No hay historia de los caudillos liberales en la que no se mencione a Santiago Vidaurri como un modernizador de Monterrey y defensor militar de la Constitución de 1857 en el norte. Como gobernador promovió el desarrollo regional y hasta fue considerado para ocupar la presidencia de la República. Sin embargo, la misma defensa que hizo de los intereses de Nuevo León lo llevó a un enfrentamiento con el presidente Benito Juárez en plena guerra contra los franceses. Ese conflicto lo conduciría a colaborar con Maximiliano de Habsburgo y finalmente a terminar fusilado.
Aquel era un momento crucial. Santiago Vidaurri, “envuelto en su blusa roja, su tira de carne salada en el arzón, su rifle Sharp y su pistola Colt”, decidió pasar revista a su Ejército del Norte en las inmediaciones de San Luis Potosí. Con el suave viento de la mañana, cuando comenzó a trotar sobre su caballo boreal parecía que flotaba entre las filas de los más de cinco mil hombres que componían su hueste y una indumentaria semejante a la suya. Los conminaba con arengas para alcanzar la victoria.
Así describían a Vidaurri algunos de los periódicos mexicanos más influyentes a finales de septiembre de 1858, en la víspera de la batalla en Ahualulco, en plena Guerra de Reforma. Esta era la primera ocasión que salía de Nuevo León, más allá de los territorios en los cuales tenía pleno dominio, para atajar a los conservadores en su avance hacia el norte. Además, enfrentaría en el campo de batalla a Miguel Miramón, el Joven Macabeo –como le llamaban en alusión al pasaje bíblico de los santos mártires Macabeos–, quien pese a sus veintiséis años de edad era general y un experimentado guerrero.
El contraste del ejército de Vidaurri con los de otros grupos liberales en el resto del país era enorme. Santos Degollado, el ministro de Guerra del gobierno juarista, era un civil inexperto en la guerra y sin dinero, por lo cual acumuló derrotas; no obstante, también tuvo la capacidad de convocar y reunir una y otra vez a la gente para luchar por restablecer el orden constitucional. Por esta virtud, su estoicismo y lealtad, él y su hueste constituían una fuerza moral. En ese momento y circunstancias, Degollado levantó el ánimo con un triunfo sobre el general conservador Francisco García Casanova en Techaluta, Jalisco.
Cuatro meses antes, en mayo de 1858, Jesús González Ortega había aceptado ir de acompañante del general nuevoleonés Juan Zuazua, cuando éste ocupó Zacatecas. El general Epitacio Huerta se sostenía con dificultades en Michoacán; de igual manera Ignacio Pesqueira en Sinaloa. El gobernador de Guanajuato, Manuel Doblado, salía y entraba de la entidad debido a las ofensivas conservadoras. Era una situación muy semejante a la que vivían los principales dirigentes del movimiento liberal: parapetados en sus entidades, con el resguardo de tropas irregulares que se nutrían con gente civil de la región, sin preparación en las armas y mal pertrechados. En esas condiciones, era poco probable derrotar al gobierno conservador de Félix María Zuloaga, quien contaba con el apoyo de la Iglesia católica y un ejército regular dirigido por una oficialidad profesional.
Poderoso y popular
Vidaurri había saltado al escenario nacional a escasos tres meses de lanzarse el Plan de Ayutla, cuando él proclamó otro manifiesto el 25 de mayo de 1855 y lo llamó El Restaurador de la Libertad, con el cual reafirmó la soberanía de Nuevo León y condicionó su apoyo a la Revolución de Ayutla, encabezada por Juan Álvarez e Ignacio Comonfort. Se mantuvo inamovible en Monterrey e hizo caso omiso de cualquier orden o disposición de Álvarez o Comonfort que pudiese afectar aquella región por la guerra. Supo capitalizar el hartazgo generalizado –provocado entre otros aspectos por las acusaciones de corrupción– hacia la administración de Antonio López de Santa Anna y la omisión a las peticiones más sentidas de los estados, convirtiéndose en uno de los que más abonaron a la exaltación del regionalismo.
Con más de veinte años de experiencia en el gobierno nuevoleonés, Vidaurri era un conocedor excepcional de las necesidades en los principales pueblos de la zona nororiental de la República. Emergió como una figura fuerte al grado de ser considerado, junto con Comonfort, Melchor Ocampo y Juan Álvarez, para la presidencia. Este último ganó la votación y ocupó provisionalmente el Ejecutivo al final de la Revolución de Ayutla, con lo cual calmó las ansias de otros liderazgos.
Tras el triunfo de los ayutlistas, Vidaurri descalificó a todo aquel que criticara la zona nororiental y no la conociera. En tono enérgico y respetuoso, le solicitó a Álvarez que si no les daban recursos, tampoco les pidieran apoyo. Porque ellos debían defenderse de las expediciones de filibusteros, del ataque de los indios y sostener los principios liberales en la región. Le exigió que tampoco les enviaran “comandantes generales […] ni empleados de ninguna clase, porque esto lo hemos de impedir con las armas”. Haciendo gala de su gente, decía que en Nuevo León no había indios ni gente supersticiosa como en el centro del país, sino que hasta “el más proletario conocía sus derechos”. Convencido de que eran legítimas sus demandas, urgía que se atendieran. En cambio, el presidente Álvarez, sensible a los problemas de las entidades, aceptó que Vidaurri dispusiera de las rentas de las aduanas, pero también lo responsabilizó de la soberanía y el orden en la zona nororiental.
No obstante estos logros, Vidaurri puso en apuros al Congreso en febrero de 1856, cuando decretó la expansión del territorio nuevoleonés a costa de sus vecinos y creó el estado de Nuevo León y Coahuila, sin importarle la oposición de los saltillenses y una porción de diputados. Esto lo confrontó con el gobierno del ya para entonces presidente Comonfort; pese a que implicó la movilización de tropas y disparos, lograron negociar en noviembre de 1856. Vidaurri aceptó renunciar con la condición de que se realizara un plebiscito, en el cual quedaría de manifiesto la aceptación o el rechazo a su política, aunque su popularidad le garantizaba el regreso.
Entre tanto, el gobierno nuevoleonés tuvo acceso legal a la aduana coahuilense de Piedras Negras y también lo facultaron para tener el control de los puertos fronterizos de Nuevo Laredo, Camargo, Reynosa y Matamoros, en Tamaulipas. Así, aprendió que tomar la iniciativa y hacer públicos los apremios de su entidad le redituaba ventajas económicas y políticas a su localidad.
El control de las aduanas y la Guerra de Secesión en EUA
Juárez, después de tres años de guerra, en 1861 expresó que se sentía “como arquitecto en ruinas” y para la reconstrucción del país pidió el concurso de todos. Uno de los primeros gobernadores a quienes se dirigió fue Vidaurri, poniéndose a sus órdenes y solicitándole su apoyo. Éste se limitó a felicitarlo y a expresarle que cuando su administración reanudara “su marcha metódica”, le haría solicitudes para beneficio de Nuevo León y Coahuila.
Ese reinicio sobrio en sus relaciones se empañó por una denuncia contra Vidaurri que se publicó el 28 de enero de 1861 en la prensa de la ciudad de México. La suscribieron los oficiales Manuel Z. Gómez, Silvestre Aramberri, Miguel Blanco, Ignacio Zaragoza y Viviano Villarreal, quienes hasta hacía poco fueran cercanos a él y conocían los problemas locales. Lo acusaron de perseguir a los diputados locales y acosar a sus críticos, por lo cual solicitaban que fuese llevado a tribunales para enjuiciarlo. Vidaurri trató de adelantarse y se quejó con el presidente, quien por respuesta le expresó que los hombres públicos estaban sujetos a la crítica y si la acusación era calumnia, la desmintiera.
Por otro lado, el ministro de Hacienda tomó la decisión de controlar todos los puertos fronterizos para hacerse de recursos. De nueva cuenta Vidaurri se opuso a que se designaran empleados federales en las aduanas tamaulipecas, enaltecía la experiencia y eficiencia de quienes las administraban y la necesidad de retener el dinero para resolver problemas en la región.
Mientras sucedía esta disputa, el 11 de abril de 1861 cambiaría la situación en la frontera nororiental por el estallido de la guerra entre los estados del norte y los esclavistas del sur en la Unión Americana. Los yanquis bloquearon los puertos marítimos del Atlántico, en los cuales los sureños embarcaban su algodón en un volumen que significaba el ochenta por ciento de lo que consumía la industria textil inglesa. En esas fechas Vidaurri recibió a José Quintero, el representante diplomático de Richmond (Virginia), localidad donde se controlaba la puerta trasera de los confederados, como le decían a Brownsville (Texas); el norteamericano le propuso al gobernador que los abastecieran de plomo, cobre, salitre, pólvora, tejidos y otras manufacturas, además de que, por ese mismo puerto, sacaran el algodón por tierra para embarcarlo en Tampico con destino a Inglaterra.
Para obtener parte de esas ganancias y fomentar el crecimiento de la región, Vidaurri se dirigió al presidente Juárez y le solicitó la administración de las aduanas y la disposición de los aranceles ahí recaudados. Sabía que en aquel escenario nacional convulso podía obtener ventajas, pues en ese primer semestre del año hubo elecciones para la presidencia que ganó Juárez e impugnó Jesús González Ortega; Mariano Escobedo fue derrotado en San Luis Potosí por los conservadores; Manuel Lozada se mantenía en armas en el séptimo cantón de Jalisco; falleció Manuel Gutiérrez Zamora, el gobernador veracruzano; Leandro Valle, Melchor Ocampo y Santos Degollado fueron asesinados por grupos de conservadores.
Entre tanto, en el noreste de la República comenzó a prevalecer el arancel Vidaurri, el cual facilitaba el cobro en las aduanas y el flujo de las mercancías, lo que favoreció el comercio de productos legales e ilegales. Los impuestos que recaudaba el puerto de Tampico eran tan importantes como los de Veracruz; pero, de lo que en éste se obtenía, 85 por ciento se iba para pagos al extranjero y el quince restante para mitigar la presión de casi un millón de pesos en documentos con vencimiento inmediato. En contraste, Tampico estaba fuera de la zona beligerante y los beneficios quedaban en la región vidaurrista.
Inicia la invasión francesa
Ante los apremios del erario público, el Congreso acordó en julio de 1861 posponer el pago a los acreedores extranjeros. A esas vicisitudes económicas, Vidaurri le sumó otro dolor de cabeza a Juárez cuando le comunicó que recibió a al expresidente Comonfort en Monterrey. El presidente le solicitó que lo aprehendiera porque debía comparecer ante tribunales, como responsable de quebrantar el orden constitucional en el autogolpe de Estado que dio al lado de los conservadores en 1857. El gobernador arguyó razones humanitarias e hizo caso omiso de la petición de Juárez pese a su insistencia. Además, el panorama político se ensombrecía por la firma de una alianza entre Francia, Inglaterra y España en octubre de 1861, para enviar tropas a México y obligarlo a pagar los empréstitos pendientes de solventar.
Cuando la intervención de la alianza tripartita era una realidad, Juárez confió la defensa en dos fronterizos: nombró comandante general de Tamaulipas a Santiago Vidaurri y puso al mando del Ejército de Oriente a Ignacio Zaragoza, con la intención de defender los accesos por Tampico y Veracruz. Pero antes de que Vidaurri tuviera el control, debía desenmarañar las redes de contrabando y otras actividades ilícitas que surgieron por la intensa actividad comercial con los Confederados norteamericanos en Tamaulipas, ya que según los informes de los cónsules franceses en Tampico, en 1862 las importaciones ascendieron a 5 540 000 francos, mientras que las exportaciones alcanzaron los 42 250 000. Decían que eran tres mil carretas las que corrían entre Matamoros y Tampico, recogían el algodón para embarcarlo a Europa y regresaban cargadas de manufacturas europeas para internarlas en Texas.
Zaragoza, por su parte, trató de ganar tiempo para una mejor estrategia defensiva, pues en febrero de 1862 se firmaron los tratados de La Soledad en el pueblo veracruzano del mismo nombre. El ministro de Relaciones, Manuel Doblado, logró que España e Inglaterra desistieran de esa aventura, al demostrar que Francia respaldaba la instauración de una monarquía católica encabezada por Maximiliano de Habsburgo.
Cuando avanzó la invasión, el 5 de mayo de 1862 Ignacio Zaragoza humilló en Puebla al mariscal Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez, por la derrota que le infringió. Aquella victoria levantó el ánimo nacional, pero quien no compartió ese regocijo fue Vidaurri y evitó mencionar el triunfo de Zaragoza. De hecho, hizo lo mismo cuando éste falleció en septiembre de ese año.
Juárez insistía a los gobernadores con su apoyo y Vidaurri se limitó a enviar lo mínimo. Sus pretextos para no hacerlo fueron varios y los prolongó casi diez meses: primero lamentó la sequía, por la cual murieron muchos caballos y su ejército carecía de montura; en otra ocasión, acusó al gobernador tamaulipeco, Juan José de la Garza, de ocupar “la mulada” para el acarreo del algodón; también llegó a decir que cuando salían las carretas, por el peso se averiaron las ruedas y la falta de hierro impedía su pronto arreglo.
Juárez le dio a Vidaurri el control absoluto de las aduanas, con tal de que le hiciera llegar recursos o pertrechos para la resistencia; también aceptó que Comonfort se sumara a la defensa nacional y, por su talento militar, lo nombró jefe del Ejército del Centro. El acecho francés a la capital de la República obligó al Congreso a clausurar sus sesiones, pero antes acordó otorgarle a Juárez poderes plenos y excepcionales. Así, el presidente arrió la bandera el 30 de mayo de 1863 en una ceremonia solemne y salió de la ciudad rumbo al norte.