POR CARLOS TOMASINI
Estamos hablando de la relación amorosa que existe actualmente entre la afición y la selección mexicana de futbol, misma que ha tenido altibajos desde los años 60; una relación en la que también la televisión y los empresarios quieren entrar para tener algo de felicidad salpicada, muy al estilo de “felices los cuatro”.
La próxima “luna de miel” de esa pareja será el Mundial de Rusia 2018, en donde se espera que el reciente desinterés de la afición, que se demuestra en las tribunas medio vacías y boletos al 2 x 1, se transforme en la apasionada relación que han tenido al menos cada cuatro años desde 1994.
El precio de los jugadores que la integran también asciende a unos 300 millones de dólares, por lo que la afición está enamorada de una serie de millonarios que cada vez se esfuerzan menos y les cuesta más trabajo llegar a su objetivo. Un amor que a veces se confunde con un fervor patrio que se enciende más cuando se canta el himno nacional, cuando se agita una bandera de México o cuando esos 11 soldados que el cielo le dio a la patria derrotan al extraño enemigo con goles y no con el sonoro rugir del cañón.
¿En qué momento surgió ese amor y desde cuándo la camiseta verde está a la altura de un símbolo patrio? Echemos un vistazo a la historia de un equipo al que no se le piden muchos resultados en la cancha para ser amado.
LOS GRANDES FRACASOS
El torneo más importante del futbol a nivel global es la Copa del Mundo, que se celebra cada cuatro años, y justo ahí es donde la selección mexicana no ha logrado nada relevante desde 1930, cuando inició esa competición en la que ha participado 15 veces, colocándose en el quinto lugar de países que a más campeonatos mundiales han asistido, sólo detrás de Brasil, Alemania, Italia y Argentina (por cierto, estos cuatro últimos sí han sido campeones del mundo más de una vez).
Aunque en los últimos 20 años México ha logrado triunfos relevantes en el futbol, como en la Copa Confederaciones de 1999, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y el campeonato en el Mundial Sub-20 de 2005 y 2011, en la Copa del Mundo no ha pasado de la fase de octavos de final.
De hecho, en toda la historia de las copas del mundo, el mejor papel del Tri ha sido en la de México 86, donde los entonces anfitriones llegaron a los cuartos de final con un equipo cuya única figura internacional era Hugo Sánchez, y que perdió en tanda de penales contra Alemania.
En Brasil 2014 –torneo al que México calificó en la última oportunidad que tuvo–, la selección contaba con varios elementos que jugaban en ligas de Europa, como Andrés Guardado, Guillermo Ochoa y Javier Chicharito Hernández; sin embargo, obtuvieron el mismo resultado de siempre, al perder en octavos de final ante Holanda con un polémico penalty que se convirtió en uno de los primeros grandes fenómenos virales en el país: el #NoEraPenal.
Y si nos vamos más atrás, la selección mexicana ha tenido varios “ridículos” en algunas ediciones de la Copa del Mundo, incluso a las que no ha ido. Por ejemplo, no alcanzó a calificar para el Mundial de España 82, cuando perdió su lugar ante rivales supuestamente más débiles durante la eliminatoria, como Honduras y El Salvador, que finalmente sí asistieron a la justa mundialista (por cierto, El Salvador recibió una histórica goleada de 10-1 cuando enfrentó a Hungría en ese torneo).
Otro capítulo gris que vivió la selección nacional fue previo a la Copa del Mundo de Italia 90: en 1988 se reveló que la Federación Mexicana de Futbol falsificó las actas de nacimiento de algunos jugadores que sobrepasaban el límite de edad para participar en la selección sub-20. Eso provocó que el máximo organismo de este deporte, la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), suspendiera a México de todas las competencias internacionales durante dos años, incluso del Mundial. Ese pasaje fue conocido como “el cachirulazo”.
Y la peor participación de México en los mundiales tuvo lugar en Argentina 78, cuando una muy confiada y comercializada selección viajó a Sudamérica con el plan de “ganarle a Túnez, empatar con Polonia y perder contra Alemania”; no obstante, el resultado final fue una cosecha de cero puntos al perder todos sus partidos, incluyendo una goleada de 6-0 frente a los alemanes. En la estadística oficial, el Tri aparece como último lugar de ese campeonato. A pesar de esos malos ratos, esta relación de amor-patriotismo permaneció vigente. Quién sabe si con la misma fuerza, pero vigente.
RATONES VERDES
A inicios de la década de los 60, a pesar de que tenía una buena cantidad de seguidores, una liga y que la selección había participado en cuatro de seis mundiales (en dos de ellos ya había solicitado ser sede), el futbol no era el espectáculo más seguido en México, donde las corridas de toros, el box, la lucha libre y hasta el beisbol y el futbol americano tenían más afición. Inclusive, en los años anteriores se habían construido en la capital del país grandes sedes para algunos de esos deportes, como la Plaza México, la Arena México y hasta el estadio Olímpico Universitario.
Pero algunos empresarios que, entre otras cosas, eran aficionados al futbol, veían gran potencial en él. Uno de ellos fue Emilio Azcárraga Milmo, hijo del radiodifusor Emilio Azcárraga Vidaurreta, quien había sido pionero de la televisión desde 10 años atrás.
Él vio en el futbol una oportunidad de negocio, por lo que encabezó la candidatura de México a fin de organizar una Copa del Mundo, especialmente después de que el país ya había sido elegido con el propósito de organizar los Juegos Olímpicos de 1968.
Para lograrlo, emprendió acciones, como comprar un equipo de futbol (el Club América) con la finalidad de convertirlo en la estrella de la liga y crear rivalidades con equipos como las Chivas del Guadalajara, e iniciar la construcción del estadio Azteca, un inmueble que albergaría en ese entonces a más de 110 000 personas, por lo que era uno de los más grandes del mundo.
Fue así como el futbol mexicano adquirió otra dimensión y México logró la sede del Mundial de 1970. Paralelamente, este deporte empezó a formar parte constante de la programación de la televisión y hasta se hicieron grandes despliegues técnicos para las transmisiones, como la del Mundial de Chile 62 en la que se envió por barco y carretera una unidad móvil hasta esa nación sudamericana.
En los años previos, el Tri se ganó motes como “los ratones verdes”, por el tipo de juego tan malo que demostraban. Y es que antes del Mundial de Chile, México perdió 10 de los 11 partidos que jugó en cuatro Copas del Mundo, recibió 39 goles, anotó 9 y cosechó únicamente un punto gracias a un empate con Gales en Suecia 58.
Sin embargo, en la Copa del Mundo de 1962, México ganó su primer partido (ante Checoslovaquia); y en la siguiente, en Inglaterra 66, pudo empatar dos juegos (con Francia y Uruguay), por lo que, sumado a la cobertura de los medios, especialmente la televisión, la selección nacional empezaba a tener mayor atención del público, previo al Mundial de México 70.
DEL TRIUNFO NACE EL AMOR
En esa Copa del Mundo, en la que la selección nacional era anfitriona, logró la hasta entonces la mejor actuación de su historia, al ganar dos partidos y empatar uno en la primera fase; aunque perdió en cuartos de final (en ese entonces sólo había 16 equipos en el Mundial) ante Italia.
Ahí, la afición conectó más con el Tri, los medios la destacaron mejor y comenzó una tradición: celebrar el amor por el equipo en el “Ángel”.
En realidad, los festejos deportivos en el Monumento a la Independencia de la Ciudad de México iniciaron un par de años antes, en los Juegos Olímpicos, cuando era un punto de reunión más bien espontáneo, pero en el Mundial se festejaron ahí los triunfos de la selección como un motivo para celebrar y, literalmente, echar desmadre un rato.
Sin embargo, después no hubo oportunidad de celebrar por el amor y el patriotismo. Los festejos mundialistas en el Ángel no se repitieron durante los siguientes 16 años, ya que México no calificó a los mundiales de Alemania 74 y España 82, mientras que en Argentina 78 fracasó rotundamente, por lo cual se enfrío de nuevo la relación entre la afición y el equipo tricolor. Imposible pensar en esos años usar una camiseta verde de futbol un 15 de septiembre.
EL REENCUENTRO
En 1986, México fue sede de la Copa del Mundo por segunda vez, y se convirtió en el primer país que la organizaba dos veces después de que tuviera que salir al paso cuando Colombia, país que había ganado originalmente la sede, se desistiera debido a la situación política, económica y de seguridad que vivía en esa década.
Así, en la selección nacional se mezcló el futbol, la mercadotecnia y el nacionalismo en un solo producto que invadió todas las conversaciones, los espacios públicos y, especialmente, la pantalla de televisión. La selección sacó un disco con la canción “La ola verde”, una porra que 100 000 personas entonaron al unísono en el estadio Azteca fue repetida cientos de veces en TV durante una semana, y hasta el “chiquiti bum” se convirtió en una canción tropical para sonorizar el comercial de una cerveza.
Hugo Sánchez, que en ese entonces era una figura en España, protagonizaba un comercial de Coca-Cola en el que anotaba un penalty, aunque tuvieron que retirarlo del aire cuando el ex Puma falló un penal en la vida real. Así, la selección mexicana estaba en todas partes, y la afición, literalmente, “compró” su amor y la usó como una forma de expresar su “mexicanidad”.
En esos días de junio de 1986, regresaron los festejos futboleros al Ángel. Primero fueron esporádicos, resucitados por algunas personas que todavía recordaban aquellas concentraciones de 1968 y 1970, pero los medios los retomaron pronto y, durante los dos últimos partidos de los cinco que jugó México en esa Copa del Mundo, ya tenían enlaces en vivo desde Paseo de la Reforma y hasta invitaban a la gente para que fueran a celebrar en el lugar.
Al final del Mundial, el romance entre afición y equipo había vuelto a surgir tan fuerte como el mismísimo amor a la patria. No obstante, como a veces sucede en el amor, un elemento externo, en este caso los “cachirules”, provocó que la pareja no volviera a reencontrarse sino hasta siete años después, durante las eliminatorias del Mundial de 1994.
En ese entonces, la selección mexicana estaba integrada por jugadores que conectaban bien con la tribuna, como Luis Roberto Alves Zague o Jorge Campos, y la mentalidad “ratonera” había sido superada tras el fugaz paso del argentino César Luis Menotti en la dirección técnica del equipo. Para el aficionado, el Tri había cambiado, ahora sí sería bueno y ganador. Igualito que el país se había enamorado de la palabra solidaridad y que se había convencido de que el Tratado de Libre Comercio era la entrada al Primer Mundo.
Por fin había una selección que se partía la madre en la cancha y que jugaba como nunca… aunque seguía perdiendo como siempre, tal y como sucedió en su participación en la Copa América de 1993 en Ecuador, cuando por fin llegó a la final de un torneo importante y la perdió; eso sí, luchó hasta el último minuto ante Argentina.
Esa exitosa participación alimentó la esperanza de los aficionados que querían ver de nuevo a un equipo mexicano en el Mundial, y también alimentó la caja registradora de los directivos, que vieron una gran oportunidad de negocio alrededor de la selección y que hizo que los jugadores anunciaran en TV la nueva hamburguesa de McDonlad’s, la Coca-Cola o aparecieran en sketchs de programas cómicos.
Al unísono grito de guerra de “nos vamos al Mundial, nos vamos al Mundial”, México tuvo una buena participación en la primera fase de Estados Unidos 94, y en cada juego la televisión desplazaba unidades móviles, escenarios y hasta helicópteros al Ángel de la Independencia para que, tras el silbatazo final, la gente asistiera a celebrar (y hacer desmanes) al lugar.
Desde entonces, México no ha faltado a las citas mundialistas de 1998, 2002, 2006, 2010 y 2014. Pero como suele ocurrir en muchas relaciones, el amor se ha enfriado, al grado de que la selección ya juega partidos con las tribunas del estadio Azteca a medias y hasta en Estados Unidos ya no genera las entradas que solía tener.
LA INCONDICIONAL
Aunque el amor de la afición por la selección nacional está herido, no está muerto. De acuerdo con la empresa de medición de audiencias Nielsen IBOPE México, los partidos del Tri han sido seguidos por casi 37 millones de personas en lo que va del año.
Por ejemplo, tan solo el partido contra Estados Unidos que jugó en el estadio Azteca el 11 de junio pasado, fue visto por 12.8 millones de personas a nivel nacional. El encuentro se efectuó en medio del momento más difícil de la relación entre ambos países, por lo que muy probablemente el nacionalismo –y el morbo– ayudaron al amor con la finalidad de juntar ese nivel de audiencia.
Y para los que dicen que ya nadie ve televisión, resulta que la selección también es muy seguida de cerca por la afición en las redes sociales. Por ejemplo, en la pasada Copa Confederaciones, que se disputó en junio pasado, se registraron 3.7 millones de interacciones en Twitter y Facebook en torno al Tri por parte de casi 400 000 usuarios mexicanos.
Así que, aunque alejados, la afición y la selección nacional siguen enamorados, y cada vez que se encuentran, surge esa chispa de fervor patrio que hoy, más que nunca, demuestra que es verdad eso de que donde hubo fuego, cenizas quedan. México, México, México…