POR LUCÍA BURBANO
En los océanos y mares del planeta habita algo más que seres vivos. La campaña “Mares Limpios” llevada a cabo por Naciones Unidas este año concluyó que existen 51 trillones de partículas de microplásticos en nuestras aguas, un término acuñado por el profesor de biología marina Richard Thompson quien en 2004 demostró que estos microfragmentos se acumulan en los océanos desde la década de 1960, con graves perjuicios para la vida marina y la humana. Según el reporte The New Plastics Economy, presentado en el Foro Económico Mundial de Davos en 2016, si estas cifras se mantienen, en 2050 habrá más kilos de plástico que de pescado en nuestros mares.
“El peligro que comporta el plástico son los químicos que lo forman, que en muchos casos son tóxicos y no degradables”, explica Emily Penn, cofundadora de eXXpedition. Penn inició este proyecto en 2014 con una premisa muy clara: obtener más información sobre los microplásticos y sus efectos en nuestros cuerpos y en el medio ambiente. La tripulación la componen mujeres de varias disciplinas que navega a fin de enriquecer y diversificar el mensaje. Al día de hoy, el océano es el mayor receptor de un material que puede tardar hasta 1 000 años en descomponerse. Y el 95 % procede de tierra firme.
Hacer visible lo invisible
Penn distingue los plásticos diseñados con el propósito de durar, de aquellos empleados en un solo uso. “Es una contradicción emplear un material que ofrece una longevidad extraordinaria para un uso que a veces se reduce a veinte minutos, como los contenedores del café para llevar”, denuncia. El otro problema es más invisible y corresponde a los químicos que se emplean en su composición y que se encuentran en los ingredientes de productos de limpieza y belleza que empleamos a diario.
Movida por este pensamiento, Penn decidió realizarse un análisis. En colaboración con Naciones Unidas, identificaron 35 químicos tóxicos para nuestro organismo. El resultado fue desolador, encontraron hasta 29 de ellos en su cuerpo. El de Penn es con toda probabilidad un número similar que encontrarían en cada uno de nosotros. “Fue aterrador. Aunque no son niveles como para ir corriendo al hospital me di cuenta de que debíamos enfrentarnos a este problema”, explica.
Cofundó eXXpedition con una misión: hacer visible lo visible, educar a partir de la ciencia y de la evidencia y explorar los efectos que plásticos, químicos, disruptores endocrinos y cancerígenos causan en nuestra salud y en la del medio ambiente. En tres años, han cruzado el Atlántico y han recorrido el Ártico, el Caribe, los Grandes Lagos, Noruega y el Amazonas. Cada ruta incluye una serie de paradas donde organizan actividades de divulgación desde las diferentes perspectivas que ofrece su tripulación, compuesta por un máximo de catorce mujeres de ramos como la ciencia, la biología, la comunicación o las artes plásticas.
El primer viaje las llevó a través del Atlántico con la finalidad de explorar una de las cinco zonas donde existen las mayores concentraciones de este material, las llamadas “islas de basura”. Lo que más sorprendió a la tripulación no fue el volumen de plástico acumulado, –bordearon dos de estas islas–, sino el número de microfragmentos de plástico atrapados en la redes que empleaban a fin de recoger muestras. Estos fragmentos eran de un tamaño apenas distinguible para los peces que buscan plancton como alimento. Y, efectivamente, encontraron pescados y otras criaturas con fragmentos del material en el estómago.
Las muestras recogidas y analizadas en colaboración con universidades e instituciones de todo el mundo engrosan los estudios que poco a poco provocan la reflexión y la acción por parte de los corporativos que manufacturan este material y de los legisladores –la administración de Obama prohibió el uso de micropartículas en pasta de diente, jabones y exfoliantes en 2016–, así como un cambio de hábito en los ciudadanos. “De momento no existe un método para recoger los trillones de minúsculos fragmentos que pueblan los mares, por lo que es en tierra, que es donde se encuentra el origen, donde debemos solucionar el problema”, afirma Penn. En agosto comienzan otro viaje que les llevará a recorrer el Reino Unido, el país de origen de Penn.
Arte plástico
“Lo que más me impactó del viaje fue pensar que pescar plástico iba a ser como encontrar una aguja en un pajar cuando fue todo lo contrario”, recuerda María José Arceo. La española fue una de las catorce mujeres que formó parte del primer viaje de eXXpedition a través del Atlántico. La invitaron a bordo tras escucharla impartir la conferencia En peligro de extinción, organizada por el artista Gustav Metzger en la Universidad de Farnham, a unos 80 kilómetros de Londres, a mediados de 2014.
Arceo es artista y vive en Londres desde 1984. De pequeña, le fascinaban la arqueología y la oceanografía, dos disciplinas muy presentes en su trabajo. Para la española, todo comenzó con el mar, pero antes de llegar a los plásticos empezó por la sal, “la huella que deja el agua del mar al evaporarse”, explica. Recuerda la desertificación del mar Aral en Uzbekistán, ocurrida en los 60 cuando la Unión Soviética decidió desviar el agua de los grandes ríos que desembocan en ese mar con el propósito de regar campos dedicados a la producción de algodón. “La sal que quedó contiene materiales pesados y sustancias nocivas que al dispersarse crean un viento compuesto por partículas tóxicas”, explica.
Su enfoque cambió con una de sus mudanzas a la capital británica, cuando se trasladó a vivir cerca del río Támesis. Al pasear por su orilla, encontraba diferentes objetos que empezó a recoger. Una día, se topó con la suela de un zapato que un arqueólogo, quien casualmente también paseaba por allí, situó en la época Tudor (entre 1485 y 1603). Esta suela precipitó un pensamiento en Arceo: si la piel, que es degradable y de origen natural, tarda tanto tiempo en descomponerse, ¿qué sucede con el plástico?
Lo que comenzó como una actividad que consistía en recoger objetos y depositarlos en contenedores de reciclaje, acabó con el traslado de estos objetos a su estudio. “Me di cuenta de que necesitaba hacer algo con esto a fin de que la gente notara todas las cosas que acababan en el río”, explica Arceo. Su primera pieza reflexionaba sobre el propio plástico, un material que necesita luz y calor para descomponerse. “¿Qué sucede con lo que acaba en el fondo del río? ¿Acaban como los sedimentos de organismos, integrándose en las rocas?”, se preguntó.
A partir de esta reflexión, organizó los objetos por colores y formas con la finalidad de crear la que denominó “roca del futuro”, de 2 por 1.84 metros, empleando un color diferente en cada una de las capas que forma su sedimento. Vista desde lejos, es una masa uniforme colorista, bella. De cerca, cada uno de estos objetos transmiten un mensaje devastador. “Lo primero que quiero es que la gente se dé cuenta de que el plástico ni es desechable ni es barato. Lo segundo es que el mismo plástico que veo en el río es el que veo en la calle, pero que no ha sido gestionado correctamente”, explica.
Sin embargo, fue al barrer su estudio y descubrir pedazos de plásticos cuando tomó conciencia de los microplásticos, pues al colar estos pedazos en vez de polvo se desprendieron unas partículas rojas, azules, verdes y amarillas. “El problema no es el objeto grande, si no lo que pasa cuando se rompen y desprenden estos agentes tóxicos”, alerta.
Su último proyecto, Plástico en el Támesis y la exploración del polvo del futuro, acerca esta realidad a los londinenses, y es el resultado de lo que ha recolectado en cuarenta puntos del río desde septiembre, armada con guantes y unas pinzas, a fin de recoger todo lo que la marea baja dejaba a su paso. Con el propósito de hacer la experiencia más inmersiva, en junio organizó una instalación en Somerset House donde la gente colaboró en transformar una montaña de basura en diferentes pilones organizados por colores, para que todos los que se acercaran tuvieran conciencia del volumen de basura que generamos. El océano es fundamental para nuestra existencia, por ello “si se muere el mar, nos morimos todos”.