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Una estudiante de arte se convirtió en la primera mujer refugiada Siria en llegar a México a través del Proyecto Habesha
27 de Febrero 2017
Manuel_Meza
Manuel_Meza

Por David Santa Cruz / Ilustración Manuel Meza

S upongamos que la joven siria Samah Abdulhamid un día, antes de la guerra, vio la película ¿Quieres ser John Malkovich? y colocó el cartel como su foto de portada de Facebook. Supongamos además que tiempo después descubrió el autorretrato del pintor frances Jean Michel Basquiet junto a Andy Warhol,  y cambió la foto. Supongamos que iba a la escuela y se divertía con sus amigas en Damasco, una de las ciudades más bellas del mundo. Supongamos, finalmente, que cuando se refugió en Líbano en 2013 sentía como si estuviera en un estado de coma.

Todo es cierto, pero sólo podemos suponerlo porque pidió no hablar de política, religión o de su vida personal. Lo que sabemos, porque estuvimos ahí, fue que llegó a México el 2 de febrero pasado y quedó sorprendida ante el asedio de la prensa que convocó el Proyecto Habesha, la organización de la sociedad civil que desde hace un año invita a exiliados sirios para que terminen sus estudios en México y puedan regresar a su país y así ayudar a reconstruirlo, porque la guerra algún día debe terminar.

Sabemos también que Samah tiene los ojos verdes y que no le gusta que le tomen fotos para la prensa, que se graduó como pintora de la escuela de Bellas Artes en Damasco, en 2011, el mismo año que empezó la Primavera Árabe. Tenemos por cierto que en 2013 dejó su natal Siria, con tan sólo 23 años y se mudó a Líbano. En junio de ese año la entrevistaron en la revista alemana Dier Spiegel, se encontraba en Aley un poblado libanés ubicado a 19 km de la capital del país y a 94 km de Damasco.

Tres meses después, el 26 de agosto de 2013 el vice presidente de Estados Unidos John Kerry amenazó con invadir militarmente Siria y derrocar a Assad. Hasta entonces Damasco era una ciudad moderna y hermosa. La guerra fue un efecto secundario de la llamada Primavera Árabe que inició en Túnez  y terminó con largas dictaduras civiles y militares, pero le abrió la puerta a movimientos religiosos radicales.

Menos en Siria, ahí el presidente Bashar al-Ásad usó la fuerza para reprimir la revuelta y se mantuvo en firme cuando explotó la guerra civil. Detrás de él estuvo el régimen ruso de Vladimir Putin y se llegó a especular que podría estallar la tan temida Tercera Guerra mundial. No sucedió, pero Siria está devastada y sus ciudadanos también.

Samah tiene hoy 27 años y asegura que aprendió a no tener expectativas, “por eso soy feliz ahora, todo es una sorpresa, es algo que me mantiene alerta para cualquier cosa que venga: No tener expectativas”.

Cambiar de vida

—¿Sigues en Beirut?Le preguntó a Samah un amigo que conoció en esa ciudad dos años atrás.

—Sí. –Respondió.

—¿Estás interesada en ir a México a continuar tus estudios?

—Ajá –Contestó sin hacerse a la idea.

Así llegó hasta la página en Facebook de Habesha, los contactó y sucedió: “Una historia muy linda”, dice Samah y se ríe, quizá incrédula de haber cruzado el mundo y ahora estar aquí. Todo el proceso duró poco más de nueve meses.

Dentro de poco irá a estudiar español a la ciudad de Aguascalientes, donde la organización que la invitó tiene convenios con instituciones educativas. Luego de seis meses ingresará a la universidad para estudiar la maestría en Arte Dramático, pero con un enfoque terapéutico, lo que llaman Teatro del Oprimido. Una técnica desarrollada en Brasil por Augusto Boal y que busca, desde el teatro, generar un cambio en la sociedad.

—No es que me esté mudando de la pintura al teatro, es sólo experimentar otras herramientas que apoyen a las que ya tengo. Todo está conectado.

—Hace algunos años que el teatro del oprimido se ha puesto de moda, ¿a qué crees que se deba?— Le cuestiono.

—No sabía que el teatro del oprimido estaba de moda —responde Samah—, pero me queda claro, que si existe es porque es necesario, y se necesita porque funciona en los individuos y en su círculo social. Esa es mi lectura al respecto porque todavía no lo he estudiado, pienso que es una gran herramienta para identificarse uno mismo dentro de un grupo, y una vez que uno se identifica dentro de un grupo es más fácil indentificarse mejor con otros grupos. Es algo que se necesita.

Tras reflexionar un poco diversos temas regresamos al de su oficio.

—Yo acostumbraba pintar — dice Samah con una seriedad que no logro interpretar si es propia de su carácter o si viene del hartazgo producto de la  fama wharholiana que le dio llegar a México con el título de “primera mujer siria refugiada” que le dieron en un boletín de prensa que los medios mexicanos replicaron sin verificar.

—¿En pasado? –la cuestiono.

—Sí, solía pintar. En los últimos tres años no pinté, me mudé a hacer bosquejos, en formatos pequeños, líneas, sombras, pero no usaba colores.

Cuando se mudó a Beirut, Samah se dijo a sí misma que la pintura estaba –por el momento– un poco fuera de lugar para ella. “Porque necesito el contacto directo con los seres humanos, eso pasa para cualquier forma de arte”. Fue durante ese periodo que conoció el teatro del oprimido, “que es una gran herramienta artística para hacer trabajo social, y estaba más interesada en el trabajo social que en tener mi propio estudio de pintura y exponer en galerías para que la gente pudiera analizarlo”.

Así que durante su estancia en Líbano se dedicó al trabajo social “eso fue muy bueno para mí y me dio más herramientas para aplicarlas en la pintura, el teatro, la música, y enriquecerme más con la gente y el contacto con ella”.

Siria y las telenovelas

Hace seis meses le notificaron formalmente que sería una de los seis estudiantes sirios que vendrán a México en la primer mitad del 2017 con Habesha: “No tenía ninguna expectativa al respecto”, dice reiterando su mantra personal.

Lejos de lo que uno pudiera pensar América Latina no le es tan ajena. “Cuando éramos niños veíamos en la televisión programas mexicanos doblados al árabe, entonces teníamos estas telenovelas de 140 episodios, así que imagínate”.

Las telenovelas latinoamericanas compitieron con fuerza con las masalsals que son el equivalente en Siria aunque con contenidos que ensalzaban lo religioso y llegaban a justificar el régimen político, pero con la guerra se dejó de ver la señal satelital.

Samah recuerda que era tal la influencia de las telenovelas que en medio de los primeros bombardeos la gente estaba más preocupada por saber qué pasaría en uno de los clásicos melodramas venezolanos: Kassandra. Las familias estaban con la boca abierta y los ojos clavados en el televisor, en espera de saber el destino de la bella bailarina gitana que heredaría una gran fortuna. “Lo recuerdo porque la gente decía: ‘¡Oh, una bomba cayó aquí mientras pasaban Kassandra!’, era sorprendente porque la gente estaba preocupada ‘¡Cómo pueden pasar estas cosas!; ¡ella tiene otro hermano!’”, dice mientras se carcajea. Por primera vez en la plática se le percibe relajada.

Ya entrados en confianza, Samah recuerda que le gustaba mucho una serie animada japonesa llamada The Golden Eagle como se conoció en árabe a Las aventuras de Pepero, que trataba sobre un niño inca. “México es bien conocido por su cultura, nosotros estudiamos a los artistas mexicanos en la escuela, no se nada de literatura, me gustaría saber, pero es un país bien conocido por su cultura”.

De la pintura reconoce que Frida Kahlo le gusta más que Diego Rivera. “Para mí la obra de Frida es muy poderosa. Es muy auténtica, tiene su propio estilo, puedes ver una pintura de Frida y estar segura que es un trabajo de ella, sus pinturas son sobre sí misma y al mismo tiempo tocan a mucha gente”.

Aunque lo que más le gusta de Frida es “la habilidad que tiene de convertir en fortalezas aquello que la sociedad llama debilidad” y en eso parece que Samah Abdulhamid habla de sí misma.

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