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Colapso europeo

Desempleo, desalojos en viviendas, refugiados y escándalos de corrupción son los retos que ahora afronta Europa, ¿se terminó el paraíso del viejo continente?
20 de Marzo 2017
Especial
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Por Víctor H. Ríos / Barcelona, España

Son signos que se multiplican por las calles de toda Europa, igual que los grafitis. Un hombre hurga en los contenedores de basura de la Gran Vía aquí en Barcelona. Una familia, despojada de su vivienda, decide vivir en la acera de la que fuera su casa, en Sevilla. Trabajadores de toda Francia estallan más de 30 huelgas en un mes, en demanda de mejoras salariales. Cientos de miles de refugiados, hombres y mujeres sin techo, duermen en la zona de cajeros automáticos de los bancos de todo el continente. El desempleo a tope en Italia, Grecia, España. Escándalos de corrupción impunes. Inmigrantes ilegales colman las avenidas de Berlín, Roma, París, con sus mantas para la venta ambulante. Desconfianza. Grecia se tambalea, otra vez. Xenofobia. Miedo. Nacionalismos extremos. Llamados de alerta: la zona del euro está en riesgo de colapso.

Cuando lo afirma, ante el pleno de la Comisión Europea, el órgano máximo de decisiones del gigante económico que él preside, Jean Claude Juncker no tiene esmero alguno en ocultar su nerviosismo: “Hace un año dije que el estado de la Unión Europea dejaba mucho qué desear… ese diagnóstico sigue siendo válido: la Unión Europea sufre una crisis existencial”.

Los signos que enuncia el político luxemburgués son los mismos que repiten a diario los analistas económicos de todo el continente, los expertos políticos: la burbuja económica que rige las vidas de más de 500 millones de seres humanos de 28 naciones está a punto de reventar. Así de grande es su fragilidad.

Se palpa en las calles. ¿Cuántas décadas han pasado desde que era casi tan común como ahora ver a hombres y mujeres ansiosos, urgidos, buscando en la basura de las grandes avenidas algo de comida, latas, plástico, cualquier cosa útil para vender? Se escucha la fragilidad europea en los murmullos de los pedigüeños del metro de París, de las calles de Lisboa, de los parques de Madrid.

Cuando le pregunto a Almudena, una enfermera especializada española de 42 años que, tras siete años de trabajillos eventuales se ha quedado sin empleo y a la espera de una prometida plaza en hospitales públicos, lo resume sin inmutarse:

“Es una mierda gigantesca. Es una situación ruinosa. Hace 15 años era todo más barato y los sueldos… ya te digo: no han subido para nada, ni en la misma proporción ni muchísimo menos”.

Los números oficiales no la contradicen. Italia, España y Grecia encabezan las listas europeas del desempleo, con tasas astronómicas de doce, dieciocho y veintitrés por ciento, respectivamente, en el último año.

No obstante, si hablamos de pobreza –lo que Europa entiende por pobreza, por supuesto– entonces tendríamos mucho que decir de Bulgaria y Rumania, donde más de un cuarto de su gente padece lo que llaman “privación material severa”.

Cifras quizá irrelevantes para México, donde más de la mitad de la población sobrevive con apenas 5 000 pesos al mes, pero desmesuradas para una de las economías más desarrolladas del orbe. Aquí la realidad, una tirana, se aprecia de golpe al recorrer las ciudades.

Juan Ignacio Crespo, el analista económico español que en 2008 alertara sobre una inminente recesión continental que finalmente echó al bote de basura cerca de cuatro millones de empleos en la región, publicó un libro singular: ¿Por qué en 2017 volveremos a entrar en recesión?.

En él explica que los europeos han dejado de consumir, por la caída de sus ingresos salariales y prestaciones eliminadas, y ello ha provocado un cisma generalizado en la banca, que presta menos, en el comercio, que se anquilosa más.

“Los servicios de estudios de los grandes bancos mundiales ya están empezando a percibir claros síntomas de la próxima recesión”, escribe en el libro, que en menos de tres meses se ha convertido en un éxito de ventas.

Son síntomas que se multiplican en lo económico, pero también en lo político y lo social: en Francia, Alemania y Austria los partidos de extrema derecha critican la política de asilo, mientras ascienden lentamente hacia el poder, y cientos de miles de migrantes sirios, y de casi toda África, esperan en la isla de Lesbos, en los territorios de Melilla y Ceuta, en las costas de Argelia, Marruecos y Túnez, para alcanzar su tierra prometida.
La salida de Inglaterra del acuerdo comercial con Europa, considera el especialista, aunado a la turbulencia política en los países líderes de la región, son factores que provocan una inestabilidad aun mayor.

Los focos están puestos en Alemania, donde Martin Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo y candidato socialdemócrata, se ha colocado delante de Angela Merkel, la poderosa lideresa de Europa que cuenta ya 12 años en el poder, en las intenciones de voto para las elecciones de septiembre próximo y eso puede suponer muchos más cambios en la nación y en todo el continente.

Las grandes incógnitas

Las escenas se reproducen por toda Europa. Y no es una figura retórica: hay filas que van desde las 300 hasta las 1 500 personas cada día, que se apostan frente a alguno de los más de 2 500 comedores comunitarios instalados en ciudades como Atenas, Sofía, Barcelona, Bucarest o Lisboa.

Lugares como el ubicado sobre la avenida Vallcarca, en las colinas de la alguna vez muy pujante Barcelona, donde colectivos antiglobalización y de resistencia ante la crisis u organizaciones no gubernamentales donan alimentos, productos agrícolas a bajo costo o despensas con arroz, harina de trigo, garbanzo o papas, dátiles, aceitunas y leche en polvo, principalmente, a cambio de trabajo comunitario de alguna especie.

El colectivo reacciona ante la crisis, que ha destruido a las personas para salvar a los bancos y grandes corporativos, explica María Asunción Vallejo, una activista de esos colectivos, aunque no sólo trabajan en la cuestión alimentaria, sino también civil: impulsan acciones de recuperación de vivienda olvidada por los bancos y se oponen a los desahucios, uno de los problemas sociales más críticos en la España actual.

Tienen un objetivo: evitar que al menos la gente de este barrio clasemediero barcelonés no forme parte de esas 122 y medio millones de personas que, según el más reciente estudio difundido por Eurostat, la agencia estadística de la Unión Europea, están en riesgo de pobreza en la zona. Un cuarto de su población total.

Pero el riesgo persiste, ante la debilidad económica de España que, junto a Grecia e Italia, principalmente, son motivo de preocupación en el continente, al que podrían arrastrar nuevamente a una severa crisis.

No sería raro que ocurra. Como explica la periodista española Karolina Tagaris, tras siete años de tres grandes rescates, en los que han fluido hacia el país miles de millones de euros, Grecia no sólo no reduce sus niveles de pobreza, sino que al contrario, los dispara al alza más que en ninguna otra nación de Europa.

España apenas despunta en cuanto al desempleo y tiene pendiente aún la recuperación de sus niveles de crecimiento, muy por debajo de naciones como Holanda o Irlanda. Ya no se diga Suecia o Finlandia.

Y la crisis –muchos ya la denominan humanitaria– con la llegada masiva de inmigrantes ilegales de África y el Oriente Medio más convulsionado, no hace sino agravar el panorama.

Europa, opinan los expertos, está en una encrucijada.

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