Por Diego Jemio / Buenos Aires, Argentina
Una línea costera de 4 725 kilómetros, a lo largo de cinco provincias. Una plataforma marítima de 350 millas náuticas. Y uno de los grandes ecosistemas marinos del mundo que se encuentra relativamente en buen estado. Argentina cuenta con ese gran recurso natural silvestre, aunque actúa como si no tuviese mar. Las razones pueden ser históricas y de producción. Salvo por el puerto de Buenos Aires y por su aduana, el país sudamericano no tiene una cultura marítima y vive como si el mar fuese un territorio ajeno, quizá de otro país y no propio. Se nos conoce como el país de la carne roja, pero la pesca produce más dinero que las vacas.
Sentado en su oficina de la Fundación Vida Silvestre, Guillermo Cañete despliega mapas satelitales y muestra videos para graficar lo que está contando. Estamos en Mar del Plata, una ciudad costera a 410 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Todos los años, cientos de miles de argentinos vienen acá a pasar las vacaciones y bañarse en sus playas. Y la gran mayoría tiene ese único contacto con el mar. Otros tantos van a las provincias de la Patagonia con la finalidad de ver los lobos marinos y las ballenas, la gran atracción turística del lugar.
Pero esta ciudad, a la que los argentinos llaman La Feliz, es también un centro de producción pesquero importante, una de las ciudades que genera algunos de los 20 000 puestos de trabajo de la actividad. Cañete es licenciado en Ecología y coordinador del Programa Marino de la ONG; además, fue investigador del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep), que asesora a la Subsecretaría de Pesca y Agricultura de la Nación (SSPyA). Es decir, conoció el manejo del Estado y ahora intenta enfrentar los problemas desde una fundación. “Crecimos mirando tierra adentro y nunca nos fijamos en el mar”, dice, como una suerte definición de la idiosincrasia argentina.
Cuando le preguntan por los grandes problemas del mar argentino, Cañete habla de la contaminación y de las concesiones para la exploración y explotación petrolera off shore. Sin embargo, también se refiere a otros problemas del aquí y ahora, más cercanos y tangibles en la producción pesquera en Mar del Plata y el resto de las ciudades con mar.
En los últimos años, Argentina vivió como si el mar –y sus recursos– fuesen infinitos, con un sistema armado a fin de promover la pesca, pero sin demasiada regulación. “La pesquería funciona como un sistema que tiene recurso, gente con instrumentos para pesar y una regulación del Estado. Está basado en la explotación de un recurso que es patrimonio de toda la sociedad. No hay propietarios del mar ni de los recursos”, explica Cañete.
Durante un tiempo, la pesca de la merluza se realizó de forma indiscriminada. Y ahora, finalmente, hay escasez de peces y un sistema de vedas. “Durante años, no se aceptó la palabra de los científicos. Tienes que dejar peces en el agua porque; si no lo hacés, comprometes el recurso. El colapso es la falta de disponibilidad del pescado o que no sea rentable pescar. En otros casos, el Estado tiene que salir a decir que no pesquen más”.
Como si la historia fuese una lección que nunca aprendemos, ahora el cuento se repite con el langostino. De un promedio de 60 000 toneladas anuales, se pasó a extraer alrededor de 160 000 toneladas. Un negocio fabuloso –se congela en el mar y exporta– que generó 1 700 millones de dólares en 2016. Ese dinero queda en pocas manos –no llegan a 20 las empresas en todo el país– y supera al generado por la carne.
Antes de que suceda lo mismo que con la merluza, Cañete advierte: “Muchos barcos que iban por esos peces ahora buscan langostinos. Usan redes de arrastre de fondo y producen otras miles de toneladas de descarte. No hay sistema biológico natural que soporte esa tendencia de suba de la cantidad de langostino. En algún momento se va a estabilizar o caerá”.
El descarte inmoral
La Asociación Argentina de Capitanes, Pilotos y Patrones de Pesca lanzó recientemente un comunicado sobre los riesgos del “oro rojo” (langostino) y el abandono de las especies de pesca fresca, que dan trabajo en las plantas de procesamiento en tierra a miles de personas. Además, califican de “inmoral” el descarte que se realiza en la pesca de los crustáceos. “El langostino no se preserva, así como no se hizo nada con otras especies. Se captura todo lo posible y el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero no ha explicado todavía el porqué de su abundancia. Por otra parte, el descarte pesquero en Argentina no se considera como tal; los barcos se limitan a simular que cumplen con la minimización del descarte y la aplicación de controles. Es inmoral la cantidad de alimentos que se desperdicia. El Estado debe convertir a ese descarte en un activo. Es necesaria la instrumentación de una política de Estado, que además eduque a consumir pescado y que fomente el mercado interno”, declara Jorge Frías, secretario general del gremio.
El dirigente además traza una explicación sobre la abundancia del langostino y la falta de merluza. “Aun cuando no hay opiniones oficiales, sí existen explicaciones de científicos, biólogos y técnicos sobre la relación entre la falta de uno de los depredadores naturales del langostino y su abundancia. Hay un componente de negligencia, desidia y corrupción política”.
Las críticas de Frías sobre la falta de controles y la corrupción se repiten en otros sectores y sindicatos de la pesca. Sin embargo, a diferencia de otros países de la región, Argentina tiene un instituto de investigación, un sistema de administración y control, otro de estadística pesquera y observadores a bordo, además de controles en tierra de la descarga. Pero también aparece el gran denominador común de nuestros países: la corrupción. “Tenemos problemas serios de subdeclaración, con descartes a bordo. Hay una diferencia entre lo que se captura y lo que se declara. Mueren más pescados de los que deberían. No hay planes de manejo de la pesca. En definitiva, las preguntas que debe hacerse el Estado son: ¿quiero que algunas personas ganen mucho dinero? ¿Quiero preservar el recurso y recuperar el empleo de un mayor número de personas? Hay más de 40 barcos que fueron a pescar langostinos, cuando antes estaban haciendo otro tipo de pesca. No proveen de materia prima a las plantas de tierra, con grandes problemas de desocupación. Vivimos en el oportunismo”, analiza Cañete, de la Fundación Vida Silvestre.
En 2016, las exportaciones de langostinos crecieron 33.7 % en la Argentina, una cifra fabulosa en un país de economía estática. Y se desperdician cientos de toneladas de pescado mientras se registra 33 % de pobres en las últimas estadísticas. “El Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero tiene tres barcos para hacer sus trabajos, pero ninguno funciona”, se lamenta Cañete, sentado en su oficina, casi con un tono de resignación. Sin una política pesquera nacional, el “oro rojo” seguirá llenando las arcas de unos pocos, mientras que el hambre y la desocupación todavía son un mal de muchos.