POR SARUY TOLOSA*
“Era como si Dios hubiera resuelto poner a prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad.” Estas palabras, del que hasta hace poco fuera el único Nobel de Colombia, pueden describir someramente el huracán de emociones que ha vivido este país en los últimos días.
En menos de dos semanas, los colombianos presenciaron la firma histórica de un acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y la guerrilla más antigua de América Latina, asistieron a la derrota electoral del plebiscito que refrendaba dicho acuerdo, salieron a marchar en la que será recordada como una de las movilizaciones más multitudinarias de los últimos tiempos y recibieron el Nobel de la Paz, en cabeza de su presidente Juan Manuel Santos.
¿Qué puede explicar que ad portas de la paz, los colombianos hayan rechazado el histórico acuerdo y que ahora estén sumidos en una profunda crisis política?
QUÉ DICEN LOS VOTOS
Al finalizar la tarde del 2 de octubre, pese a la intensidad del debate en torno al plebiscito en las redes sociales, el abstencionismo de más del 62 % resultó ser el gran ganador de la jornada. No obstante, los resultados electorales arrojaron la victoria del NO a los acuerdos de paz, con el 50.21 % de los votos (6 424 385 votos) contra el 49.78 % (6 363 989). Esta apretada votación reflejó la tremenda polarización en torno a los acuerdos.
Mientras que el voto por el SÍ ganó mayoritariamente en los sectores rurales del país, muchos de los centros urbanos votaron por el NO, dejando claro que no todos los ciudadanos asumen la guerra de la misma manera.
En términos generales, la periferia del país, donde los servicios públicos y la presencia del Estado son más débiles –y en donde el peso de la guerra se ha sentido con mayor intensidad– los ciudadanos votaron a favor. En estos territorios es donde las FARC tienen en su momento mayor presencia y es, a su vez, donde se encuentran ubicadas las zonas de concentración del grupo guerrillero, para su desarme y su tránsito a la vida civil. Del otro lado, muchas de las ciudades y los polos más desarrollados, donde actualmente se sabe de la guerra solo a través de los medios de comunicación, le dieron la espalda a la terminación del conflicto armado a través de los acuerdos.
¿POR QUÉ GANÓ EL NO?
Cuatro razones lo pueden explicar. En primer lugar, los impulsores del SÍ subestimaron el rechazo que un gran sector de la sociedad colombiana siente por las FARC luego de 52 años de guerra. A esto se suma que el lenguaje de la cúpula guerrillera, así como sus gestos de paz y reconciliación con la sociedad, carecieron de una gran dosis de humildad, en medio de un contexto en el que su retorno a la vida civil y política ya se daba por sentado.
En segundo lugar, la baja popularidad del presidente Santos se convirtió en el mayor lastre para impulsar el SÍ. Por ello, el rechazo generalizado a la llamada “Paz de Santos” en muchos sectores de la ciudadanía convirtió al plebiscito en una herramienta para castigar la gestión de un Gobierno que no supo conectarse con la sociedad.
En tercer lugar, la inclusión del enfoque de género y del respeto por los derechos de las mujeres y la población LGBT en los acuerdos de paz desafió el sentir de los sectores conservadores. La reciente publicación de cartillas de educación sexual en los colegios, promovidas por el Gobierno y la ONU, se convirtió en el caballito de batalla desde el cual los promotores del NO impulsaron, junto con las iglesias cristianas, el rechazo al plebiscito, en nombre de los valores familiares.
Finalmente, el debate electoral estuvo enlodado por una campaña de desinformación. Frente a ello, han causado indignación las declaraciones del ahora ex director de la campaña por el NO, Juan Carlos Vélez, quien habló públicamente de cómo la estrategia se basó en “dejar de explicar los acuerdos, para centrar el mensaje en la indignación”. Estos mensajes habrían incluso afirmado que el acuerdo de paz tenía indiscutibles motivaciones “ateo-marxistas” al servicio de la “agenda homosexual”, afirmación hecha por el concejal Marco Fidel Ramírez, otro de los abanderados del NO.
LO QUE VIENE
Por ahora, es claro que el presidente Santos no podrá implementar los acuerdos; y también que con un empate técnico en las elecciones nadie puede reclamar un triunfo político. Tras la derrota del plebiscito, Colombia se ha visto sumida en un limbo político para avanzar hacia la paz. Ningún sector de la sociedad esperaba estos resultados, a tal punto que el expresidente Álvaro Uribe, principal opositor a los acuerdos, solo presentó propuestas concretas para continuar la negociación con las FARC hasta ocho días después de iniciada la crisis.
Luego del triunfo del NO, miles de personas han salido a las calles para exigir la culminación exitosa de las negociaciones. A su vez, el último comunicado de la mesa de negociación de La Habana ha manifestado la voluntad del Gobierno y las FARC para mantener el cese al fuego. Por ello, para muchos es claro que Colombia no dará marcha atrás a fin de alcanzar la paz. Sin embargo, la pregunta ahora es ¿cuánto tiempo más estarán dispuestas las partes a postergar la paz, antes de llegar a un acuerdo definitivo?
En el peor de los casos, los promotores del NO harán lo posible para dilatar la negociación hasta 2018 para capitalizar los resultados electorales del plebiscito de cara a las elecciones presidenciales. Esta decisión, además de inmoral, podría entorpecer la voluntad de las FARC de seguir sentadas en la mesa, al producir el riesgo de rupturas en las filas guerrilleras y la imposibilidad de un cese al fuego de tan larga duración. De ser así, no solo se pierden cuatro años de negociación, sino que se amenaza la paz que ya ha llegado a muchos de los territorios del país, donde hoy se reportan niveles históricos de disminución de la violencia por causa del cese al fuego.
En el mejor de los casos, esta crisis puede ser una oportunidad para establecer un gran acuerdo nacional, que incluya a todos los sectores sociales y políticos en la concreción de un nuevo pacto. Para ello, no es necesario desechar todo lo acordado hasta ahora, ni desconocer los avances que en términos de justicia y reparación se han logrado en La Habana. Lo que sí es necesario es que los actores en la mesa estén dispuestos a ceder en sus posiciones y a abandonar sus intereses políticos y personales de corto plazo, para asegurar, desde la generosidad y el compromiso, la paz para las próximas generaciones.
Es claro que ahora la negociación debe incluir a la oposición, que además de Uribe se compone de otros sectores que votaron por el NO, pero que el expresidente no necesariamente representa. En este sentido, la negociación no puede convertirse en un pacto de élites, sino que debe tener en cuenta a todos los sectores de la sociedad y en particular a las víctimas. En estas condiciones, un acuerdo ajustado podría incluso ser sometido a un nuevo plebiscito, el cual estaría respaldado por un pacto social y político que garantizaría su triunfo.
Sin embargo, ahora mismo el ritmo de la negociación y la supervivencia de un acuerdo dependen en gran medida de la presión ciudadana, que pueda conseguir de las élites políticas un compromiso real con el país.
En buena hora ha sido otorgado el premio Nobel de la Paz al presidente Santos, así como dispuesta una mesa de negociación con el ELN. Los ojos del mundo están puestos en Colombia y el anhelo de la paz está más cerca que nunca en la historia del país.
Está en manos de la ciudadanía no perder la esperanza y en manos de sus políticos escuchar el clamor de un pueblo, que ahora mismo pide en las calles la firma de un acuerdo.