Revista Cambio

Crisis anunciada

POR GABRIELA GUTIÉRREZ M.

Lolita, como la llaman todos, enviudó a los 45 años. Un puesto en el mercado de Santa Julia, cerca de la Torre de Pemex en la Ciudad de México, y siete hijos fue todo lo que su marido le heredó.

Ella atendía el puesto de verduras, mientras sus hijos boleaban zapatos o vendían dulces y periódicos en los semáforos y, cuando se podía, también iban a la escuela. Menos el mayor, que obtuvo un puesto de obrero en una fábrica y dejó el pupitre de la secundaria.

Era el México de los años 50, con una esperanza de vida promedio de 48 años para las mujeres y de 45 para los varones. El esposo de Lolita cumplió cabalmente con la estadística, pero ella, una mujer que migró a los 16 años desde un pueblito de Guanajuato hacia la Ciudad de México, rebelde quizá sin saberlo, estaba hecha para pintar cara a los pronósticos. Lolita cumplió 96 años en enero de 2017.

Dejó de trabajar un tiempo después de enviudar, cuando su hijo, el obrero, comenzó a ganarse un lugar en la fábrica en la que trabajaba y corrió con los gastos de la casa. Uno a uno, los demás hijos se casaron e hicieron sus vidas.

Ella, la rebelde, se mantuvo independiente. Hasta los 80 años asistió a clubes de gimnasia y convivencia para personas de la tercera edad. Sobrevivió a la diabetes, a una decena de caídas, dos cirugías, incluida la extracción de un tumor en el cuello. Pero la lucidez con la que hacía bromas a sus nietos –asegurándoles que escondía un tesoro bajo su cama y que si hacían todos los mandados que les ordenaba, se los heredaría a ellos– empezó a menguar como a una vela a la que se le acaba el pabilo.

Hoy, Lolita confunde a sus hijas con sus hermanas muertas, asegura tener recados urgentes de personas que hace décadas no ve, perdió el control de esfínteres y la fuerza de aquellos brazos con los que cargaba los guacales con verduras la ha abandonado. Lolita se encoge poco apoco en el sillón, como una manzana que lentamente pierde su frescura.

Las necesidades de una persona como Lolita, que se vuelve dependiente para sobrevivir, las tiene 1 de cada 10 adultos mayores en México.

Su familia decidió internarla en un asilo, después de que ella dejó la llave de la estufa abierta, permitiendo la salida de gas quizá durante horas. Era ya la tercera ocasión. “Se convirtió en un peligro para sí misma y para nosotros”, dice Rodolfo, uno de sus hijos, con el que Lolita vivió entre los 65 y 85 años de edad.

Aunque un asilo nunca había sido la idea, ninguno de los hijos podía hacerse cargo de ella pues requiere cuidados 24 horas al día, siete días a la semana.

La primera sorpresa fue que Lolita no era admitida en ningún asilo público por el hecho de tener descendencia. “Es su madre, háganse cargo de ella”, les respondieron en cada institución de gobierno a la que se acercaron a pedir ayuda. Entonces buscaron un asilo particular, pero los precios iban desde los 10 000 hasta los 25 000 pesos mensuales, en la Ciudad de México, lo que resultaba inalcanzable para los cinco de siete hermanos que aportaban para el cuidado de Lolita.

La búsqueda se amplió al Estado de México, donde encontraron el Asilo para Ancianos “Rosa Loroño”, en el municipio de Acolman. A los pocos meses, la salud de Lolita comenzó a menguar, la poca higiene y escasa alimentación fue una queja constante desde su ingreso. “Cada vez que visitaba a mi madre –dice Rodolfo– me daba la impresión de que tenía horas sentada y siempre tenía hambre. Un día se les cayó de la cama, aunque en teoría debía tener protecciones para evitar esos accidentes, pero justamente ese día no le habían puestos las protecciones”. La caída fue de un metro de altura y el resultado fue un hematoma en la cabeza que duró un par de semanas y un dolor en el codo que se prolongó por casi un año.

Actualmente, existen 11.6 millones de adultos mayores de 60 años en México. Para 2050, los millennials habrán duplicado esa cifra. Hoy, los jóvenes que se distinguen, según los estudios, por ser almas libres, no tolerar ataduras personales ni profesionales –incluso muchos han decidido no tener hijos– tendrán que pensar en dónde vivirán y cómo harán para pagar por ello. Pero esa decisión, opina Eloy López Jaimes, asesor financiero especializado en patrimonio, deben hacerla hoy.

“La gente que tiene una casa grande, la vende para irse a un departamento más pequeño y con la diferencia pagar sus gastos de la vejez (cuidador, salud y otros). Pero los que pueden hacer eso no son ni el 5 % de la población en México”, dice el especialista.

Los millennials, en su mayoría y hasta el momento, no se han distinguido por ser una generación que desee invertir en bienes inmuebles ni por ahorrar para el futuro, muchos, incluso, laboran de forma independiente, sin abonar nada a su cuenta de retiro.

La vejez no llega sola, los gastos y los años vienen de la mano. El dispendio en salud aumenta 50 % en el hogar cuando hay un anciano en casa, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2014.

Cuando los adultos mayores llegan a los 70 años, 60 % es autosuficiente. Sin embargo, a partir de los 80, el deterioro físico y mental es más evidente y la estadística se invierte. Sólo 40 % es autosuficiente mientras que el 60 % restante muestra algún grado de dependencia. La tendencia, a partir de ese momento, no cambia, asegura Rigoberto Ávila Ordoñez, director del Instituto para la Atención de los Adultos Mayores de la Ciudad de México (IAAM), la entidad federativa que concentra a 1 de cada 10 ancianos del país.

Así, 1 300 000 ancianos en México dependen totalmente de terceros para subsistir. Los hijos suelen ser los principales responsables de ellos, sin embargo, ante familias cada vez más pequeñas o que decidieron no tener hijos, la responsabilidad recae en un menor número de manos, lo que hace más complejo y cansado el cuidado en la vejez.

Los asilos, residencias de día y cuidadores son las principales alternativas al cuidado de la población dependiente por vejez. En el país existen 2 430 centros de atención de este tipo, entre públicos y privados, de acuerdo con el padrón realizado por el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam). Sin embargo, la capacidad que tiene cada centro para la atención de los adultos mayores se desconoce y, aún más, la cifra real de estos lugares podría ser del triple, pues existen instituciones “patito”, afirma Patricia Rebolledo Rebolledo, presidenta de la Alianza de Organizaciones para Adultos Mayores.

El responsable legal de generar esta información es el Inapam. Y el Sistema para el Desarrollo Integral de la familia (DIF) tendría que coadyuvar en tener control sobre los centros, pero en la práctica, ninguna de las dos instituciones vigila estos lugares. “Y eso que la prestación de servicios para adultos mayores ha tenido un auge tremendo en los últimos 15 años, como negocio”, agrega Rebolledo.

Ante este escenario, la recomendación que emite el Inapam es ahorrar en la juventud para la vejez, explica Sergio Valdés Rojas, director de Geriatría.

Así, la realidad de la vejez en México es una: no existen políticas públicas estructurales, ni programas de concientización masiva para prepararse al futuro y ayudar a integrar a las personas de la tercera edad a fin de garantizar que la población llegue a la tercera edad con protección y cobijo social.

“Al Gobierno federal no le interesa el tema de envejecimiento. México no ha firmado la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, publicada por la Organización de Estados Americanos (OEA) en 2015. Ahí se demuestra la falta de conciencia por parte del Gobierno, que hay que tomar en serio este tema de envejecimiento”, asegura Rebolledo.

Una muestra son los recursos destinados a este sector, y es que el Inapam recibió 378 millones de pesos de presupuesto para 2017, lo que equivale a 31.50 pesos para cada una de las 12 millones de personas adultas mayores del país.

“Política sin recursos es demagogia”, dice Juan Campos Alanis, coautor del libro Segregación socioespacial de la población mayor.

“Se requieren equipos multidisciplinarios para trazar la ruta clara para el país, en términos de políticas públicas para las personas de la tercera edad y prevenir problemas futuros”.

En Latinoamérica, Chile es punta de lanza. Allí se crearon las viviendas tuteladas, que son conjuntos habitacionales de entre 10 y 20 casas, con espacios comunes, servicios especializados y videovigilancia permanente y están a cargo del Servicio Nacional del Adulto Mayor.

Otro modelo que está creando adeptos y en el cual participa el capital privado es el de la hipoteca inversa, que funciona en España, Inglaterra y Estados Unidos. Esta consiste en que los adultos mayores con un inmueble a su nombre soliciten un préstamo a instituciones financieras con la propiedad como garantía, con el cual reciben pagos mensuales, mismos que son utilizados en pagar cuidadores y otros gastos relacionados. Al fallecer el adulto mayor y su pareja, la propiedad pasa a manos de la institución crediticia.

En México, en diciembre pasado, se aprobó la Ley de Hipoteca Inversa en la Ciudad de México, sin embargo, no ha sido publicada en el Diario Oficial, por lo que aún no entra en vigor.

La crisis que viene será protagonizada por los adultos mayores, cuando en 2050 la población de ancianos dependientes de otros llegue a los tres millones y los espacios públicos, como albergues o asilos, sean insuficientes para atenderlos. 

Con información de Scarlett Lindero