Si lejos de sentir entusiasmo por embarcarte en un lujoso crucero te angustias por el combustible que ese gran barco usa, tú eres un viajero del siglo XXI y tienes todo para provocar que el turismo sea, por fin, una industria sostenible
Es cierto, la Organización de las Naciones Unidas para el Turismo Mundial (UNWTO, por sus siglas en inglés) apenas declaró este 2017 como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, pero este concepto no es nada nuevo.
De hecho, hace más de 25 años comenzó a popularizarse y a tomarse en serio la necesidad de cambiar la esencia depredadora de la industria turística. Sin embargo, no fue este un proceso veloz ni homogéneo pues, como suele ocurrir, fueron los científicos, académicos y activistas ambientalistas quienes comenzaron a levantar la voz y a mostrar el deterioro que el medio ambiente había sufrido por el desmedido crecimiento de los complejos hoteleros, así como por la falta de responsabilidad de sus usuarios. La destrucción de ecosistemas, el exceso de desechos, el alto consumo energético, y las consecuencias de la urbanización caótica –necesaria para satisfacer la demanda de servicios de los turistas– comenzaron a destacar hacia 1993, justo cuando además el mundo era testigo de cómo se consolidaba la llamada globalización económica.
Fue entonces que inició la creación de los llamados proyectos eco turísticos en diversos destinos cuya riqueza natural debía ser conservada pero, a su vez, representaban una nueva oportunidad para renovar la oferta turística. Vale la pena aclarar que no cualquier proyecto ecoturístico, y menos de aquella época, hoy podría ser considerado una práctica de turismo sostenible.
En los lejanos años 90, cuando por el lado de los ambientalistas conservacionistas se vivía una política de restricciones y prohibiciones hacia las actividades humanas en las reservas naturales, necesarias a fin de conservar y, sobre todo, evitar la extinción de algunas especies fundamentales para esos ecosistemas, del lado de la sociedad –particularmente de los derechos económicos de las comunidades oriundas de estos lugares naturales– comenzó a surgir una necesidad imperante de encontrar una manera de subsistir. Así, se pensó que una solución sencilla era que en lugar de tirar árboles con el fin de vender su madera, o para abrir espacio a la agricultura y la ganadería extensivas, los campesinos, ganaderos y leñadores se volvieran prestadores de servicios turísticos.
Sin embargo, entender con qué se come el turismo sostenible no fue ni fácil ni inmediato para nadie. Tuvieron que pasar muchos años en los que investigadores, organizaciones de la sociedad civil, líderes comunitarios y funcionarios de múltiples dependencias y distintos niveles de gobierno en el mundo entero trabajaron diseñando, acordando, implementando, probando y fallando los muchos modelos, propuestas y experimentos de productos, servicios, conceptos, programas de capacitación y, todo ello además, sin recursos asignados porque, aunque el ecoturismo aparentemente era algo urgente, no contaban con un presupuesto etiquetado, ni con financiamientos que apostaran por ello.
RETO 2017
Regresemos al presente. La designación del Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo aspira a apoyar un cambio en las políticas públicas, pero también en las prácticas de las empresas y en los comportamientos de los consumidores que favorezca la sostenibilidad del sector turístico, a fin de que este pueda contribuir de manera efectiva a los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, como ya sabemos, son una versión ampliada de los que fueran los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los cuales, no se llegaron a cumplir.
Talef Rifai dijo en el acto protocolario del anuncio de esta conmemoración que se trata de “una oportunidad única para construir un sector turístico más responsable y comprometido, que pueda capitalizar su inmenso potencial en términos de prosperidad económica, inclusión social, paz y entendimiento, y preservación de la cultura y el medio ambiente”.
Un buen discurso que, en el fondo, significa que por fin, y después del trabajo de mucha gente durante los últimos 25 años, un organismo internacional hace un llamado contundente a los gobiernos, a las empresas y a la sociedad civil para unir esos esfuerzos que estaban aislados.
ERA DE EXPERIENCIAS
Todas las monedas tienen dos caras, y el turismo sostenible no es la excepción. En este caso, la otra cara es la ley de la oferta y la demanda. Para que empresas y gobiernos atendieran lo que comunidades rurales, activistas y científicos les venían diciendo dos décadas atrás, tuvo que manifestarse la fuerza de quien realmente manda: el mercado.
Los hábitos de consumo de los jóvenes viajeros de hoy son diferentes a los de sus padres o sus abuelos. Los millennials buscan experiencias mucho más auténticas. Prefieren viajes más largos en destinos donde puedan conectarse con el entorno natural y social. Incluso algunos van más allá y, siguiendo la tendencia de la economía colaborativa, usan sus competencias profesionales para ayudar a otros durante sus viajes, de ahí que haya tomado un impulso importante otra vertiente del turismo sostenible: el turismo social o de voluntariado.
A la par que el planeta se seguía deteriorando –y calentando aunque míster Trump diga lo contrario–, los que eran niños pequeños en los años 90 crecieron, y en el siglo XXI se convirtieron en los protagonistas de su tiempo y en el foco de las estrategias de mercado de toda industria. El turismo no sería la excepción.
Una ciudad como San Francisco, que vio nacer a las entonces pequeñas e innovadoras startups tecnológicas que hoy son los unicornios gigantes que cambiaron la economía para siempre desde Silicon Valley, también fue el origen de la empresa que cimbró los cimientos de la millonaria industria de la hotelería: Airbnb.
Esta empresa cuya valuación supera los 30 000 millones de dólares y que hoy en día se considera la que más “cuartos de hotel” tiene, sin ser propietaria siquiera de un hostal, realmente no nació como una solución a un problema de la industria turística, sino como un problema de subsistencia cotidiana que vivían dos estudiantes que no tenían para pagar ni su comida ni su alquiler, pues la ciudad de San Francisco se había encarecido demasiado. Así que decidieron apretarse un poco a fin de rentarle una habitación de su piso a un tercero, quien iba sólo de paseo. Entonces descubrieron que los hoteles también eran demasiado caros y que había un sector de jóvenes viajeros que se estaba perdiendo de conocer ese y otros destinos, por no poder pagar una habitación. Ya existía Coach Surfing, una plataforma web donde la gente intercambiaba estancias en los sofás de otros viajeros alrededor del mundo, pero esta era sin fines de lucro.
No han pasado ni 10 años desde que Airbnb apareció en el mercado y ya ha revolucionado toda una industria que ni siquiera pretendía tocar. Y van por más, pues en el primer trimestre de 2017 lanzaron la línea de “experiencias” en la que un anfitrión local lleva a los viajeros a vivir experiencias únicas que les permiten acercarse a los destinos desde una perspectiva más cercana, y donde principios como la economía colaborativa, el consumo local, la alimentación orgánica, la apropiación cultural y el respeto por el medio ambiente son los que imperan. De hecho, el 8 de junio serán lanzadas las primeras experiencias de este tipo en México.
No obstante, tampoco es que Airbnb haya descubierto el hilo negro, pues existía ya Nomadizers en España y diversos prestadores de servicios turísticos lo han hecho en todo el mundo. Lo que Airbnb hace ahora es capitalizar lo que justo le dio toda la ventaja para apalear a la industria hotelera: la comunidad global que ha sabido crear.
Este unicornio innovador no está libre de críticas, de hecho en ciudades como París, Londres, Madrid o incluso la Ciudad de México ya se habla de que el modelo de negocio de Airbnb propicia la gentrificación de los barrios, el encarecimiento de los servicios y la especulación inmobiliaria, por lo que cada vez más resulta evidente que los gobiernos deben generar una normatividad acorde con el mundo empresarial colaborativo actual porque el turismo también debe ser sostenible en las grandes ciudades.
COMUNIDAD ES LO DE HOY
El turismo sostenible no sólo tiene que ver con la conservación de un determinado entorno natural. De hecho, la sostenibilidad debe ser transversal y cruzar los aspectos sociales, ambientales y económicos de todos los actores de la industria.
En una era en la cual las palabras social, colaborativo y comunidad son la regla y no la excepción, grave sería que el turismo siguiera apostando por un modelo de negocio individualista y hedonista. Y la economía mundial agradecerá este giro para que el sector turístico siga siendo lo que es, que no es poca cosa. Aquí algunas cifras lo muestran. Según la UNWTO, el turismo es responsable del 7 % de las exportaciones mundiales, de uno de cada once puestos de trabajo, y del 10 % del producto interno bruto mundial, es por ello que, si se gestiona debidamente, puede fomentar el crecimiento económico y la inclusión social al mismo tiempo que, como se buscaba desde los años noventa, garantiza la protección de los bienes culturales y naturales.