POR ELIZABETH PALACIOS
Había cumplido 90 años apenas en mayo de 2016. Seguía fuerte como un roble y esa mañana del 15 de septiembre había dado el día libre a sus colegas y empleados, sin embargo, él acudió a su oficina a trabajar como era su costumbre. Estaba en plena construcción su nuevo proyecto. Al parecer le gustaba volver icónico todo lo que bocetaba y luego proyectaba. Aquella http://instapax.com
mañana, acudió a su despacho a revisar detalles de la tan esperada Torre Manacar, el rascacielos que representará el skyline del sur de la Ciudad de México.
La torre tiene ya un buen avance, han sido tres años de trabajo arduo para el arquitecto y su equipo, estará concluida en 2017, mas el artista que la creó en su mente, la plasmó en papel, luego en planos y ahora en acero y concreto, ya no estará para mirarla. El pasado 15 de septiembre, tras haber desayunado el tradicional huevo poché con trozos de pan tostado y té, cual era su costumbre, Teodoro González de León había ido a trabajar a su despacho en la calle de Amsterdam, en la colonia Hipódromo Condesa. Su hija Sofía le llamó para saber cómo se encontraba, pues había tenido algunos problemas intestinales, él respondió: “Acabo de nadar y estoy poca madre”. Así era el arquitecto que dejó un legado monumental que definió parte de la identidad y el paisaje de la Ciudad de México. Un hombre activo y entusiasta hasta el último día.
Esa noche, él fue a dormir como siempre, solo que su corazón nos guardaba una sorpresa y de pronto dejó de latir. El gran arquitecto mexicano Teodoro González de León había muerto la madrugada del 16 de septiembre, tras sufrir un paro cardiorespiratorio. Para González de León, la arquitectura jamás fue un trabajo, sino un estilo de vida. Estuvo revisando detalles de los proyectos de su despacho hasta el último día, entregado como era a la arquitectura, su más grande pasión. Nacido en la Ciudad de México y egresado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, el arquitecto mexicano aprendió y trabajó con los más grandes. Fue discípulo del reconocido arquitecto suizo Le Corbusier y también del mexicano Mario Pani. Su corriente del pensamiento arquitectónico se basaba en la honestidad del material, la simpleza de la composición y la estética de la abstracción. Entre los muchos reconocimientos que recibió en vida González de León destaca el haber sido nombrado miembro honorario del American Institute of Architects, la Academia de Artes, la Academia Internacional de Arquitectura y del Colegio Nacional.
Para muchos, entonces, era más que obvio que el arquitecto merecía un homenaje póstumo en Bellas Artes o, cuando menos, en el Auditorio Nacional, una de sus obras más representativas pues si bien el recinto ya existía, fue en 1991 que junto a Abraham Zabludovsky, González de León dejara su huella en el proyecto de remodelación del lugar. Para Teodoro, como lo llamaban cariñosa pero respetuosamente sus amigos cercanos, el presente debía ser la mayor inquietud de un arquitecto. ¿Por qué? pues porque es en el presente donde se construye el futuro. Su sello distintivo ahora forma parte para siempre del paisaje de la ciudad que lo vio nacer: esos grandes bloques de concreto cincelado, la obra a gran escala y con aire minimalista. Pero Teodoro González de León era ante todo un ser humano sensible, amante de la música, la lectura, los viajes y la ciudad, su ciudad, a la que le dejó uno de los legados artísticos más importantes del país. Ciudad Universitaria forma parte importante de su vida y su carrera aunque nunca se le haya dado crédito por ello. Y es que en los años cuarenta, cuando realizó sus estudios profesionales en la Escuela Nacional de Arquitectura, recibió la clase Composición Arquitectónica del Arquitecto Mario Pani Darqui, con quien trabajó durante 4 años en su taller.
Él, que entonces no era más que un estudiante, y su condiscípulo Armando Franco realizaron el bosquejo del trazo de lo que más adelante serviría de punto de partida para que Mario Pani y Enrique del Moral desarrollaran el anteproyecto, sostiene la historiadora Cristina López Uribe. Francia también dejó huella en González de León y es que fue el gobierno de ese país, el que le otorgó la beca que le permitió trabajar durante 18 meses en el taller de Le Corbusier con quien colaboró como residente en la Unité d’Habitation de Marsella, un ícono de la vivienda social de la Europa de la posguerra. El arquitecto recibió durante su larga trayectoria arquitectónica más de 35 premios y reconocimientos, entre los que destacan el Premio Nacional de Artes (1982), el Gran Premio de la II Bienal Internacional de Arquitectura de Brasil (1994), el Gran Premio Latinoamericano en la Bienal de Arquitectura de Buenos Aires (1989), el Premio a su trayectoria profesional en la V Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo, de Montevideo (2006), su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional Autónoma de México, su nombramiento como Miembro Honorario del American Institute of Architects (1983), entre otros. Pero este gran hombre tuvo un funeral sencillo, discreto.
Era el mediodía del sábado 17 de septiembre cuando se dieron cita en el Panteón Francés de San Joaquín, sus familiares, amigos cercanos y colaboradores quienes, reunidos entre discretas risas, le recordaron. No hubo rezos, pues Teodoro González de León era agnóstico, pero su cuerpo fue velado y acompañado por distintas personalidades con las que el gran arquitecto compartía amistad como el escultor Fernando González Gortázar, el arquitecto Francisco Serrano y el actual director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, Marcos Mazari Hiriart, así como el arquitecto Felipe Leal, para quien González de León fue “un pilar de la cultura mexicana del siglo XX, pues siempre estuvo vinculado con la cultura, con el arte y con nuestras raíces”.
Fue un cortejo fúnebre discreto, apenas unas 50 personas que salieron del velatorio hacia el crematorio donde le dieron el último adiós a uno de los más grandes artistas que ha tenido México.