POR DIEGO JEMIO / CÓRDOBA, ARGENTINA
En un poste de luz, pegado de forma precaria, el cartel decía: “Taller de realización de horno de barro”. Juan Pablo Pérez caminaba por esas callecitas de Capilla del Monte, un pueblo ubicado al pie del cerro Uritorco, en la provincia de Córdoba, región central de la Argentina. Desde Buenos Aires, él llegó allí de vacaciones y para despejarse, buscando aires nuevos para una vida que no le gustaba demasiado. Le faltaban ocho materias para recibirse de economista y estaba atado a ciertos mandatos familiares de los que quería desprenderse.
Se metió en ese lugar, en el que encontró a gente riéndose, descalza y pisando barro. Algo tan simple como eso, que le produjo un clic.
“Me partió la cabeza la combinación de alegría con algo productivo para una necesidad concreta del día a día. Es un material que no comprás porque está en el piso. Me pareció revolucionario”, dice Pérez, al que sus amigos rebautizaron como Juan Pegaso.
A partir de ese momento, comenzó un camino relacionado con la realización de proyectos sustentables en bioconstrucción. Lo cuenta sentado en uno de los bancos del Bosque Urbano, un proyecto que él ayudó a fundar, un “laboratorio vivo de experimentación de prácticas humanas sostenibles”. El lugar, un pequeño bosque ubicado a sólo 40 minutos en tren de la Ciudad de Buenos Aires, fue cedido por la Universidad de San Martín. Desde acá, por ejemplo, se impulsó la construcción de una escuela con técnicas naturales, que aún funciona como un bachillerato para adultos.
Mientras Juan habla, unos hombres arreglan una pared y se ve una casa hecha de paja, madera de eucaliptos y tierra cruda. Allí da talleres de capacitación para adolescentes y adultos. Y, además, asesora y acompaña procesos de construcción.
“Parece una obviedad decirlo, pero es así: venimos de la tierra y volvemos a ella. Tenemos que ir en busca de lo que esté menos intervenido por el ser humano, como adobe, tierra, paja o pastizales y madera. Los materiales que se usan actualmente en la construcción tradicional son nocivos en múltiples direcciones”, dice Juan, quien construye su propia casa de barro en Escobar, a 56 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.
En Argentina, como en otros países, hay prejuicios en torno a la bioconstrucción. Pegaso cuenta que apenas pronuncia la palabra barro algunas personas piensan en una construcción precaria del campo o de la zona andina al norte de la Argentina, llena de pequeños ranchos de adobe. “Piensan que hacerse una casa con ese material es involucionar, que es sucio o que se llenará de insectos. Hay muchas preguntas relacionadas con el confort. Es muy fuerte el arraigo que tiene en nosotros la sociedad de consumo”, agrega.
Cuando le preguntan por los beneficios de este tipo de construcciones, Juan enumera una larga lista. “La típica casa argentina está hecha de hormigón armado, techo de chapa, una loza con techo plano y cerramiento con ladrillo hueco. Son casas hiperconsumidoras, que gastan más de lo que generan. Gastan muchísimo en climatización; alrededor del 60 % de la energía que consumen se va en lograr un confort térmico. El barro y el adobe son más eficientes en términos térmicos”.
Juan tiene un sueño: quiere que la bioconstrucción se vuelva masiva y hegemónica en la Argentina. Sabe que es difícil, pero habla de un proceso de transición, de cuestiones que se pueden diseñar en una casa tradicional para volverla más amigable con el medio ambiente. “Predico la restauración natural de espacios existentes. En lugar de fibra de vidrio o unicel, se pueden hacer aislaciones naturales. Los techos de teja o de chapa se arruinan y son ruidosas cuando llueve. Se reemplazan por cubiertas verdes. Sin necesidad de irse de la ciudad o cambiar radicalmente la vida, podemos animarnos a naturalizar el lugar en el que vivimos, aunque sea un barrio céntrico”.
LA MECA ARGENTINA
Córdoba, donde Juan Pablo Pérez descubrió el camino de la bioconstrucción, es una de las mecas de la actividad en la Argentina, junto a Río Negro en la región patagónica. La provincia del centro del país tiene una particularidad: está rodeada de valles que generan una gran abundancia de materiales. Y, por otro lado, fue el lugar elegido por muchos argentinos que deseaban escapar de las grandes ciudades.
En la ciudad cordobesa de Villa General Belgrano, en el valle de Calamuchita, Christian Lico e Ignacio Serralonga fundaron “Hombre de barro”, un estudio de bioarquitectura. Desde que comenzaron a trabajar en 2010, desarrollaron alrededor de 30 viviendas de calidad y confort en Córdoba y en el resto del país.
Cuando arrancaron, había poca información y las técnicas se transmitían de boca en boca, mientras se popularizaban los talleres de autoconstrucción. Ellos apuntaron a darle un desarrollo profesional a la actividad, desde la cuantificación de los materiales a la ejecución de obra.
“Somos arquitectos y tenemos una metodología de trabajo. A diferencia de la construcción tradicional, nosotros preparamos muchos de los materiales. La idea es usar lo que el lugar ofrece y lo que se puede conseguir fácilmente. En la Argentina, las ténicas más usadas son el adoble, la quincha y el entramado de madera, entre otros. El autoconstructor se dedica a la ejecución de la obra, pero demanda mucha energía y no todos pueden hacerlo”, contó Lico desde Córdoba.
Serralonga relata que los clientes que llegan tienen cada vez más conocimiento y comienzan a pensar la vivienda desde otra perspectiva. “Fue cambiando la idea de los espacios y la noción del ingreso de luz natural. En un monovolumen, la relación de cocina, comedor y sala de estar se fue modificando. Aunque sea un espacio sin grandes dimensiones, quieren sentirlo grande”, relató.
“Hombre de barro” ofrece distintas alternativas de construcción. Los proyectos más económicos son aquellos en los cuales los propietarios también son constructores. Y están los que no pueden seguir la obra y prefieren un sistema “llave en mano”, en el que los arquitectos se encargan hasta de la última lamparita.
Serralonga contó que no es fácil encontrar mano de obra calificada, con la idea de incorporar diseño y calidad a las viviendas. De hecho, su empresa creó en forma paralela un “biocorralón”, que vende arcilla molida, estiércol picado de caballo y otros productos que ellos mismos fueron generando. “Argentina todavía tiene un problema de producción de materiales y de leyes. Algunos municipios no nos autorizaron la construcción, sin basarse en ningún argumento técnico. Apenas hay ordenanzas sobre la bioconstrucción, pero todavía falta una normativa clara”, continuó Lico.
En la Argentina, algunos referentes de la bioconstrucción presionaron para que comiencen a sancionarse ordenanzas municipales, que le den un marco regulatorio. Algunos lugares la desestimaron por estar desinformados. Y otros comenzaron a tomar conciencia sobre las virtudes de los sistemas de construcción natural; los beneficios son comprobables en temas de seguridad, impacto ambiental, salud, control de humedad y costos. Las casas construidas en tierra cruda tienen una excelente aislación térmica natural, con el consiguiente ahorro de energía.
Rodolfo Rotondaro, arquitecto, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y referente latinoamericano en la materia, dijo en una exposición que todavía persisten tabúes y condicionamientos ideológicos. “El barro no resiste, el barro trae vinchucas, el barro es para los pobres” son algunos de los prejuicios. El gran paso para la Argentina, señala Rotondaro en sus documentos, es “convertir la tierra cruda en una opción para la producción social del hábitat y para la intervención estatal en el hábitat social. La ‘casa linda de barro’ debe estar respaldada por conocimiento científico necesario y por las reglas del ‘buen arte de construir’, realizando controles de calidad de manera responsable”.
Quizá con ese norte, el sueño de Juan Pablo Pérez de producir un cambio revolucionario no esté tan lejos. Mientras tanto, él imparte talleres para los jóvenes. Los arquitectos cordobeses siguen buscando la forma de construir casas más bellas, modernas y eficientes. Y, de a poco, los saberes ancestrales irán convirtiéndose en el futuro.