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Ciudad rural

El Distrito Federal cambió de nombre y ahora es la Ciudad de México, una de las urbes más grandes del mundo. Sin embargo, oculto y resiliente, aún sobrevive un rostro rural en la capital mexicana.
24 de Octubre 2016
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Textos y fotos: Prometeo Lucero

La Ciudad de México, ahora una entidad que tendrá su propia constitución, crece de manera desenfrenada: cada día nuevas casas, edificios, rutas de transporte y centros comerciales. Al mismo tiempo, aumentan sus carencias: reducción de los mantos acuíferos, falta de servicios públicos –escuelas, alumbrado, servicios médicos y drenaje–, destrucción de zonas naturales y escasas fuentes de empleo.
Sin embargo, en la periferia sureste de la ciudad, en donde alguna vez los lagos dominaron el paisaje, el tiempo pasa sin la prisa del entorno urbano. La vida cotidiana transcurre entre tradiciones, el trabajo en el campo y una constante preocupación por el futuro de la zona. En esta región se produce gran parte del maíz, el frijol, el nopal y las hortalizas que se consumen en la gran ciudad, y es un territorio donde prevalece la vida comunitaria, las asambleas e incluso lenguas originarias como el náhuatl, el otomí y el mixteco.

PATRIMONIO EN RIESGO

Los canales de Xochimilco son conocidos por los tranquilos paseos en trajineras llenas de turistas o en chalupas adornadas con flores, y por sus paisajes.

En una chinampa, ese terreno flotante rodeado de agua y heredado por sus antepasados, Zacarias Jiménez rastrilla la tierra negra donde siembra maíz, alelí y flor de cempasúchil. Hace quince años regresó a labrar su terreno, tras dejar su empleo como obrero. Mientras labora con sus herramientas, habla sobre el daño que han causado las fosas sépticas en los canales que rodean las chinampas de Xochimilco, al sur de la Ciudad de México.

La creciente urbanización amenaza la Reserva Ecológica de Xochimilco, decretada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en diciembre de 1987, donde un considerable porcentaje de la población originaria habla náhuatl.

Asentamientos urbanos irregulares invadieron la zona hace ya muchos años y ahora no pueden ser desalojados si llegaron antes de 1995. Además, muchas familias originarias de la región abandonaron el lugar por falta de empleo o de un lugar dónde vender sus productos agrícolas, entre ellos flores y hortalizas.

Cada asentamiento irregular cuenta con alrededor de 20 familias, pero mientras más crecen, también aumenta la escasez de agua. Algunos, como la “colonia” Ampliación Infiernito, no tienen drenaje y sus habitantes vierten el agua sucia en el canal. Pese a que está prohibido, algunos puentes rodean estas colonias y dificultan la navegación. Otros asentamientos, como Alamacachico, donde se ha registrado resistencia al desalojo, no cuentan con energía eléctrica ni agua potable y otros servicios básicos.

Se cree que no existe un padrón que contabilice el número real de los habitantes de estos lugares y, en general, son escasos los servicios de salud disponibles para ellos.

Una de las repercusiones más importantes de las invasiones y la contaminación por el turismo, además de la introducción de la tilapia para la pesca, fue el descenso de la población de ajolotes (Ambystoma mexicanum), anfibios endémicos de estas aguas. En el 2008, a raíz de un censo, se pensó que se había extinto. Algunos ejemplares están protegidos actualmente por investigadores de la UAM en Cuemanco y otros, en cautiverio, permanecen en conservación en esa misma casa de estudios.

TALAMONTES AL ACECHO

Milpa Alta es el primer productor de nopal, 30 km al sureste del centro de la ciudad. Alrededor de Villa Milpa Alta, su centro, con 130 mil habitantes, sus once pueblos están en un terreno elevado que alcanza los 3 500 metros sobre el nivel del mar, donde crecen oyameles.
La producción de nopal fue impulsada como economía alternativa ante la tala de los bosques de oyamel que delimitan la Ciudad de México con los estados de México y Morelos.

Esta frontera porosa, sin embargo, ha permitido el paso libre a organizaciones criminales entre demarcaciones. En los límites de Milpa Alta y Tláhuac con el Estado de México se han incrementado los enfrentamientos armados, los asesinatos y la inseguridad.

Una tormenta derribó 20 mil árboles en febrero de 2010. Talamontes enquistados en los pueblos aprovecharon el caos y sacaron toda la madera posible para uso comercial, a pesar de que está prohibido. Los pobladores se organizaron con el propósito de formar sus guardias y vigilar el bosque. Con apoyo de la policía, desmantelaron 15 aserraderos ilegales en 2013.

FUTURO DERRUMBADO

Tláhuac está formada por siete pueblos, en algunos de ellos aún se habla el náhuatl. Es uno de los principales proveedores de alimentos agrícolas –maíz, frijol, hortalizas y nopal– y los mantos acuíferos de la sierra de Santa Catarina proveen de agua al oriente capitalino.

La euforia por la construcción de la Línea 12 del Metro, que conecta 25 kilómetros y corre de Tláhuac (al oriente) hasta Mixcoac (al poniente), hizo creer que el valor de la tierra subiría. Hubo poca, pero fuerte resistencia de ejidatarios al proyecto. En la compra-venta de terrenos se planteó un gran conjunto de centros comerciales y unidades habitacionales cercanas al metro, que darían plusvalía a la tierra.

Pero todo eso se cayó. La obra tardó diez meses más de lo planeado y también costó mucho. El Metro fue construido en terrenos donde antes hubo un lago y campos de siembra. Y apenas poco después de su inauguración, las fallas obligaron a su cierre durante 20 meses.
Los terrenos que pretendían urbanizar la zona hoy siguen ociosos, sin siembra y sin ocupación.

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