Revista Cambio

El barco del odio

POR ÉMILIEN BRUNET / BRUSELAS, BÉLGICA

Al observar ciertas fotografías suyas, cualquiera pensaría que se trata de veinteañeros cosmopolitas con mentalidad abierta; jóvenes hipsters que viven y se sienten a gusto en las sociedades multiculturales.

Pero no, es un grupo de militantes de extrema derecha del movimiento juvenil Generación Identitaria, nacida en Francia en 2012, que se ha expandido a otros países europeos, y que durante julio y agosto pasados se embarcó, literalmente, en una odisea para “defender a Europa” de lo que llaman una “invasión de inmigrantes”, refiriéndose a quienes arriesgan su vida todos los días al intentar cruzar el Mar Mediterráneo desde las costas africanas, huyendo de la violencia que oprime sus países.

Comandado por un joven de 28 años, Martin Sellner, ese grupo de ultraderechistas franceses, austriacos, alemanes e italianos saltó a la fama durante el verano a partir de que fletó un barco de 40 metros de eslora, con bandera mongola, con el dinero que recaudó por internet y cuya suma sorprendentemente en unas cuantas semanas superó 170 000 euros.

Tal navío, el Suunta, pertenecía a un empresario sueco condenado por fraude, y era usado hasta entonces para abastecer de armas en las costas de Yibouti a los buques comerciales, que así se protegían contra los piratas provenientes de aguas somalíes.

Fue lo que menos importó a los “millennials neonazis” –así los denominó la prensa europea– que rebautizaron el barco como C-Star y, a mediados de julio, zarparon de aquél país africano con destino al puerto italiano de Catania, nada menos que de donde parten las organizaciones humanitarias al rescate de refugiados en el Mediterráneo.

Así fue como comenzaron una intensa operación de propaganda xenofóbica con nombre de guerra: Defend Europe, la cual no sólo consiguió entusiasmar a la extrema derecha europea sino también a la internacional, en particular a figuras del supremacismo blanco estadounidense que simpatizan con el presidente Donald Trump, como Richard B. Spencer, de Alt-Right (Derecha Alternativa) o David Duke, ex líder del Ku Klux Klan, además del portal digital racista The Daily Stormer, que escribió:

“Es una gran iniciativa (…) a esos parásitos (los inmigrantes) se les necesita inculcar un profundo miedo de atravesar el Mar Mediterráneo. Ahora mismo, los negros creen que los europeos vendrán a recogerlos para llevarlos a nuestros países. Vayan con Dios, muchachos. Sus ancestros están orgullosos de ustedes”.

Obstáculos en el camino

Después de que en mayo, con un pequeño bote, habían intentado bloquear en Catania al buque Aquarius –de la organización SOS Méditerranée, apoyada por Médicos sin Fronteras–, los jóvenes identitarios habían amenazado nuevamente con impedir las actividades de salvamento de las asociaciones una vez que dispusieran de embarcaciones más grandes.

Pero cuando anunciaron la “misión” Defend Europe y esta captó una extraordinaria atención mediática justo en el periodo vacacional europeo, aseguraron que únicamente “vigilarían” la legalidad de las actividades de rescate en la zona, y “asistirían” a los guardacostas libios, pues en lugar de trasladar a suelo italiano a los inmigrantes socorridos por ellos, donde podrían demandar asilo, tal como lo hacen las ONG –a las que por eso acusan de colaborar con los traficantes de personas–, los regresarían a Libia.

A su parecer, “al atraer a los africanos al mar, (las ONG) están poniendo en peligro vidas y abusando del derecho marítimo internacional”, por lo que, advirtieron, “esta locura debe parar: tenemos que detener esos barcos (de búsqueda y rescate de inmigrantes) para salvar a Europa”.

Durante esas fechas, 15 organizaciones privadas y no gubernamentales realizaban acciones de búsqueda y rescate con sus barcos en el Mediterráneo, con los que en el transcurso de 2017 habían salvado la vida de unos 35 000 inmigrantes de los 100 000 socorridos en total, también por embarcaciones oficiales.

La intromisión de los millennials ultraderechistas en esa zona se advertía peligrosa para el trabajo de las ONG, ya que como decía Joe Mulhall, investigador de la ONG caritativa británica Hope not Hate que lucha contra el racismo y la islamofobia y que siguió paso a paso al C-Star y promovió la movilización mundial en su contra, “meterse en el espacio donde se lleva a cabo un rescate, incluso si sólo te sientas a ver, podría resultar en la pérdida de vidas, y todo esto, en un año en que ya han muerto más de 2 000 migrantes, es realmente preocupante”.

Seguros de sí mismos y de su discurso de odio, así como de su hábil manejo de las redes sociales y los códigos de la comunicación moderna, los tripulantes del C-Star pensaron equivocadamente, al levar anclas en Yibouti, que los esperaba un camino aterciopelado en su viaje a Catania, en Sicilia.

Cuando quisieron atravesar el Canal de Suez, la policía egipcia detuvo durante una semana la embarcación porque su capitán fue incapaz de proveer los documentos correctos de la tripulación. Libre de continuar su ruta, el C-Star fue otra vez bloqueado en el puerto turco-chipriota de Famagusta, y algunos de sus miembros detenidos por tráfico de seres humanos, ya que en la embarcación transportaban inmigrantes de Sri Lanka que, según los ultraderechistas, habían pagado con el propósito de subir abordo como “aprendices de marinos” y así poder “validar sus diplomas”, pero en realidad serían demandantes de asilo que buscaban llegar a Italia, según Hope not Hate.

El lanzamiento formal de la operación Defend Europe en el Mediterráneo fue programado para el 19 de julio en Catania, y hasta convocaron a la prensa internacional, sin embargo, tuvieron que anularla por la presión de los antirracistas y la negativa de las autoridades de Grecia e Italia para dejar desembarcar al C-Star en sus puertos.

Para colmo, unas semanas después de que el navío por fin pudo comenzar su “misión” antiinmigrantes el 31 de julio, aunque fuera de la zona de búsqueda y rescate de las costas libias y sólo filmando, necesitó reaprovisionarse en el puerto tunecino de Zarzis, ante lo cual los pesqueros locales se organizaron a fin de impedirles el paso. El C-Star tuvo que errar hasta encontrar dónde hacerlo.

Ridículo y fin

Víctimas de su propio espectáculo mediático y de sus bravuconadas, los ultraderechistas recibieron entonces los dos últimos golpes letales: uno a su imagen, el 11 de agosto, al quedar mal parados cuando el buque de la ONG alemana Sea Eye tuvo que acudir en “auxilio” del C-Star, que al presentar una “falla menor” en su motor principal debió solicitar apoyo externo para respetar las normas marítimas de seguridad. El otro, una semana más tarde, fue un revés político propinado por el gobierno maltés, que les prohibió atracar en sus puertos como ellos querían hacerlo, “le gustara o no” al primer ministro Joseph Muscat.

Ese mismo día, y 48 horas después también en una rueda de prensa en Lyon, Francia, los radicales identitarios anunciaron el fin de Defend Europe, al menos, aclararon, en su “primera misión”. La consideraron “un éxito total e indiscutible: éxito político, mediático y en términos de activismo”. Mulhall, de Hope not Hate, opina que fue un “fracaso”; no obstante, reconoce que ese proyecto deja una gran preocupación a futuro porque “tenemos frente a nosotros una red de redes de la extrema derecha europea que dispone a largo plazo de recursos que jamás tuvieron”.

La ironía

No deja de ser una ironía: si las ONG han sido prácticamente impedidas de socorrer a los refugiados en el Mediterráneo, no ha sido por una acción directa de Defend Europe, sino por medidas que se llevaron a cabo en paralelo a su operación. Por un lado, el gobierno italiano tomó la decisión, los primeros días de agosto y con el respaldo de la Unión Europea, de emitir un código de conducta que cinco de ellas no habían querido aceptar hasta el cierre de esta edición. Este les prohíbe enviar señales luminosas con la finalidad de ayudar a los inmigrantes o transferirlos a una embarcación más grande (de manera que la primera no abandone la zona de rescate) y luego llevarlos a tierra; además, tal código las obliga a admitir la presencia de un policía armado a bordo y a colaborar con datos en las investigaciones de la autoridad.

Pero por otro, también las acotó el anuncio del régimen libio el 10 de agosto, aplaudido por el gobierno de Roma, respecto a que, de forma unilateral, crearía en sus aguas territoriales una zona de búsqueda y rescate a la que no tendrían acceso los barcos de las ONG. Esa zona abarcaría 112 kilómetros de distancia de las costas libias, donde suelen ocurrir los naufragios. La medida representó una desgracia para las personas que deben cruzar el Mar Mediterráneo en condiciones terribles, ya que, como consecuencia, hasta este 26 de septiembre, sólo unas cuantas ONG continúan en activo, como la española Proactiva Open Arms, la alemana Sea Watch o la francesa SOS Méditerranée, hecho confirmado en su momento a CAMBIO por la vocera de esta organización, Mathilde Auvillain. Las embarcaciones de las demás ONG se retiraron paulatinamente frente al entorpecimiento de su labor y los problemas de seguridad que plantean los métodos violentos de los guardacostas.

Esa “confusa” situación para el rescate de vidas humanas, sin embargo, la adjudican en parte los ultraderechistas a su operación antirrefugiados, e incluso la asumen como una “victoria”, pues, según ellos, “al estar en el lugar y en el momento correctos, fueron capaces de influenciar eficazmente a gobiernos y obtener resultados concretos”.

En todo caso, es evidente que existe una lamentable conjunción de intereses que potencia el latente regreso de las operaciones de los millennials neonazis.