Revista Cambio

Caricias terapéuticas

POR ALEJANDRA DEL CASTILLO

A la entrada de un hospital, una mujer se lanzará sobre él, y aunque no le encanten los abrazos, permanecerá con ella y posará su cabeza sobre su hombro. No la juzga, no le pregunta qué pasa, sólo está ahí para ella.

Después del largo abrazo la mujer se levantará con la mirada en aguas y, tranquila, se retirará.

Su nombre es Cirilo y es un imán para las personas, es un perro que aunque pudiera contar su historia, no lo haría con ladridos porque ladrar no es lo suyo.

Es un labrador negro que hace cinco años nació en un criadero en México y que hoy despierta todos los días en Los Ángeles, California. Cada mañana, mantiene su mirada atenta para saber de qué lado bajará María de la cama, entonces juegan. Luego se convierte en su sombra, la sigue al baño y a la cocina, van juntos a cualquier lugar. Después del desayuno, María y Cirilo llevan a Teo, su hermano humano, a la escuela.  Luego viene el lindo paseo matutino en el bosque y las cercanías de la escuela. María elegirá una cafetería donde Cirilo será bien recibido y la acompañará a trabajar hasta que Teo salga de la escuela. Volverán a casa y la tarde pasará entre una siesta y otra. Llegará la hora de cenar, le recordará a María que otra vez tiene hambre y luego saldrán de nuevo a pasear. Ahora está estrenando una cama que con el tiempo ha aprendido a usar. Sus juguetes favoritos son las pelotas. Hay días que Leo, el esposo de María, lo lleva a su trabajo y es el preferido de la oficina.

Pero Cirilo es un perro de rituales, el día que lo llevan a bañar, sabe que a la mañana siguiente irá a trabajar. Antes lo bañaban en casa, pero después de que tapó la tina cambiaron de estrategia. En la peluquería ya lo conocen y le hacen el 50 % de descuento en sus baños cuando descubrieron que Cirilo tiene una misión en la vida.

En la mañana María se vestirá con una camisa verde y Cirilo con un chaleco del mismo color, tomarán la mochila de trabajo, correrá a la puerta emocionado y saldrán juntos a ayudar a las personas porque el trabajo de Cirilo es ser un perro de soporte emocional.

No es un perro de servicio, los perros de servicio hacen una tarea por los humanos como ser sus ojos. Su labor es distinta. Pareciera que Cirilo comprende todo en la vida, pero llegar a este punto tampoco fue sencillo para él. Nació en Guadalajara, Jalisco, hace cinco años, en uno de los criaderos de labradores más reconocidos; fue el último de la camada pero fue excluido.

Por ser rechazado permaneció en una jaula sus primeros ocho meses de vida. Como no lo lograron venderlo porque ya no era un cachorro consideraron dormirlo, es decir, asesinarlo.

Alguien escuchó esa historia y llamó a Leo quien del otro lado de la línea escuchó: ¿quieres un perro?, paga su boleto de avión y es tuyo.

A las dos semanas, Cirilo llegaba a la Ciudad de México al que sería su nuevo hogar. Sus humanos serían desde entonces María y Leo.

Cuando llegó a casa no sabía cómo ser perro. No ladraba, comía acostado como lo hacía en su jaula, no entendía para qué servía la camita que le habían comprado. Olivia fue la encargada de enseñarle a ser perro, si es que esto es posible, porque Olivia es una cerdita.

Dejó el miedo con el que llegó a casa y siguió los pasos de su compañera; aprendió a comer parado, a hacer caca de puntitas y en un rincón como lo hacía Olivia y en algunas ocasiones imitó los sonidos de la cerdita. Más adelante Olivia y Cirilo tuvieron que separarse. Olivia no era en realidad una minipig como se lo hicieron creer a María cuando la compró, cuando pesaba más de 80 kilos se mudó a una granjita de animales rescatados, ahora tiene su charco de lodo, pasto y convive con vacas, borregos, puercos y conejos que no serán sacrificados.

En 2014, María y Leo decidieron mudar a toda la familia a Los Ángeles, por motivos personales y en  busca de nuevas oportunidades profesionales. Fue ahí donde Cirilo comenzó su entrenamiento para ser certificado como un perro de soporte emocional. Ahora, él está entrenado también para búsqueda y rescate de seres vivos y aunque para él esto es un juego, lo hace con profesionalismo y entusiasmo.

La búsqueda es uno de sus retos favoritos. Alguna vez se perdió un niño en una tienda de muebles y Cirilo lo encontró en dos minutos con el olor que recogió de una chamarra. En otra ocasión, en el transcurso de un paseo, un señor a bordo de una camioneta preguntó por un pequeño perro perdido. Más adelante, Cirilo tiró de la correa insistentemente para correr a un arbusto, se soltó y cuando volvió a aparecer, lo hizo con Pepe, el chihuahua perdido.

Para su certificación como animal de terapia tuvo que pasar varias pruebas, la primera de obediencia básica; luego, una donde recibió diferentes clases de estímulos como ser sorprendido, que le jalen la cola, que le griten, le avienten cosas o que lo acaricien entre varias personas. Aquí es cuando se determina si el temperamento del perro es apto para ser un animal de soporte emocional porque no debe reaccionar agresivo, gruñir o alterarse ya que sería descalificado. Cirilo pasó toda prueba moviendo la cola. Después de cumplir con las vacunas, las revisiones médicas y el papeleo, todos fueron certificados, incluyendo Leo y María.

Ahora, Cirilo va a los hospitales y visita habitación por habitación, da soporte a enfermos, familiares y también al personal médico. Cuando está cansado se lo hace saber a María y ella reconoce que ha sido suficiente.

Otros días va a una escuela con niños autistas, donde comparte labores con el gato Summer y con un conejo.

Los pequeños han entablado una relación con Cirilo y ya esperan con ansia el día que vienen los animales. Se toman su tiempo, se acercan, lo tocan, lo pueden cepillar, juegan con él y algunas veces disfrutan algún truco divertido.  Los siguientes retos en la labor de Cirilo son los asilos de ancianos y las universidades en época de exámenes.

El trabajo de Cirilo y su familia es voluntario, es decir, no remunerado. Después de trabajar, el labrador negro con ojos de sabiduría disfruta de su propia terapia cuando vuelve a la naturaleza en sus paseos. María y Leo saben que él les avisará cuando sea el tiempo de retirarse, por lo pronto, parece no estar interesado en ello.