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¿Cómo se cura el miedo?

Miles de adultos mayores viven sin resolver el quiebre emocional del sismo de 1985, y lloran con cada sacudida de la tierra. Ante los ojos de los más jóvenes, parecen exagerados, pero se rompieron hace tres décadas y a nadie le importó ayudarlos a reconstruirse emocionalmente
25 de Septiembre 2017
Ilustración: Manuel Meza
Ilustración: Manuel Meza

POR DANIEL MÉNDEZ

Ahora mismo, Romina Fernández no soporta asomarse por la ventana, porque si ve que las ramas de un árbol se mueven con el viento, piensa que se anticipa un terremoto. No le gusta prestarle mucha atención a sus cortinas, porque si se mecen le sudan las manos. Si el agua dentro de su vaso hace olas por el paso de un tráiler con cascajo, se le instala en un humor tétrico. A sus 63 años ha sobrevivido a tres terremotos en la Ciudad de México: el del 19 de septiembre de 1985 y los dos de septiembre de 2017, el 7 y el 19, pero ella cree que no sobreviviría a un cuarto sismo. Ella está convencida de que no morirá bajo los escombros de su edificio en la colonia Narvarte, sino de un paro cardiaco. El trauma es tan profundo en su generación que cada vez que suena una alarma sísmica podría jurar que alguien muere de miedo.

Romina, con un cubrebocas atado al cuello, observa el edificio derruido en la esquina de Enrique Rébsamen y Morena, a dos calles de su casa. Lo mira sin querer míralo, porque las ventanas rotas le recuerdan las violentas sacudidas que hace 32 años enterraron a sus colegas, unas 600 costureras en el Centro Histórico. Y el pecho se le oprime, la cabeza le da vueltas, el estómago se le hace un hueco.

“En ese entonces, nadie nos dijo que era importante buscar ayuda psicológica”, dice Romina, aferrada a un escapulario que aprieta hasta que las uñas se le hacen blancas cada vez que los voluntarios levantan los puños y piden silencio en espera de escuchar a un sobreviviente.

La generación de la que habla es una que no supo qué hacer con sus emociones, cuando vio morir a decenas de miles bajo bloques de concreto.

En 1985, nadie les dijo que si en los días siguientes de perder un hijo, una esposa o una casa, tenían súbitos cambios de humor, ataques de pánico o ansiedad, debían tratarse con un psicoterapeuta antes de un mes para evitar secuelas, explica Víctor Jiménez, especialista del Instituto Humanista de Psicoterapia Gestalt. Entonces, un episodio de estrés postraumático no era prioridad, sino un lujo. Algo que sólo los adinerados podían costear.

Así, hoy miles de adultos mayores viven sin resolver ese episodio de quiebre emocional. Lloran con cada sacudida, tiemblan con cada sismo.

Ante los ojos de los más jóvenes, parecen exagerados, en lugar de adultos con traumas que hace tres décadas a nadie le importó resolver.

Irritables, intolerables, dolidos, como una fractura que soldó con el tiempo y no bajo la supervisión médica.

Por eso, ahora mismo Romina mira con asombro a esas “niñas” treintañeras que en la esquina de su casa han pegado cartulinas que dicen “Apoyo psicológico gratis”. Jóvenes que creen que el poder de la palabra es capaz de exorcizar los demonios. Y no son las únicas: decenas, acaso cientos, de adultos y jóvenes de la UNAM, el IPN, institutos privados, ofrecen abrumadoramente una contención emocional para todos aquellos que se sienten abrumados por el terremoto. Con la urgencia de una canasta básica de rescate humano: agua, picos, palas, atún… y ayuda psicológica.

En cada zona de desastre hay, al menos, un profesionista que dice a los adultos mayores y a los más jóvenes que están asustados: habla conmigo, cuéntame qué sientes, respira con el diafragma, pinta con acuarelas lo que te sucedió, dibuja con lápices lo que pasa en tu familia, canta. Date tu abrazo. Habla en voz alta. Conversa con alguien. Repite este mantra. Medita. Sácalo. Mañana, regresa conmigo, es gratis. Porque los especialistas lo saben: a nadie le sirve otra generación afectada por 32 años por un sismo.

“A mí nadie me habló de esto”, dice Romina. “Hoy, me siento un poco más preparada. ¿Por qué nadie está haciendo fila para hablar con estas muchachas?”. Y agita la pala que tiene en su mano derecha como una señal de fuerza: el miedo se le desbarató en una hora de terapia.

Ahora mismo, Romina toma la primera sesión terapéutica de su vida. Hace una hora creía que iba a morir si llegaba un cuarto terremoto a su vida. Ahora, se siente lista para salvar a otros.

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