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CLIMAX

Gaspar Noé nos presenta un viaje alucinante, incómodo, perturbador y paranoico, del cual es imposible salir inmune
12 de Enero 2019
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Bailarines, viniles, una sangría adulterada y la bandera de Francia son los ingredientes con los que el siempre polémico Gaspar Noé regresa a la pantalla grande con Climax, su más reciente provocación. Con un guion de apenas cinco páginas y un rodaje de tan sólo quince días, Noé se las ingenia para estar de nueva cuenta en la cresta de la ola, enojar al público, generar polémica. Pero más allá de todo lo que se diga sobre la película, una cosa es cierta: Climax es su mejor filme desde la brutal e inolvidable Irreversible (2002).

Con el espíritu de Salò (Pasolini, 1975), la densidad cromática de Suspiria (Argento, 1976), una anécdota buñuelesca en drogas (El ángel exterminador, 1962), la pasión musical de un La La Land –en el infierno– (Chazelle, 2017) y un estupendo soundtrack de música electrónica que hace las veces de droga para nuestros oídos y leitmotiv con el fin de que los personajes poco a poco pierdan la razón, Climax es un viaje alucinante, incómodo, perturbador y paranoico del cual es imposible salir inmune.

Basada levemente en un caso real ocurrido en Francia en los años 90, la película nos muestra a un conjunto de bailarines profesionales que están en una fiesta dentro de un edificio en medio de la nada. Los personajes, uno a uno, se presentan mediante un televisor que mira a cuadro y que nos muestra las entrevistas de estos chicos, quienes explican por qué les gusta el baile y por qué han decidido unirse a esta compañía.

La música comienza en una alucinante secuencia donde vemos a todos bailando al ritmo de la música electrónica con una cámara que jamás corta, aunque tampoco sabe estarse estática. Cual fantasma que rodea el grupo, la extraordinaria fotografía de Benoît Debie (fotógrafo de cabecera del director) hace lo usual: volar por encima y en medio de los personajes que bailan en una coreografía disonante, poderosa que exuda sensualidad en un viaje tóxico y alucinante lleno de ritmo, música y colores intensos.

Luego de la primera coreografía, estupendamente montada, el grupo festeja con la sangría que alguien preparó para la fiesta. Sin que la música pare un sólo instante, los bailarines comienzan a sentir los efectos de alguna droga vertida en la bebida. Lo que vendrá después será una bacanal de sexo, música, baile, paranoia y violencia extrema: un domingo cualquiera en el cine de Gaspar Noé.

El relato va compuesto de pequeñas subtramas donde los personajes dejan de ser simples bailarines anónimos. Ahí está Selva (impresionante Sofia Boutella) especie de líder del grupo y con quien más nos identificamos en su intento por escapar de este infierno; Emmanuelle (Claude Gajan Maull) especie de maestra y organizadora del evento, quien tuvo la muy mala idea de llevar a su pequeño hijo de unos 10 años a la fiesta (nunca falta alguien así), y también está Daddy (interpretado por el DJ Kiddy Smile), el encargado de distribuir ininterrumpidamente la música en el lugar.

“Es difícil escandalizar a la gente, para ello sería necesario hacer un documental”, dice Noé con falsa modestia. En Climax, este director encuentra otra forma de perturbar a su público, manipularlo, contagiarle la sensación de mareo, náusea y encierro. Es un filme agotador, excitante y alucinógeno. La droga es la imagen y la música. La cámara es usada como un revolver que el director no dudaría utilizar.

Gaspar Noé encuentra la forma de reinventarse sin traicionar su apotegma de celebración a los excesos. Climax es una cinta sumamente violenta, de la cual será imposible salir sin la adrenalina a tope y un irrefrenable deseo de bailar hasta el amanecer.  

 

Dirección y guion: Gaspar Noé.

Producción: Richard Grandpierre, Vincent Maraval. Francia, 2018.

Edición: Denis Bedlow, Gaspar Noé.

Fotografía: Benoît Debie.

Con: Sofia Boutella, Kiddy Smile, entre otros.

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