POR LUCÍA BURBANO
Como ya sucedió en otros ámbitos, como el medio ambiente o las relaciones internacionales, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, logró enfurecer también a la comunidad artística al poco tiempo de alcanzar el poder. En marzo, anunció que su programa nacional de recortes incluía eliminar los presupuestos de la Agencia Nacional de Dotación para las Artes y de la Agencia Nacional de Dotación para las Humanidades, dos organismos federales independientes que brindan apoyo económico a la educación, investigación y preservación en estos campos, y que son fundamentales para el sustento de artistas de varias disciplinas, ya que cuentan con un importante programa de becas. Ambas cuestan al contribuyente unos 148 millones de dólares anuales, un mísero 0.004 % total del presupuesto federal.
Dos meses antes, el 20 de enero –fecha de la investidura– un grupo de alrededor de 40 artistas y críticos de arte organizaron J20 Art Strike, una llamada a la huelga a fin de protestar contra el presidente. Paralelamente, la fundación Amplifier organizó una colecta titulada We the People: public art for the inauguration and beyond en el portal de crowdfunding Kickstarter para reproducir imágenes creadas por Shepard Fairey –la diseñadora del icónico cartel de Barack Obama– que mostraban la diversidad social y racial de los norteamericanos. Esta campaña recolectó casi un millón y medio de dólares, así superó ampliamente la meta de 60 000 dólares que se habían propuesto.
UNA COMUNIDAD DIVERSA
Afruz Amighi es originaria de Irán, aunque la mayor parte de su vida ha transcurrido en Estados Unidos. “Mis padres vinieron a visitar a unos familiares y decidieron quedarse, ya que la situación en el país se tornó complicada tras la Revolución Islámica”, explica la artista. El trabajo de Amighi se centra en diseñar estructuras arquitectónicas que reflejan la historia, tradiciones y el lenguaje políglota presente en los diferentes dogmas religiosos. “La arquitectura es como un contenedor de memoria colectiva en una cultura infectada por la amnesia histórica”, reflexiona.
La identidad fue una temática recurrente al iniciar su carrera, como parte de la fase de autodescubrimiento que suelen experimentar adolescentes y jóvenes veinteañeros, no obstante, dejó de ser central en su obra para virar hacia temáticas más amplias que reflexionan sobre prácticas sociopolíticas derivadas de la guerra y la religión. “El hecho de que mi trabajo se etiquete como ‘identitario’ es un reflejo del actual clima político y cultural que está experimentando Estados Unidos, donde todo lo que sale de los cánones occidentales se clasifica como tal”, aclara la artista.
Amighi ha viajado una vez a su país de origen, y aunque confiesa que sintió una fuerte conexión con sus raíces, admite que se siente estadounidense, y en particular neoyorquina, de pura cepa “le guste o no al actual Gobierno”, manifiesta.
Una trayectoria similar es la del venezolano Hermann Mejía, que llegó a EU en el 2000, en busca de una aventura “llena de nuevas experiencias, colores, sabores y culturas”, comparte. “La Venezuela que dejé atrás hace diecisiete años ya no existe, ha cambiado de nombre, bandera, de moneda…pero mi sentimiento de pertenencia continúa”, reflexiona.
Mejía define la situación del inmigrante como una vida marcada por “la emoción de explorar y habitar en un mundo alienado bajo una profunda sensación de melancolía”. En este escenario, sus pinturas son el espejo de lo que ha él elegido ser, “un cuerpo que vive en armonía y que da la bienvenida a esta dualidad punzante” que plasma en su trabajo a partir del concepto de “tensión”, entendido, no como mensaje sino como un “estroboscopio de sentimientos y circunstancias mezcladas”, define. Esta dicotomía la expresa mediante la yuxtaposición de fragmentos de imágenes sin conexión alguna, pero que unidas componen un tema común.
Diez años antes, llegaron desde Sofía, Bulgaria, los padres de Iva Gueorguieva, muy involucrados en los movimientos democráticos en su país tras el colapso del comunismo. Su historia no es la típica etiquetada como sueño americano, sino un camino en el que padeció una “pérdida de conexión con la familia y el paisaje”, explica la artista. El destino final de los Gueorguieva era Canadá, sin embargo, una tormenta provocó que no tomaran ese vuelo y se instalaran en cambio en Baltimore. “Durante décadas, sufrimos inseguridad, confusión, discriminación, extorsión y duelo. La pintura me permite grabar y reflexionar sobre estas experiencias y encontrar sentido a vivencias como la quema de edificios, policías armados y redadas llevadas a cabo por grupos de operaciones especiales en nuestro barrio”, recuerda.
Aunque su trabajo hace referencia a la actualidad, a la guerra y a la cultura popular, Gueorguieva no olvida las figuras y los lugares que forman parte de “aquel mundo viejo que dejé atrás y que ya no existe”, explica. Cita como ejemplo la silueta de un hombre que veía a menudo cuando era niña y jugaba en las vías del tren cercanas al apartamento donde vivía con su familia en Sofía. “En mi imaginación era el guardián de las puertas del fin del mundo”, agrega, para argumentar que este tipo de figuras recurrentes en su trabajo son una respuesta a otro cuerpo, el suyo frente al canvas y al del observador.
ANTITRUMPISMO ARTÍSTICO
“Me repugna Donald Trump, sus políticas xenófobas no me quitan tanto el sueño como la posibilidad de otra guerra mundial. La nación más poderosa del planeta está en manos de un niño mimado”, afirma Mejía. El artista opina que Trump es un síntoma de nuestros tiempos, “de la globalización y de la ola de nacionalismo y populismo que viene arropando al mundo”, y considera que la comunidad artística de EU reacciona en contra de su mandato. “En lo que va del año, he notado una creciente manifestación de ‘antitrumpismo’ en murales y galerías”, comparte el venezolano.
Mejía, quien durante una etapa de su trayectoria profesional publicó en la revista satírica MAD, considera que el humor juega un papel extraordinario en un momento, este, “de desequilibrio entre poderes, noticias falsas y multitud de canales de información”, ya que el humor es capaz de “salir al rescate y señalar a la idiotez sin complejos”, dice el artista.
Amighi nació en uno de los países árabes a cuyos ciudadanos les fue vetada la entrada a EU por Donald Trump poco después de ganar las elecciones. La artista comparte que siempre ha experimentado una mezcla de armonía y conflicto con su país de acogida y, según su parecer, no es tan sorprendente que tras un presidente de raza negra le siga otro de pensamientos completamente opuestos. “Este es el país de la eterna división, construido a partir del genocidio y de la esclavitud”, manifiesta la iraní. Agrega que tras la elección de Trump pasó de un periodo de duelo a uno creativo, en el cual la arquitectura ha quedado relegada a un segundo plano a fin de incorporar figuras que plasman una reacción urgente a la nueva realidad estadounidense.
“La elección de Trump es un desastre para el medioambiente y para las clases trabajadoras de EU y del resto del mundo”, considera Gueorguieva. Según ella, Trump representa el triunfo de las multinacionales y de las industrias militares y de los combustibles fósiles. “Esta es la era de los hombres repugnantes al servicio de la muerte”, afirma tajante la artista. Esta reacción puede observarse también en su trabajo, enfocado actualmentre en reimaginar la realidad como única alternativa al presente.
“Es inevitable reaccionar si consideramos la confrontación cultural, social y política que ha provocado la elección de Trump. La identidad de los estadounidenses se está desintegrando y para una sociedad que se considera excepcional, ver que son cómplices de esta situación les resulta muy doloroso”, considera. De acuerdo con Gueorguieva, la nueva realidad marcada por el Gobierno ha impulsado algo que no tiene precedentes: la unión y apertura entre artistas contra el enemigo común, en este caso, la administración Trump.