Por MIKE CORDER y CINAR KIPER / Estambul / Associated Press
Para Ethem Salli, la vida en la que todavía considera una de las mejores ciudades del mundo se limita a poco más que ir de casa al trabajo.
Este ingeniero de 41 años tiene fresca en la memoria una serie de ataques terroristas ocurridos en Estambul y casi no sale de su casa.
“Tengo miedo, igual que todos aquí. Creo que el Gobierno no puede ofrecer seguridad”, expresó Salli el lunes mientras cruzaba un parque nevado cerca del estrecho del Bósforo. “Ahora todos piensan que puede pasar cualquier cosa, en cualquier lugar. Estambul y Turquía son hoy sitios que meten miedo”.
El temor cunde no solo en Turquía. Desde Berlín hasta Bruselas, de la Florida a Francia, mortíferos ataques contra sitios públicos dejan un tendal de víctimas y temor de nuevos atentados.
En París la gente ha vuelto a reunirse en los cafés después del atentado del 13 de noviembre del 2015, pero muchas escuelas limitan las salidas de sus alumnos por temor a que sean blanco de ataques.
Bélgica mantiene un estado de alerta, con soldados y más policías que de costumbre en las calles. Los belgas lo piensan dos veces antes de salir y una encuesta realizada por las autoridades de tránsito indicó que una tercera parte de los ciudadanos cambió sus rutinas después de ataques en Bruselas y tratan de evitar sitios públicos como salas de cine y centros comerciales.
En Alemania, donde un ataque contra un mercado de Berlín dejó 12 muertos en la Navidad, la gente se empieza a acostumbrar a la vigilancia con cámaras, que hasta ahora los alemanes rechazaban.
En Estambul, el atentado de Año Nuevo perpetrado por un individuo armado contra un nightclub en la ribera del Bósforo tuvo por blanco la élite de la ciudad y a los visitantes extranjeros, pero fue sentido también por el resto de los 15 millones de habitantes de esta metrópoli que sirve de enlace entre Europa y Asia.
El ataque al club nocturno Reina, que se atribuyó la organización Estado Islámico, dejó 39 personas muertas. Y hubo otros atentados el año pasado en la ciudad, incluido un ataque suicida el 12 de enero en el centro histórico de la ciudad en el que fallecieron 10 turistas alemanes. Decenas de personas murieron en un ataque al principal aeropuerto de Estambul en junio.
Los líderes nacionales se esfuerzan por convencer a la ciudadanía de que no caiga presa del pánico.
“Nuestros ciudadanos no deben cambiar sus rutinas diarias”, afirmó el primer ministro Binali Yildirim la semana pasada. “Si lo hacen, le harán el juego a estas organizaciones terroristas. Su objetivo es alterar la vida, hacer que la gente tenga miedo”.
La gente no parece escuchar los llamados a la normalidad. Un día reciente, la nieve no era lo único que alejaba a los residentes del local donde Rumeysa Acar, de 21 años, vende desde tabaco hasta goma de mascar, hojillas de afeitar y anteojos para el sol. Los ataques, dijo la mujer, hacen que la gente se quede en su casa.
“La gente se pregunta si estallará una bomba donde están”, dijo Acar. “¿Nos pasará algo? ¿Podremos volver a casa? Nos da miedo salir. Estamos traumatizados”.
Además de los ataques terroristas, Turquía alberga a unos tres millones de migrantes que huyeron de las vecinas Siria e Irak, y el país se encuentra todavía bajo un estado de emergencia declarado por el presidente Recep Tayyip Erdogan tras un fallido golpe de Estado en julio.
La economía, floreciente hace poco, se ha deteriorado y la lira turca se encontraba en el nivel más bajo de su historia respecto al dólar.
Ferhat Kentel, profesor de sociología de la Universidad Sehir de Estambul, dijo que los numerosos problemas que enfrenta el país han desmoralizado a los turcos.
“Este país ha vivido tragedias en el pasado. Y los últimos incidentes indican que estamos en un nuevo proceso traumático”, declaró Kentel a la Associated Press. “El intento de golpe, lo que pasó después (la represión), las medidas tomadas por el Gobierno, el estado de emergencia. Todas estas cosas, combinadas con los problemas económicos, desgastan y corroen el alma de los grupos sociales y de los individuos”.
La reciente nevada fue bien recibida por Salli, ya que casi no había gente en el parque Macka de la Democracia, con excepción de algunos estudiantes que se tiraban bolas de nieve.
“No queremos que se junte mucha gente”, señaló. “En lo que a mí respecta, mi vida ha cambiado y prácticamente lo único que hago es ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, algo que no está nada bien en Estambul, una de las mejores ciudades del mundo”.