Texto y fotos ROGER VELA
Crecí en la zona oriente de la Ciudad de México y pasé mi infancia jugando futbol en la calle, imaginado que el concreto era pasto, los tabiques postes de una portería y las banquetas por donde pasaba la gente, las gradas de un estadio. Jugábamos esquivando los automóviles que circulaban por la cuadra, intentando que nuestro balón no fuera arrollado por una de las llantas. Cuando pasaba gente por ahí, el juego se detenía con el propósito de evitar que algún vecino se incomodara por un balonazo. Era divertido, pero sumamente incómodo pausar el partido a cada rato porque un carro o una persona invadía nuestra cancha improvisada.
¿Por qué lo hacíamos? ¿Por qué nos arriesgamos a ser atropellados o a golpear a alguien? La respuesta es sencilla: no teníamos opción cercana para jugar o realizar alguna actividad física al aire libre. El deportivo más cercano se encontraba a 20 minutos de la zona y no siempre teníamos el permiso de nuestros padres para ir solos hasta allá.
La falta de espacios deportivos a finales de los 90 era un asunto que abarcaba buena parte de la ciudad, por eso los niños y adolescentes chilangos interrumpían el paso de las personas con un balón.
Con el paso de los años, la oferta de lugares para jugar futbol y basquetbol se amplió. Se construyeron canchas e incluso se inauguraron skate parks para los amantes de las patinetas y los raspones. Era una escena casi surrealista ver a los policías, que antes te perseguían por patinar, cuidar las rampas y los circuitos exclusivos destinados a aquel deporte.
Sin embargo, a pesar de que aumentaron las opciones dónde practicar un deporte, parecía que sólo se había tomado en cuenta a un sector de la población, los jóvenes, y se había olvidado que no todo es futbol y básquetbol. Por ello, los espacios abandonados que se habían convertido en una especie de basurero o madriguera para los delincuentes, se habilitaron como lugares deportivos aptos para cualquier miembro de la familia, una especie de minigimnasios; buena parte de ellos, en los bajo puentes.
Hasta hace unos años, la parte baja de los puentes vehiculares representaba el lugar ideal en el que los delincuentes se escondían y asaltaban a sus víctimas, pero también eran lugares donde muchos se ocultaban con el fin de consumir cualquier tipo de droga. Eran áreas donde las heces fecales y el olor a basura eran tan comunes que la gente prefería rodear el lugar y caminar más para evitar pasar por ahí, o si lo hacían debía ser a trote apresurado.
Ahora esa imagen ha cambiado. Se sustituyó por la diversidad de colores de los aparatos que han sido colocados con el objetivo de que cualquiera pueda hacer ejercicio. Se trata de instrumentos mecánicos diseñados para ejercitar las piernas, el pecho, la cintura, el abdomen, los hombros, la espalda; con aparatos como el potro, el remo, el esquí, el péndulo; aunque también hay juegos infantiles, como resbaladillas, pasamanos y sube y bajas.
Con el propósito de revisar cómo han cambiado los bajo puentes, acudí a tres puntos distintos del sur de la ciudad que hacen esquina con Circuito Interior: División del Norte, Centenario y Avenida Universidad. En los tres encontré espacios que, a pesar de haber sido inaugurados en 2014, parecen recién habilitados, ya que todos tienen aparatos seminuevos en los que no se observa ningún desgaste por el uso.
No obstante, lo que más me sorprendió fue que, aunque estuve cerca de media hora en cada punto, en ninguno hubo personas que los usaran. Quizá porque entre semana la gente no tiene tiempo para hacer ejercicio, o tal vez porque el cielo nublado ahuyentó a la gente que pretendía realizar una actividad al aire libre.
Por esa razón le pregunté a Víctor Medina, un joven del Estado de México que trabaja como encargado de uno de los estacionamientos que también se abrieron en esos bajo puentes, el motivo por el que la gente no utilizaba los aparatos.
—Pues casi nadie los usa. A veces vienen señoras de la tercera edad, casi siempre acompañadas por otras, y están haciendo ejercicio durante un rato y luego se van. O de repente algunos niños se suben a los aparatos y juegos, pero se aburren pronto.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
—Ya casi medio año.
—¿Y siempre ha sido así? ¿Por qué crees que la gente no use los aparatos?
— Sí, bueno, por la mañana, como a eso de las 9 o 10, y durante la tarde, como a las 7, es cuando más gente hay. Pero yo he trabajado en ambos turnos y te puedo decir que nunca he visto el espacio totalmente ocupado, o sea utilizan un juego o aparato pero nunca he visto que el lugar se llene. Yo creo que la gente no viene a hacer ejercicio porque no le da tiempo o quizá ni siquiera sepa que son espacios públicos en los que puede ejercitarse.
Aunque la norma en los tres lugares fue que se encontraban vacíos, también es notable que no hay basura ni dentro, ni alrededor de ellos. Son sitios sumamente limpios a pesar de que comparten espacio con tiendas de autoservicio, pequeños negocios de comida, estacionamientos y hasta agencias de autos de clase mundial.
Este tipo de proyectos urbanos, realizados por el gobierno de la Ciudad de México, surgió en varios puntos de la capital mexicana a finales de 2012, y forma parte del Programa de Recuperación de Bajo Puentes que contempla renovar los espacios que antes parecían negados a la ciudadanía.
La rehabilitación de los bajo puentes tiene como objetivo principal generar en esos espacios la convivencia, socialización y zonas seguras con el fin de mejorar el tránsito de los peatones. Y, de manera textual, el programa señala que con la mejora de los espacios se busca “cambiar su condición de barreras viales para convertirlos en puntos de interconexión de barrios”.
El programa opera mediante los Permisos Administrativos Temporales Revocables a Título Oneroso (PATR), bajo un esquema de operación que en el que 50 por ciento del espacio es público, 30 por ciento es para el área comercial concesionada y el 20 por ciento para un área libre que se utiliza como estacionamiento gratuito o controlado.
En la gestión de Miguel Ángel Mancera se otorgaron 27 PATR, y se ha puesto en operación la recuperación de nueve bajo puentes que contemplan una área de 52 340 metros cuadrados en las delegaciones Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero, Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Coyoacán y Álvaro Obregón. Ahora, los vecinos de las colonias Peralvillo, Vallejo, Del Carmen, Portales, Santa María la Ribera, Condesa, Insurgentes Mixcoac, Pueblo de Xoco, San Miguel Chapultepec y otras, pueden acudir a los bajo puentes a ejercitarse cotidianamente.
Pese a que el primer bajo puente con este esquema se inauguró durante el sexenio pasado, en esta administración han entrado en operación ocho de los nueve bajo puentes que existen actualmente, y se espera que en próximas fechas se habiliten otros seis: dos que están en proceso de construcción y cuatro que se encuentran en fase de revisión por parte de la Autoridad del Espacio Público del gobierno capitalino.
Aunque no todo es miel sobre hojuelas, ya que varios locales privados han cerrado debido a la falta de ventas producto de la baja concurrencia. Los aparatos para hacer ejercicio y los juegos se mantienen listos a fin de que sean usados por los ciudadanos.
Los bajo puentes son una alternativa gratuita a los gimnasios que, si bien no cuentan con la atención especializada de un instructor, se encuentran en buenas condiciones. Incluso, la ciudadanía puede prescindir de los gimnasios si va a trotar a un parque público y culmina haciendo ejercicio en un bajo puente.
Si bien aún la gente de la Ciudad de México no aprovecha al cien los proyectos que se han recuperado para su disposición, en los lugares en los que se han puesto en marcha no sólo se percibe mayor limpieza, también hay más seguridad. La idea es recuperar los lugares que antes se percibían hostiles y utilizarlos; finalmente, son espacios de todos.