Por Manuel Mucari y Emidio Josine
MAPUTO, 17 feb (Reuters) – Cadino Chipanga decidió hace 20 años hacer un cambio que entonces se consideraba tabú en Mozambique: un peluquero que atendía a mujeres. También resolvió enfocarse en las rastas, un estilo inaceptable en algunas comunidades africanas.
Ahora de 38 años, Chipanga no se arrepiente. Es dueño de Carapinha, un pequeño negocio que incluye tres salones en Maputo y una gama de productos para el cabello.
“La idea era crear un salón cuyo enfoque fuera cuidar el cabello natural en un momento en el que a nadie le importaba. La gente usaba cada vez más químicos y cabello sintético”, dijo Chipanga en el taller donde fabrica sus productos para el pelo en las afueras de la capital.
“Nuestra misión es recuperar el amor por el cabello afro. Esa es la razón por la que me embarqué en este emprendimiento”, agregó.
Chipanga fabrica sus productos para el cabello, incluyendo shampoo, de una planta llamada Nlhelho o Espina del Diablo, que fue usada por su madre y su abuela.
Maestro del cabello, como Chipanga es conocido popularmente, también usa girasol y coco como ingredientes.
Aunque Chipanga no es un rastafari, las rastas en África muchas veces están asociadas con el rastafarismo y la mayoría de las comunidades han sido lentas en abrazar la cultura.
En algunos países, los niños rastafaris han sido enviados de vuelta a casa del colegio debido a sus rastas.
“En los viejos tiempos cuando veíamos a una persona con rastas pensábamos que era extraño y una aberración (…) nuestra mentalidad ha cambiado, por eso podemos usar rastas hoy”, dijo Felicidade Langa, una clienta de los salones de Chipanga.
“Comencé a usar este peinado porque hay un salón Carapinha en mi vecindario. Pienso que otros barrios de los alrededores también quieren tener un típico salón rastafari, así que si siguiera abriendo salones en otros lugares, sería bueno”, agregó.
Chipanga está apostando a eso.
“Tomó algo de tiempo, pero hoy en día hay más personas abrazando su cabello natural y las cosas están funcionando”, concluyó.
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(Escrito por Olivia Kumwenda-Mtambo. Editado en español por Lucila Sigal)