sociales, con idiosincrasia, folclor, formación; se rompen barreras y se componen tribus heterogéneas de fans musicales.

Los expertos melómanos somos aquellos que no nos conformamos con disfrutar de la música; debemos –sí, debemos, así como obligación–, entender contexto, circunstancias y consecuencias del tema, disco o artista que escuchamos. Somos aquellos que sabemos donde se grabó, bajo qué peculiaridades y, por supuesto, qué intenta expresar el artista en el fondo de su composición.

Otros somos fans de la figura, idólatras del personaje; seguimos como autómatas a un capitán que se distingue por su actitud, su porte, su lifestyle y a veces también por el talento; pero principalmente aquellos que seguimos a una figura tomamos en cuenta lo que desprende como persona, no tanto como músico, el rockstar al que todos aspiramos ser.

En ocasiones somos groupies, fanáticos ansiosos por ver, sentir, compartir espacio con nuestra banda favorita, somos los que abarrotamos conciertos en bares ínfimos, los que tenemos la playera, la taza, la gorra, el encendedor y el póster; acá estamos en la corriente de los que vivimos hipnotizados por la presencia de la banda.

Algunos otros fans sólo queremos hacer ola, queremos rompernos la cara y los dientes ante el escenario, hacer ruido, bailar, sentir a un metro de distancia toda la energía de la música en vivo; somos los amos de la fiesta, la hacemos, la mantenemos y la llevamos a una comunión fraternal con la música y las bandas.

No a todos nos gusta estar ahí entre el gentío, con el ir y venir de las olas que te empujan, te mojan, te incomodan. Somos pescadores en calma que disfrutamos del océano desde nuestro sofá; solamente queremos sentarnos con los mejores audífonos puestos, una cerveza en mano a disfrutar de la música.

Y aunque somos botes que se mueven por donde la corriente nos guíe, otros nadamos a contracorriente; somos los haters, los seguidores que reventamos, evidenciamos, nos peleamos con todos con tal de tener la razón, somos esa espina en el talón de la música que le exige, que le mueve crecer, proponer y reinventarse.

Por último y no menos importante, estamos los críticos, expertos en técnica, lírica e interpretación que, antes del goce, siempre interponemos el escrutinio, el análisis, el trasfondo del placer. Somos aquellos que tenemos la última palabra, que decidimos arbitrariamente si una banda puede seguir su rumbo o detener y poner ancla a su carrera.

Somos un océano que mueve la música, somos marea, tormenta y torrente, lo que guía, manda. Sin nosotros, sin nuestro estruendoso grito al chocar contras la rocas del escenario la música sería muda, egoísta; propia del artista y su nave, se estancaría hasta pudrirse.

Agua, vida, marea, movimiento, escenas que respiran, comunidades musicales que crecen gracias al océano, a un océano que siempre se escucha rugir.

 

*Jorge Flores forma parte del colectivo Disonantes.mx, personalidades discrepantes e inconformes unidas por el gusto a la buena música. En 2015 crearon un website con el propósito de dar a conocer sucesos musicales en la región Bajío, pero sobre todo para documentar y describir cambios silenciosos que forman y deforman la escena musical.

@disonantesmx

@jinxed16

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