Por Salvador Casanova
Cuando usted lea esto, Donald Trump será presidente de los Estados Unidos. En tres artículos anteriores revisamos los lados oscuros de la relación de Estados Unidos con México, durante nuestros primeros 108 años de independencia.
Vimos que esta le abrió la puerta a los yanquis para apoderarse de más de la mitad del país, que Juárez le pidió a los norteamericanos su reconocimiento y ellos pusieron condiciones exageradas; pero cuando nos invadieron los franceses, los yanquis aflojaron las demandas y cooperaron para sacar a Maximiliano; que Porfirio Díaz organizó la administración nacional y México comenzó a pelear los espacios de comercio con Estados Unidos. Ahí fue donde la puerca torció el rabo. Los gringos nos vieron realmente independientes y compitiendo con ellos. Respondieron al financiarnos la Revolución para derrocar a Díaz. Cuando fue derrocado, siguieron financiando la guerra hasta que la infraestructura del país estuvo destruida.
Forzaron a Obregón a reconocer los préstamos de la Revolución, luego lo asesinaron y los gringos le encomendaron a su embajador ponernos en paz. El embajador le sugirió al presidente Calles la creación del Partido Nacional Revolucionario. Este se diseñó para tener un gran margen de maniobra. Después se convirtió en el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Si analizamos la relación se pueden establecer patrones. El primero cuando las guerras civiles destruyen las fuentes productivas, el gobierno se queda sin dinero y le solicita un préstamo a los norteamericanos. Ellos ponen las condiciones que se les da la gana. Cuando se acepta, el presidente norteamericano presume la negociación como un logro de su habilidad política. El segundo cuando nos invade otra potencia, o surge un enemigo potencial. Ahí los gringos nos apoyan, procuran ver por nuestro desarrollo. Cuando ese desarrollo nos permite pagarles la deuda, los yanquis financian un conflicto armado para desestabilizarnos, lo cual nos obliga a pedir más dinero. Para darlo nos ponen condiciones leoninas y así se genera un ciclo en verdad perverso. Revisemos lo que pasó después para ver si el ciclo se valida.
Cuando llegó el general Cárdenas apareció el fantasma de la Segunda Guerra Mundial. La soberbia de las empresas petroleras obligó al gobierno a expropiarlas. A Cárdenas le preocupaba la reacción de los norteamericanos. Pero los norteamericanos apoyaron la decisión de Cárdenas pues con la expropiación tendrían el control del petróleo mexicano. Era el año de 1938 y, en Alemania, el discurso de Hitler anunciaba la guerra. De modo que el binomio, conflicto – apoyo, se cumplió.
Luego se inició el “desarrollo estabilizador”. El producto interno bruto (PIB) creció a tasas superiores al 6 %, y en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz se presentó la crisis del 68. En el libro Arrebatos carnales II, de Francisco Martín Moreno, se narra la intervención de los norteamericanos. Los yanquis trataron de armar un golpe de Estado, pero no pudieron consumarlo. México siguió creciendo y hubo tres crisis. La más grave le tocó al presidente Zedillo, quien consiguió que la deuda externa no aumentara. Luego, con Vicente Fox, Francisco Gil Díaz manejó prudentemente la economía y se redujo la deuda externa en más del 15 por ciento.
En 2006, cuando Felipe Calderón tomó la presidencia, los cárteles de la droga amenazaban rebasar al Estado y este les declaró la guerra. Los yanquis nos dieron 400 millones de dólares para combatirlos, pero al mismo tiempo permitieron, mediante la operación Rápido y Furioso, que los mismos cárteles introdujeran armas ilegalmente a México. Con ello escalaron el nivel del conflicto armado y fracturaron al país.
Como resultado, el control del gobierno se redujo y la deuda externa se incrementó nuevamente en más del 35 %. Otra vez México redujo su deuda y Estados Unidos fomentó el conflicto armado. El patrón se cumplió.
Es cierto que hubo presidentes proclives a México, como Clinton, pero de vez en vez llegan truhanes a destruir nuestro esfuerzo. Lo hacen para evitar que conquistemos mejores niveles económicos y nos liberemos del yugo americano.
Hoy, cuando tenemos una base industrial fuerte en la que hay desde industria automotriz, hasta industria aérea funcional, Trump decide partirnos la maquinaria productiva. Como ven nada ha cambiado. La única novedad es que hoy la guerra es verbal, masiva y global, con la ayuda de las redes sociales y la tecnología. Así Trump mueve nuestras variables económicas y pretende sacarnos de la jugada. Lo hace frente a un gobierno débil al que la corrupción le ha ocasionado una caída dramática en los niveles de confianza.
Trump es un especulador, y como tal juega con la incertidumbre, pero la incertidumbre genera riesgos y en los negocios eso es indeseable. Por otro lado Trump es el bully del imperio y ya nos agarró de su puerquito. Ataca a nuestra industria, pero no ataca a la industria canadiense que tiene el respaldo de la Comunidad Británica.
El refranero popular dice que el valiente dura hasta que el cobarde quiere y es momento de hacer frente a Trump.
Aunque hay varias maneras de lograrlo, no será fácil. Lo primero es combatir su discurso desde adentro.
Debemos sensibilizar a las comunidades para apoyar a las personas migrantes, conseguir fondos para implementar la defensa legal de estas, pues sin un abogado resulta fácil deportarlas. Los alcaldes de Chicago, Nueva York, Oakland, Minneapolis, San Francisco y Seattle salieron en su defensa, de modo que esta no es una posición absurda.
En estas acciones un aliado invaluable en territorio norteamericano puede ser el partido demócrata.
En el interior, es vital apoyar al mercado nacional mediante el consumo de lo hecho en México. Además debemos legalizar la marihuana. Las razones para eso son que con ello se reduciría la sobrepoblación en las cárceles, que la guerra contra las drogas disminuiría drásticamente y con eso el costo de la misma y, sobre todo, que la recaudación para el gobierno por los impuestos derivados de la producción y venta de marihuana aliviaría las finanzas nacionales.
La corrupción no desaparecerá por arte de magia, pues aceptémoslo, lubrica la maquinaria gubernamental. Pero es necesario comenzar por algún lado. Un buen principio sería que las organizaciones empresariales, como Coparmex, Canacintra o Canaco, presionen al gobierno para apoyar la iniciativa de Mark Wolff de formar una corte internacional anticorrupción y adherirnos a esta.
En cuanto al TLCAN, hay quien sugiere negarnos a renegociar. No es mala idea si vamos junto a Canadá. Si Trump unilateralmente decide abandonarlo, tendrá un costo político enorme.
No debemos achicarnos ante la guerra verbal de alguien con tan poca estatura moral como Donald Trump. Los resultados de ese discurso habrán de revertírsele. Encontrará la oposición de las organizaciones políticas y sociales del pueblo americano y, con excepción de Rusia, la ira del mundo entero. Ángela Merkel respondió a sus agresiones, BMW se opuso a sus condiciones y Toyota sigue con sus planes en México.
Debemos implementar las estrategias de resistencia necesarias. El reto es enorme, pero debe quedar claro que ante un abusador lo único prohibido es la mansedumbre pues esta solo aumentará sus abusos. Es indispensable que le exijamos a nuestros representantes patriotismo. Únicamente así lo lograremos. Al fin y al cabo, como lo hemos visto, hemos estado en peores, y de peores México ha salido.