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Amor en escala de grises

Entrenadores de mamíferos marinos y activistas tienen un fin común: el bienestar de las especies. Pero el camino para cumplir su objetivo tiene sendas diferentes
07 de Agosto 2017
Especial
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Hace unos días, la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México aprobó una serie de reformas que prohíben que en la capital se usen mamíferos marinos en actividades de exhibición, adiestramiento, manejo, entretenimiento, terapia y hasta de investigación científica. Es decir, los delfinarios chilangos están obligados a cerrar antes de que termine 2017.

La Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos y la Ley de Protección a los Animales de la Ciudad de México ahora establecen que se impondrán multas de 113 000 a 300 960 pesos a quien use delfines, leones marinos u otros animales similares en espectáculos.

Así, los propietarios de los delfinarios que hay en la capital tendrán tres meses –que cuentan desde del 1 de agosto pasado– para colocar a estas especies en un espacio adecuado, y asegurar que no sean víctimas de maltrato o abandono. La ley obliga a hacerlo, pero no explica cómo.

 

Pendiente a nivel federal

Al igual que en la Ciudad de México, esta reforma también es impulsada por el Partido Verde Ecologista de México a nivel federal y, de hecho, ya fue aprobada por la Cámara de Diputados. Hoy está pendiente para discutirse durante el próximo periodo ordinario de sesiones del Senado, que inicia en septiembre.

El dictamen, enviado a esa Cámara en abril pasado, busca reformar la Ley General de Vida Silvestre a fin de prohibir la presentación de mamíferos marinos en espectáculos en todo el país con el mismo argumento: “evitar el cautiverio y la crueldad”.

A diferencia de lo que pasó con los circos, esta propuesta federal establece en un inicio que los delfinarios deberán funcionar como acuarios durante un plazo máximo de 50 años con el propósito de conservar en ellos a estos animales hasta que mueran, los cuales sólo se podrán reproducir una vez más.

Para entender de cerca qué pasa con los polémicos delfinarios, fuimos con dos personas que conocen de cerca a estos animales, quienes durante tres décadas han trabajado todos los días con ellos y que, a pesar de que tienen posturas muy diferentes al respecto, en el fondo, irónicamente, parece que tienen muchas coincidencias.

 

La activista

Oriunda y radicada en Ciudad del Carmen, Campeche, Lourdes Rodríguez Badillo es una activista que desde hace 25 años se dedica a pelear por la ecología de su tierra, la cual ha sido amenazada por la explotación petrolera y por los cazadores de delfines que, a finales de los 70, tenían a la Laguna de Términos como el principal “expendio” de estos cetáceos –dice que se llevaron unos 300– con la finalidad de “surtir” a delfinarios en Alemania, Arabia Saudita o el famosísimo Cici de Acapulco.

Su primer acercamiento con los delfines se dio porque ella quería ser entrenadora, y lo fue; sin embargo, en esa experiencia se dio cuenta de que no era lo que ella buscaba. “Te ‘cae el veinte’ de que te están pagando a costa de estar explotando a esta criatura tan maravillosa”, recuerda.

Empezó a estudiar Veterinaria en Tabasco, después Biología y terminó en Administración; después regresó a Ciudad del Carmen para armar una ONG con estudiantes e impedir que Pemex afectara áreas naturales protegidas.

Hoy es la representante legal de su organización llamada Marea Azul (siglas de Movimiento Alterno de Recuperación de Ecosistemas Afectados), la cual lucha en favor de los delfines y otros temas ecológicos, como la llegada de nuevas empresas a la región y a las que la Reforma Energética les quitó candados en materia de ecología. También trabaja en un reserva donde recibe, rehabilita y reintegra a diversos animales.

 

El veterinario

Fernando Delgado estudió Veterinaria en la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuando cursaba los últimos semestres de la carrera fue al delfinario de Reino Aventura a pedir una oportunidad a fin de trabajar ahí. La respuesta fue una cita a las 3:00 de la madrugada del día siguiente con el objetivo de ir al mercado de La Viga a comprar el alimento de los delfines y leones marinos a los que, a partir de ese momento, empezaría a cuidar.

En 30 años de experiencia, Fernando también trabajó en el cuidado de la orca Keiko, dirigió el Acuario Interactivo de Cancún y, desde 2014, trabaja en Delphinus, con sede en Quintana Roo, donde es director de Operación y Bienestar Animal, por lo que se encarga de coordinar a los veterinarios y al personal que conviven las 24 horas del día con los delfines.

Gran parte de sus conocimientos los obtuvo en la práctica, ya que mientras estudiaba no existía la especialidad en mamíferos marinos y, de hecho, era él quien impartía ese tema cuando era adjunto en la UNAM.

Su amor por los animales surgió durante su niñez al ver en series de TV a personajes como el canguro Skippy, la chimpancé Judy o el delfín Flipper, además de que pudo visitar zoológicos y delfinarios, como el SeaWorld de San Diego. “Fueron esos contactos los que me inspiraron a estudiar Veterinaria, pero a mí lo que me gustaba era lo relacionado con salvar a los animales”, recuerda.

 

Los delfinarios

Estas coincidencias en su vida personal y la dedicación de toda su vida a los animales se quiebran cuando la activista y el veterinario expresan su opinión sobre los delfinarios.

Lourdes, que hace unos día recibió en Campeche la medalla al Mérito Ciudadano, asegura que actividades como el llamado “nado interactivo”, representan una explotación para los delfines, ya que permanecen en un pequeño tanque, algunos ubicados en hoteles o centros comerciales, y todo el tiempo son tocados y molestados por personas que quieren acariciarlos, besarlos, abrazarlos o tomarse una foto con ellos.

“Si quienes trabajan en los delfinarios realmente sienten que conocen al delfín, ¿qué sienten que les da derecho de mantener a tantos animales en cautiverio? Haciendo reproducción forzada y otras cosas muy cabronas”, reflexiona.

Fernando ve a los delfinarios como lugares de educación y conocimiento sobre las diferentes especies con las que el ser humano convive en el planeta y que no todas las personas tienen la oportunidad de conocer en vivo. Además de que hoy cuenta con equipo de todo tipo con el propósito de cuidar la salud de estos animales, y no como en el pasado, cuando tenía que pedirlo prestado, por ejemplo, al hipódromo, con el fin de usarlo en los delfines.

“Conocer a los animales nos permite defenderlos y poner nuestro granito de arena para cuidar el planeta. No podemos cuidar lo que no conocemos y lo que no amamos”, subraya.

 

¿Alimentación o premio?

Una de las creencias más comunes sobre el entrenamiento de los delfines es que no los alimentan, con la finalidad de que hagan lo que les piden; no obstante, Fernando niega que eso suceda y que, al contrario, el entrenamiento siempre es a través de reforzamiento positivo. “Los delfines obtienen el agua para vivir de la oxidación de las grasas del pescado. Si yo no le diera de comer, lo único que ocasionaría sería deshidratarlo”, apunta.

En los 80, estos cetáceos eran alimentados con pescado local, apunta, pero hoy los que viven en los siete delfinarios que están a su cargo reciben alimento de calidad que debe cumplir altos estándares (vigilados por autoridades y regulaciones más estrictas) y que es importado de diferentes lugares del mundo.

“Dicen que se les fuerza a que trabajen. La realidad es que si uno de estos ejemplares no quiere convivir con un humano, simplemente se va a dar la vuelta y no lo vas a obligar a que lo haga por ningún mecanismo”, revela.

Otra de las actividades que se desarrollan en los delfianarios es la reproducción, ya que, de acuerdo con Fernando, desde 2002 no se capturan delfines en México y desde 2006 se dejaron de importar. Sin embargo, Lourdes también ve un riesgo en esa práctica.

“Los delfinarios llegan a tirar un rollo y dicen que ellos van a salvar a la especie porque en el mar hay contaminación. Es como si porque los índices de contaminación del aire están muy altos, vayan a esclavizar a la especie humana para que viva en una burbuja”, ejemplifica.

 

El gran espectador

Fernando revela que en estos 30 años ha visto muchos cambios en los delfinarios. Incluso en los visitantes, que hoy desean obtener más información y que, a pesar de las críticas a estos lugares, todavía les parecen atractivos. “A nosotros no nos ha bajado la afluencia, la gente sigue queriendo venir a conocerlos y convivir con los animales”, apunta.

Al respecto, Lourdes dice que, como activista, su labor es generar conciencia en las personas. “Si cuando salen de nadar con los delfines se encuentran una playera, un activista, una pancarta o un megáfono que les dicen que los delfines están viviendo en un agujero y alejados de su familia con el propósito de que los disfrutes 15 minutos para una foto, lo va a pensar mejor. Por muy pendejo o muy insensible que sea, algo le va a quedar”, indica.

 

Tras “la chuleta”

Aunque ambos están convencidos de que su causa es cuidar de los delfines, sus objetivos parecen diferentes.

“Te la voy a poner bien fácil: ¿quién cobra y quién no? El que no cobra lo está haciendo por amor, y el que cobra, pues lo hace porque es su chamba. Están defendiendo ‘la chuleta’. Finalmente, el coche, la colegiatura y la casa se pagan de la explotación de una criatura”, opina Lourdes.

Asimismo, Fernando apunta que muchas de las acusaciones que reciben los delfinarios por su labor, como las provenientes de algunos políticos que buscan ganar votos con ese tema, carecen de rigor científico.

“Desafortunadamente todos los que están en contra de los delfinarios hacen demasiado ruido, entonces parece que son mayoría”, sostiene.

Ambos se tienen que mantener al día en las regulaciones sobre el tema y trabajar para defender, cada quien desde su trinchera y su visión, a 320 delfines, además de un medio centenar de lobos marinos, manatís y leones marinos que viven en 35 establecimientos que hay en México.

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