En la Ciudad de México existen un rincón del centro el cual tiene un mosaico, donde podemos observar el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés de hace casi 500 años, en la actualidad es la pieza que sustituye una placa vandalizada, a partir del 2015, en ella podemos observar un tlatoani vestido con armadura, túnica y corona, al estilo europeo de la época, también el atuendo de un gobernante indígena del siglo XVI.
Es un reflejo de las múltiples incógnitas e imprecisiones que rodean ese encuentro. La versión de los conquistadores sobre los hechos, incluida la supuesta rendición de Moctezuma ante Cortés, se enfrenta ahora a una nueva generación de historiadores que cuestiona su verosimilitud.
El desafío no es menor tratándose de un período cuyo estudio parecía ya agotado. Cuando la editorial le pidió que escribiera un ensayo con motivo de los 500 años de la llegada de Cortés a Veracruz, Matthew Restall, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania, se preguntó si podía aportar algo nuevo. “Fijándome en los detalles, me di cuenta de que una enorme cantidad de lo que se contó sobre el encuentro no era verdad, de que no tenía sentido que Moctezuma se rindiera”, explica el autor de Cuando Moctezuma conoció a Cortés (Taurus), recientemente publicado. “Me propuse escribir sobre una mentira. Una vez tiras esa pieza de dominó, se caen la mayoría de los detalles de la historia”.
El cara a cara entre Moctezuma y Cortés, la pieza de dominó sobre la que se centra Restall, da inicio el 8 de noviembre de 1519. Los conquistadores habían desembarcado en las costas de Veracruz hacía seis meses y, guerras, alianzas y montañas mediante, habían avanzado hacia el ombligo de un poderoso imperio. Cuando por fin vieron la ciudad de Tenochtitlán, una isla en medio del lago de Texcoco, se quedaron maravillados. De aquellos días abundan las comparaciones de los soldados españoles con lo conocido: la ciudad era tan o más grandiosa que Sevilla y los templos, tan o más altos que las torres de algunas catedrales.
Los asombrados españoles cruzaron por una de las pasarelas que conectaban la tierra firme con la isla y, ya en la ciudad, Moctezuma, sentado en unas andas, y su corte salieron a recibirles para el protocolario intercambio de regalos. Los conquistadores fueron conducidos entonces a uno de los palacios situados junto al Templo Mayor, en la plaza del Zócalo actual. A los pocos días, el emperador azteca se declararía vasallo del Rey de España.
“Creemos y tenemos por cierto, él [Carlos V] sea nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros; y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís”, dice Cortés que dice Moctezuma, en una de sus Cartas de relación dirigidas al emperador Carlos V.
Es un momento clave. Bernal Díaz del Castillo, el principal cronista de la campaña, apoyaría la versión de Cortés en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. “A ese vuestro gran rey yo le soy en cargo y le daré de lo que tuviere”, escribiría sobre las palabras de Moctezuma, más de cuarenta años después de presenciar los hechos. La Corona española exigía que los conquistadores leyeran el Requerimiento, un texto jurídico redactado para intentar una rendición pacífica de los gobernantes indígenas antes de recurrir a las armas. El discurso de sumisión del emperador azteca barnizaría de legalidad la conquista.
Restall pone en duda que este episodio ocurriese como fue contado por los conquistadores. Primero, porque es una visión parcial y escrita tiempo después de los hechos. Segundo, porque no casa con la personalidad del tlatoani. “La narrativa tradicional es que tenía miedo”, defiende el autor. “Pero él era un coleccionista de animales, pájaros, plantas. Lo que quería era atraer los españoles a la ciudad para atraparlos y estudiarlos”.
Como el académico estadounidense, los historiadores Alfredo Ávila y Martín Ríos, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuestionan la verosimilitud de la narración. “Hay una intencionalidad. Cortés tiene interés en demostrar a la Corona que le ha entregado un imperio”, opina Ávila. Además, la supuesta rendición le proporciona, según Ríos, la excusa para combatir la posterior rebelión indígena al argumentar que los aztecas habían roto su parte del trato.
Incluso en el supuesto caso de haber dado Moctezuma un discurso, Restall sostiene que también pudo haber habido un problema de interpretación. El tono reverencial utilizado por el azteca no tenía por qué insinuar rendición sino todo lo contrario: una especie de superioridad envuelta de cortesía. “Desprovisto de sutilezas en la traducción y distorsionado por el filtro de numerosos intérpretes”, defiende el académico, “es posible que su significado real fuera invertido”. Ríos coincide en señalar el problema de comprensión: “Dudo que Moctezuma entendiera el término vasallaje con todas sus implicaciones jurídicas y tampoco creo que renunciara en un primer momento a su potestad”.
El esfuerzo por conocer lo que de verdad ocurrió tras el encuentro se enfrenta a un problema de fuentes. “Buena parte de la historiografía mexicana y extranjera se ha pasado repitiendo una versión”, opina Ávila. De un lado, Cortés, Díaz del Castillo y los testimonios de otros miembros de la expedición. Del otro, un vacío. “El número de crónicas españolas supera por mucho el de las indígenas. Y las pocas versiones indígenas que hay no son siempre una ‘visión del vencido’, sino que a veces refuerzan el relato de los conquistadores”, dice Restall. “Moctezuma no tiene una versión”.