POR LUCÍA BURBANO /BARCELONA, ESPAÑA
Más allá del resultado, si una conclusión puede extraerse del referéndum de autodeterminación celebrado el 1 de octubre, es que tanto Catalunya como España vulneraron las garantías democráticas que se presuponen en un estado europeo. En el caso español, por intentar impedir el voto con una violencia extrema en varios colegios electorales que dio la vuelta al mundo. En el lado catalán, por permitir que la votación se llevara a cabo sin garantizar un sistema de transparencia y control que no refleja el voto real que se produjo en la consulta.
Esta es una crónica, en primera persona, de una catalana residente en Londres que ya vivió y sufrió la campaña del brexit, y que viajó a su Barcelona natal para ser testigo, no de la victoria del Sí, pero de la derrota de algo mucho más fundamental: la democracia.
Demasiado ruido
La vigilia del 1 de octubre comenzó con una estruendosa cacerolada a las diez de la noche, un mecanismo de protesta que se produce diaria y puntualmente, desde que el Gobierno español decidiera reaccionar con mano dura a la convocatoria unilateral de un referéndum de autodeterminación por parte del Parlament de Catalunya. Este ruido metálico ensordecedor bien podría ser una metáfora que resume las relaciones entre ambos gobiernos en los últimos diez años, donde el diálogo y la reflexión han brillado por su ausencia.
Esta polarización ha acabado por instalarse entre los ciudadanos, ahora enfrentados en dos bandos, el del Sí y el del No. Existe un dicho que tradicionalmente ha definido la personalidad de los catalanes: “el seny i la rauxa”, que en castellano se traduce como “el sentido común y el arrebato”, dos conceptos antagónicos donde el segundo ha acabado por imponerse al primero.
En este escenario, el Parlament incrementó la brecha al aprobar la Ley del Referéndum el 6 de septiembre, presentada por el Govern formado por el Partit Demòcrata Europeu Català y Esquerra Republicana de Catalunya, con el apoyo de la Candidatura d’Unitat Popular y sin el voto de la oposición, que abandonó el hemiciclo a modo de protesta. Por otro lado, el gobierno del Partido Popular respondió el 20 de septiembre con un arsenal de medidas poco pacificadoras; el despliegue de 6 000 policías en Catalunya, registros en diversas consejerías del Gobierno catalán y la detención de catorce altos cargos por desobediencia, prevaricación y malversación, alegando el uso de fondos públicos para la organización de un referéndum de autodeterminación que según la Constitución española de 1978 y la Ley Orgánica 2/1980 debe estar autorizado por el Estado español.
Esta consulta nacía, pues, radicalizada. Los días previos a su celebración comenzaron a producirse situaciones esperpénticas, como la búsqueda e incautación de urnas y papeletas por parte del Gobierno, o la toma de colegios electorales desde la tarde del viernes 29 de septiembre por parte de los partidarios de la celebración del referéndum, promovidos desde grupos de WhatsApp y con el objetivo de evitar que fueran precintados por la Policía Nacional y la Guardia Civil.
¿Garantías democráticas?
Ante la llamada a proteger los colegios electorales de las fuerzas del orden, muchos ciudadanos se dirigieron a las sedes a las 5 de la mañana del 1 de octubre. La jornada iba a ser larga, muy larga. En el Institut Angeleta Ferrer de Sant Cugat del Vallès, municipio situado a 14 kilómetros de Barcelona, se apilan sacos de dormir en el exterior, y una amplia mesa con café, zumos, fruta y pastas forman un buffet de desayuno para aquellos que pernoctaron en el gimnasio de este centro educativo, unas veinte personas, según me cuentan dos chicas de 17 años.
Aunque la votación no comienza hasta las 9 de la mañana, casi un centenar de vecinos se concentran en el colegio desde las 8 para vivir una jornada que los asistentes califican como “histórica”. A esa hora, aproximadamente, las urnas vacías se muestran a los electores, que las jalonan con cánticos de “democracia” y “votarem” (votaremos).
Pocos minutos después, los vocales del centro anuncian que el sistema informático que recoge los datos censales ha sido intervenido por la Guardia Civil, y proclaman que se aplicaría un censo universal. Aquí surge la primera irregularidad que cuestiona el resultado del referéndum, ya que el programa informático neutralizado opera como una aplicación instalada en el celular, que valida el voto en función de si el votante figuraba en el censo realizado por el Govern, garantizando la transparencia del proceso. Al introducir uno de los dos vocales de las mesas los datos del Documento Nacional de Identidad (DNI) del votante en la aplicación, el sistema confirmaba que la persona estaba censada en el centro y si había ejercido su derecho a voto. El segundo vocal anotaba entonces a mano el nombre y el DNI en una lista para dejar constancia.
Al caer el sistema, se permitió a los ciudadanos con derecho a voto introducir su papeleta marcada previamente con el Sí o el No en cualquiera de los colegios electorales repartidos por Catalunya que no habían sido intervenidos, así quedó como único registro de su voto las anotaciones manuales de los vocales de los centros.
Tras más de una hora de espera a fin de ejercer mi derecho a voto, abandono mi colegio electoral con las manos vacías en dirección a Barcelona, donde cientos de personas se congregan pacientemente en los centros con el propósito de expresar su opinión. El ambiente es similar al de un domingo cualquiera, sólo entorpecido por una lluvia que parecía anticipar la tormenta de mensajes enviados por amigos y familiares que residen fuera de Catalunya, preguntándome si estaba bien y que tuviera cuidado: habían empezado a producirse las vergonzosas cargas policiales en los colegios electorales que acabaron con aproximadamente 900 personas heridas.
Un amigo británico me acompaña en diferentes partes de la ciudad para captar el ambiente. Animada por la ausencia de filas en el Palau Robert, situado en Passeig de Gracia, me decido por fin a ejercer mi voto. En este centro, el sistema informático sí funciona, pero no hay sobres dónde introducir las papeletas que protejan la privacidad de mi voto. Segunda irregularidad. “Hay que doblarlos una vez marques la casilla correspondiente”, me dice una señora. Ambos vocales registran mis datos en la aplicación del celular y en el listado manual, y mi amigo me comenta sorprendido la ausencia de cabinas que permitan votar en secreto.
Nos dirigimos entonces al encuentro de dos amigos comunes que todavía no habían votado. Medio en serio medio en broma, les planteo poner a prueba el sistema intentando votar por segunda vez. Caminamos juntos a la escuela Poeta Maragall, situada en la calle Provença. En este centro, sí cuentan con sobres pero no con sistema informático. Me acerco a la vocal y le entrego mi DNI, que anota en la lista correspondiente, sin poder verificar si ya he votado con anterioridad. “Ya puedes votar”, me comunica. Pálida, introduzco mi segundo voto del día en la urna, con una sensación cercana a la náusea al ser cómplice de la irregularidad de un referéndum que mi trampa reveló como ilegal.
Para acabar de rematar la pérdida de fe en la organización de la consulta, uno de mis dos amigos nos explica que no le permitieron votar con su pasaporte español, y que aceptaron su voto una vez que recitó su número de DNI en voz alta, sin mostrar documentación alguna que verificara que aquellas cifras correspondían, efectivamente, a las de su carnet de identidad.
Ya en la calle, la náusea incrementa cuando las cientos de personas congregadas fuera del centro empiezan a corear las palabras “democracia” y “ya hemos votado”, y cantan a capela el himno nacional de Catalunya. Mis amigos y yo nos miramos incrédulos, sabemos que la duplicidad de mi voto debería invalidar, por sí solo, el resultado del referéndum. A medianoche, me voy a dormir sin esperar el recuento, ya que este no reflejaría el resultado real de la consulta que yo misma había amañado. Tras varias tribulaciones, me quedo dormida con la sensación de ira hacia unos políticos dispuestos a todo para dividir a una sociedad, capaces de intentar fundar un nuevo país a partir de una mentira y en nombre de la democracia.